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Sección: V?a Correo Electr?nico

El encono

Manuel Mart?nez Morales 20/07/2012

alcalorpolitico.com

Todos seremos víctimas de los odios…
Nos pondrán delante de los ojos una bandera,
nos llenarán los oídos con palabras.
¿Y para qué? Para crear la simiente de una nueva guerra,
para crear nuevos odios, para crear nuevas banderas y nuevas palabras.
José Saramago, en Claraboya

Encono: Animadversión, rencor arraigado en el ánimo.

Las imágenes me asombraron: un puñado de hombres, con la mirada inyectada de odio, demolían concienzudamente –a golpes de picos y marros- las aulas de una humilde escuela rural; otras dos aulas, construidas de madera con techo de láminas de cartón fueron incendiadas con igual furia, provocada por el fanatismo religioso. La virgen les habló –dijeron estos hombres de Nueva Jerusalén, un pequeña comunidad michoacana- y les dijo que la escuela estaba poseída por Satanás y, en la interpretación de su guía religioso, tenía que ser destruida. Ahí se impartía instrucción laica, como marca la ley y por tanto no se enseñaban los principios religiosos de la secta establecida en aquel lugar por un iluminado que se hacía llamar “Papá Nabor”.

La expresión que vi en aquellos rostros me hizo recordar algo ocurrido hace muchos años, en una ocasión que participé en una mesa informativa sobre el movimiento estudiantil del 68, en alguna facultad de una universidad norteña. Cuando terminó la mesa y al caminar por el pasillo para abandonar el lugar, me salió al paso un antiguo compañero de preparatoria quien con el rostro descompuesto por el encono me increpó gritando: “¡Rojillo, rojillo, comunista! ¡Fuera!”

Mi sorpresa fue mayúscula, pues yo consideraba al compañero aquel como mi amigo. A pesar de sus gestos amenazantes no me atemorizó pues en ningún momento hizo intento alguno por agredirme físicamente. Digo que lo que más me asombró fue la expresión de odio dibujada en su rostro. Más aún, durante la discusión, este compañero en ningún momento tomó la palabra para expresar su punto de vista. Por supuesto que no le respondí y seguí mi camino acompañado por quienes habían organizado la reunión.

Entonces recordé que, cuando estuvimos en la prepa, aquel compañero pertenecía a un grupo estudiantil derechista a una de cuyas reuniones me había invitado. El lema de este grupo –que actuaba semi clandestinamente– era “¡Por Cristo en la Universidad!”. De lo que pude darme cuenta, a partir de mi asistencia a una única reunión, era que, bajo la piadosa guía de algunos curas, este grupo había controlado por varios años –a través de la sociedad de alumnos– al conglomerado estudiantil de la escuela preparatoria –pública– en la cual estudiábamos.

A lo largo de los años he visto en diversas ocasiones la misma expresión de encono y siempre me ha sorprendido y no deja de asustarme un poco, pues la mayoría de las veces revela un impulso movido por un odio profundo hacia algo, o alguien, que creemos nos agravia y que o no se comprende o se interpreta a partir del fanatismo religioso, ideológico o político; es decir fincado en la irracionalidad, motivado y manipulado desde el exterior por las múltiples versiones de “Papá Nabor”. Y son estos guías espirituales, ideológicos o políticos quienes –conociendo de algún modo (teórica o empíricamente) la psicología de masas– logran influir en sus seguidores para que sean capaces de llevar a cabo acciones como la destrucción de escuelas, el insulto y la agresión hacia quienes no comparten sus creencias y otras más atroces.

Es verdad que los mexicanos, por décadas, hemos sufrido toda clase de agravios por parte de la clase dominante, que cuenta entre sus asociados a la clase gobernante, a la iglesia y los partidos políticos. Agravios que surgen del sufrimiento provocado por la pobreza generalizada, por la violencia indiscriminada prevaleciente, por las tremendas desigualdades e injusticias que se cometen en contra nuestra, día con día.

Y esta sensación de agravio se agudiza por los acontecimientos recientes: una elección presidencial más, arreglada, una farsa plagada de todo tipo de trampas, para que al final la clase dominante –los del poder económico, pues– imponga al títere que más le conviene, tal y como viene sucediendo desde hace casi un siglo. Y es que nuestra credulidad parece no tener límites: “Papá Nabor” (¿O será “Mamá Televisa”?) nos ha hecho creer que avanzamos hacia la democracia, o que ésta es ya una realidad y que emitiendo nuestro voto de cuando en cuando garantizamos esa supuesta democracia, cuando todo lo que se logra cuando votamos es legitimar el estado de cosas: qué la partidocracia se role los puestos públicos para seguir sirviendo a los verdaderos amos –a cambio de alguna lentejas– quienes no dejan de mantenernos con una bota en el pescuezo. Los extremos se tocan, izquierdas y derechas coinciden: hay que seguir pegándole al mudo, es decir saqueando, explotando y pisoteando al pueblo…

Reducir la democracia a elegir entre partidos o “Papás Nabor” me hace recordar un chiste que escuché en la escuela secundaria: “Llega un cliente a un puesto de tortas y pregunta de qué hay; el encargado le responde que sólo hay de mierda. ¡Ah, bueno! –responde el cliente– entonces deme una de mierda pero sin cebolla, porque después me apesta el chipo.” Entonces, me parece, escoger entre rojo, amarillo o azul equivale a decidirse por el que no tiene cebolla.

Creo que a consecuencia de este siglo de agravios, los mexicanos somos presa fácil del encono, lo cual no deja de producirme cierto temor pues es fácil caer en esa actitud negativa en lo individual y los social. (¿O no le parece que el chistecito de las tortas es una muestra de mi propio encono hacia la partidocracia?)

En días recientes he visto el encono en el rostro de muchos mexicanos; lo he visto en los rostros de quienes defienden al poder, pero también –lo que me parece más grave– lo he visto en quienes protestan contra el poder y se aprestan a luchar por darle vuelta a la tortilla. Vi encono en el joven que desde un balcón lanzó una silla sobre los manifestantes “anti Peña” y después los amenazó con una pistola. Pero también lo he visto en los jóvenes manifestantes cuando confrontan e insultan a periodistas que no escriben a favor de su causa. (Lo cual no implica que yo esté de acuerdo con estos últimos, sino que soy solidario con los jóvenes de “Yo soy 132”.)

El encono es legítimo cuando expresa nuestra insatisfacción, o inconformidad, por una situación que nos agravia y es legítimo luchar por cambiar tal situación. El peligro consiste en que, tal estado de encono, nos hace sujetos fácilmente manipulables –si no ejercemos la reflexión– por quienes no dudan en usarnos para lograr sus propios objetivos. Creo que ni “Papá Peña”, ni “Papá Peje”, dudarán un instante antes de lanzar a sus huestes a traducir su encono en confrontaciones violentas, si así conviene a sus intereses…

“¿Para esto vivimos? ¿Para hacer hijos y lanzarlos a la batalla? ¿Para construir ciudades y arrasarlas? ¿Para desear la paz y tener la guerra?” (de Claraboya).