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Sección: Estado de Veracruz

Don Andrés, el guardián de los perros callejeros en Rancho Viejo, Tlalnelhuayocan

- “Ya no tengo hijos que mantener, pero ahora tengo perros”, dice el hombre jubilado que cuida a 9 de estos animales

- A su rancho llegan abandonados por personas que los dejan a su suerte

Suhaily Barrón Xalapa, Ver. 30/10/2025

alcalorpolitico.com


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Durante años, Andrés Gómez Rivera trabajó en la primera línea de la basura en Xalapa, al frente de los camiones de Limpia Pública. Tras décadas de esfuerzo se jubiló con la idea de descansar, pero el destino tenía otros planes: convertirse en el guardián de los perros abandonados en la comunidad Rancho Viejo, municipio de San Andrés Tlalnelhuayocan, una zona conurbada con la Capital veracruzana.

Hace 20 años compró un terreno sobre la privada Cuauhtémoc, también conocida como El Durazno, donde construyó su casa y pensó disfrutar de la tranquilidad del campo. Sin embargo, el silencio que buscaba fue reemplazado por los ladridos agradecidos de 9 perros que ha rescatado de la calle. “Ya no tengo hijos que mantener, pero ahora tengo perros”, dice don Andrés con una sonrisa mientras sus fieles compañeros lo rodean.

A su rancho, cuenta, llegan animales abandonados por personas que los dejan a su suerte. “Vienen de Xalapa, los vienen a abandonar por acá, a perderlos”, comenta con tristeza. Su hogar se ha convertido en el refugio de aquellos que nadie quiso, el punto final de una ruta de abandono y crueldad.

Don Andrés los alimenta con croquetas, pero también con “rabadillas” de pollo, como él les dice entre risas, orgulloso de verlos sanos y “gorditos”. Sin embargo, su ayuda va más allá de la comida. Cada cierto tiempo viaja a Xalapa con apoyo de una vecina para esterilizar a sus rescatados, invirtiendo parte de su pensión para romper el ciclo de abandono. Hace apenas 2 meses llegaron los más recientes: una perra y su cachorro. “Eran del rancho, pero cuando les di de comer, se quedaron conmigo”, relata. Desde entonces, no se han separado.

Con voz firme, Andrés lanza una crítica que resume su causa: “Pues no deberían de tener mascotas si no los van a cuidar, que no los tengan, porque pues un perrito abandonarlo no”. En su casa no hay cadenas ni castigos. “Yo aquí no los tengo amarrados, los tengo sueltos”, dice. Por las noches, los perros duermen sobre costales bajo el cielo estrellado, en un santuario donde la libertad y el cariño conviven.

Pero no todo ha sido alegría. Hace un año perdió a “Kiko”, un perrito de cacería que murió atropellado. “Lo llevaba suelto, como siempre y un carro se lo llevó”, recuerda con nostalgia. Su pérdida lo marcó, pero también lo impulsó a seguir rescatando a otros. Don Andrés no recibe apoyo del Ayuntamiento, de asociaciones ni de albergues. “Yo aquí me las veo solo”, afirma, con la serenidad de quien encontró su propósito. Cada día, su pensión se convierte en alimento, vacunas y cuidados para sus 9 compañeros.

Él se sienta en el escalón frente a su casa mientras los perros se agrupan a su alrededor. No hay razas, ni tamaños, ni jerarquías. Para don Andrés, todos son iguales: 9 vidas que le devolvieron, ladrido a ladrido, el sentido de su retiro.