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Sección: Estado de Veracruz

Libertas

Dimensión histórica de la pandemia COVID-19

José Manuel Velasco Toro 22/09/2022

alcalorpolitico.com

La pandemia COVID-19 fue una bifurcación en la dinámica de la vida en muchos sentidos. Factor biológico que desmintió la idea política de que todo cambio proviene de las contradicciones sociales existentes, pues el coronavirus SARS.coV.2 ha sido, en este caso, catalizador de múltiples contradicciones estructurales del sistema global. Situaciones que se hicieron visibles al ser aceleradas por la paralización de la actividad social lo que, por otra parte, propició la emergencia de otra serie de problemas que no se enfrentaron de manera realista, profunda y creativa.

Para empezar, la pandemia fracturó el anclaje mental que teníamos con el pasado al disrumpir la cotidianidad en la que estábamos inmersos, efecto que tardó en ser asimilado por no comprender la dimensión de algo no experimentado. De la tranquilidad pasamos a la zozobra; de la movilidad callejera a la paralización de los espacios cerrados; de la sociabilidad abierta a su conversión en entornos virtuales; de la actitud incrédula mezclada con miedo a la reacción lenta, insegura y miope para actuar ante una realidad incierta que derivó en la expresión tautológica de “vieja realidad” y espera de una “nueva realidad”, cuando no hay realidad estática, pues todo es cambio. La pandemia ha sido disruptiva en muchos sentidos, sí; pero también ha sido catalizador de cambios que ya estaban en proceso y que, a su vez, son causales múltiples de otra serie de transformaciones que se perciben en el horizonte social, económico, político, educativo, científico, tecnológico y cultural.

La dinámica social siempre ocurre en red. Un entretejido a través del cual los cambios fluyen combinando ritmos lentos, acelerados, de corta o larga duración, pero también violentamente disruptivos cuando se derivan de situaciones naturales imprevistas, o incluso ni siquiera imaginadas, como lo fue la pandemia, o puede serlo una erupción volcánica o un movimiento telúrico de gran dimensión. Las circunstancias cambiantes bruscas desatan interacciones complejas, lo que provoca estrés social que se traduce en diversos comportamientos sociales.



La pandemia, en su inicio, produjo pasmo emocional enraizado en la incredulidad e información contradictoria que fluyó, desde instancias gubernamentales hasta la transversalidad de redes sociales, para desembocar en miedo y zozobra, inmovilidad y violencia, en duda y esperanza. Visto hacia atrás, se puede observar la lenta reacción por la incomprensibilidad de lo que estaba sucediendo, a grado tal que se estuvo cerca de la ingobernabilidad ante el abrumador contagio, enfermedad y muerte masiva por no atinar a actuar de manera adecuada y contundente. En suma, fue notoria la imprevisibilidad a corto, mediano y largo plazo para atender la compleja situación derivada en todos los órdenes: sanitario, educativo, económico, científico, tecnológico y socioemocional de la población.

Covid-19 no sólo se erigió como sinónimo de muerte, al igual que la peste bubónica que azotó y diezmó la población europea en el siglo XIV (época en la que se estableció la cuarentena como medida de contención) y fue llamada “La muerte negra”; o la pandemia de influenza en la segunda década del siglo XX que se mal llamó “gripe española” con resultado de 40 millones de personas muertas, en la que tardíamente se impuso la mascarilla para cubrir boca y nariz al descubrir que se trasmitía por partículas respiratorias exhaladas. Sino también la pandemia se convirtió en sinónimo de cambios negativos y otros positivos que marcarán huella del futuro inmediato y serán estudiados por los historiadores del mañana.

A vuelo de pájaro mencionemos algunos: rupturas estructurales que evidenciaron las contradicciones de la economía global; renacimiento de sentimientos nacionalistas con tendencia aislacionista; manipulación perversa de consciencias con fines ideológico-políticos; modificación de hábitos socioculturales, especialmente en las generaciones jóvenes; retrocesos educativos que se vislumbran negativos para el desarrollo inmediato; aceleración en el avance de la tecnología de la comunicación y su aplicación educativa, mercantil, cultural y política; reforzamiento de creencias mágicas; reproducción del comercio electrónico (e-commerce) que se perfila como dominante; salto cualitativo en ciencia de la salud y tecnología médica; acentuación de la desigualdad, inequidad social y aumento de la pobreza; fragilidad en el sistema de salud; desempleo por cierre de medianas y pequeñas empresas que ha impactado en la ampliación del trabajo informal; incremento y visualización de la violencia intrafamiliar; problemas de salud mental; proliferación de la inseguridad social y multiplicación de grupos criminales organizados; adopción ilegal de prácticas de espionaje cibernético; inhabilidad de la estructura gubernamental para crear e implementar acciones de política pública comprometidas con el progreso social integral; concentración de riqueza en empresas tecnológicas, y más.



En fin, estos, y otros problemas emergentes y por emerger que serán definitorios de un futuro distinto, en muchos sentidos, al pasado vivido. Temas que serán estudiados, explicados y narrados dentro de treinta o cuarenta años, o tal vez antes, para dejar constancia de los sucesos en la memoria de las generaciones por venir. Historiadoras e historiadores abordarán los acontecimientos rehilando los datos de la realidad para conocer cómo se dieron los hechos, cuáles fueron las representaciones de la sociedad y cómo fluyó la transformación, dando una explicación científica del hecho histórico que quedará grabado para la posteridad, porque la historia está estrechamente ligada a lo que hacemos o tenemos intención de hacer.