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Sección: Estado de Veracruz

El mundo no tiene sed de ver nuestra coherencia

Pbro. Jos? Juan S?nchez J?come Xalapa, Ver. 12/02/2017

alcalorpolitico.com

Me siento orgulloso de las obras de caridad y de las redes de solidaridad que se tejen en nuestra Iglesia. Unas muy organizadas y otras que surgen de manera espontánea, pero todas reflejando el paso del Espíritu que llega a provocarnos y a sacarnos de nuestra comodidad, despertando esos sentimientos de humanidad y fraternidad que por muchas razones dejamos adormecer.

Nos falta mucho por hacer, no llegamos a todos los hermanos que tienen necesidades materiales y espirituales, pero Dios nos va poniendo en este camino. Soy el primero en defender esta labor, entre nosotros, más que humanitaria y en promover este rostro de la Iglesia que sale como Buen Samaritano a curar las heridas del hermano postrado en el camino.

Sin embargo, en una lectura espiritual alcanzo a notar el desgaste que esto supone y no necesariamente a nivel físico. Muchas veces nos vemos agotados de tantas obras que realizamos. Tenemos Cáritas, voluntariados, servicios sociales, trabajos pastorales y expresiones más espontáneas y aun así parece que algo está faltando, porque el mundo viendo todo esto no glorifica al Padre del cielo.



Pueden faltarnos muchas otras cosas y un verdadero testimonio pero hay muchas obras promovidas y realizadas directamente por nuestros fieles. Realizamos muchos servicios, hablamos tanto y con todo esto nos cuesta ver a Dios.

El P. Marco Iván Rupnik, artista sacerdote y escritor, comenta en una de sus catequesis que el mundo no tiene sed de ver nuestra coherencia. Ya no basta ni se valora ser personas honestas, educadas, trabajadoras y coherentes. Hay algo más determinante que necesita el mundo.

Él sugiere que las obras de caridad deberían retomar su sentido original, ya que todas nacieron como teofanía, como manifestación de otro, para hacer emerger al otro, en este caso al Otro por excelencia que es Dios. Se trata de que aparezca una vida según Dios, que se vea que vivimos radicados en el otro y que dejamos asomar al Otro que vive dentro de cada uno.



Cuando no nos vinculamos a los demás, ni construimos la Iglesia ni vivimos en comunión entonces se puede sentir el cansancio y el desgaste, y las obras no pasan de ser actos buenos del individuo. El individuo siempre se revela a sí mismo, su bondad y cualidades, las pequeñas correcciones de su naturaleza humana.

En cambio el bautizado que ha recibido la vida nueva de Dios y que vive en comunión con sus hermanos revela siempre al otro, proyecta la fuerza que lo asiste. La persona revela siempre al otro, el individuo se revela siempre a sí mismo.

La misión en la Iglesia no es construir al cristiano sobre un correcto, educado y óptimo individuo sino acompañar de tal manera que recibiendo la vida nueva de Dios muera a su egoísmo, a su vanidad, a su individualismo y resucite como persona, entrelazado en un organismo que es el cuerpo de Cristo.



Los santos padres vieron que no se puede corregir al individuo y que la solución es regenerarlo. No podemos conocer a Dios sino haciéndonos hijos de Dios porque no conoceremos al Padre, conoceremos cualquier clase de Dios pero no al Padre. Se necesita, por tanto, ser regenerados.

No es el individuo que en su perfección se salvará sino que se salvará perteneciendo al cuerpo de Cristo. Solo este es el camino de la salvación. Si estamos entretejidos en este organismo relacional es evidente que eso que está dentro de nosotros se proyectará; si está dentro de nosotros una vida se expresará de cualquier modo, pero si no está es imposible que se proyecte.

La vida que hemos recibido está constituida como comunión. El poeta y filósofo ruso Ivanov sostiene que el testimonio es simbólico, la naturaleza de la Iglesia es simbólica, porque es sacramental. Es decir, dentro de una realidad descubrimos otra más profunda.



El mundo nos ve y debe descubrir en nuestros gestos y acciones otra vida más profunda, otro rostro, para que se meta en relación con ese rostro y no con nosotros. Así que en la Iglesia tenemos que ser obstetras que ayudamos al nacimiento de la vida.

No basta ser correctos y educados. Tenemos que dejar asomar una presencia superior, tenemos que permitir que Dios se manifieste en nuestras obras y no sólo la solidaridad. Tenemos que ser, aunque sea indignamente, teofanía para el hombre de hoy de tal manera que viendo las buenas obras glorifiquen al Padre del cielo.