Ir a Menú

Ir a Contenido

Sección: Estado de Veracruz

El Museo de los Escritores (VI)

- La cultura pervive gracias a la palabra; de manera oral, mediante pictogramas e ideogramas y finalmente, la escritura

- El tránsito de las tablillas de arcilla a los papiros y a los libros, democratizó la lectura

- Los grandes centros culturales, a partir de Alejandría, se distinguen por sus bibliotecas públicas, base de su fuerza creadora

- Bibliotecas donadas a la UV y el enorme éxito internacional con Otilia Rauda

Víctor Arredondo 14/10/2021

alcalorpolitico.com

En la fascinante obra El Infinito en un Junco, de Irene Vallejo que me recomendó mi amigo Enrique Calderón, perseverante buscador de autores emblemáticos, la autora subraya entre otros temas brillantes, la labor ancestral de los cazadores de libros. Su encomienda era la de recorrer el mundo conocido para conseguir, a cualquier precio o modo, toda obra manuscrita que aumentara el acervo de los coleccionistas. Sobre esa base, ella describe la manera en que la incipiente Biblioteca de Alejandría logró consolidarse a lo largo de los años como una joya cultural de la humanidad. Esa magnífica obra, construida en el siglo IV antes de nuestra Era, fue una de las iniciativas del gobernante grecomacedonio de Egipto, Ptolomeo I, que incluso admitió la incautación de toda obra manuscrita que trajeran a bordo las embarcaciones que arribaban a su puerto.

La aspiración de Ptolomeo I, era emular, y de ser posible, superar la imagen e influencia de la mítica ciudad de Atenas. Para lograr su propósito, Ptolomeo I convocó a filósofos, científicos y traductores ilustres de su época para crear nuevo conocimiento y traducir al griego la mayor diversidad de obras manuscritas a su alcance. Anexo a la biblioteca, construyó el Museo de Alejandría que, a diferencia del uso posterior de ese vocablo, el espacio funcionaría para albergar a los sabios que venerarían “a las musas de la memoria y a las diosas de la imaginación” (Vallejo, 2021). Con el sólido respaldo del fantástico acervo bibliotecario acumulado y de la sabiduría de los ilustres personajes convocados, Alejandría llegaría a convertirse en un centro cultural que aportó avances significativos en el conocimiento, la filosofía, la ciencia y la tecnología en la historia de la humanidad.

En el artículo anterior me refería a las donaciones de Carlos Fuentes y Sergio Pitol de sus respectivas bibliotecas personales. A lo largo de sus vidas fueron auténticos cazadores de libros, y es difícil imaginar las obras escritas que lograron atesorar, así como el gran valor apreciativo que tienen para cualquier lector asiduo. Su decisión fue producto de una reflexión íntima, en la que prevaleció su balance personal sobre el mayor beneficio colectivo que podrían ofrecer, y con la expectativa que permanecieran en una institución que tuviera un profundo significado para ellos. Desde luego, también contó la confianza y certidumbre que les brindó en su momento la Universidad Veracruzana (UV), nuestra casa estudios les garantizaba que sería una digna depositaria para su buen resguardo y uso generalizado.



No obstante, en el caso de la biblioteca de Sergio Pitol, su sucesión testamentaria vivió inmerecidas afrentas, producto de la perversidad, de la ambición de quienes buscaron medrar ilegalmente con la propiedad intelectual del escritor universal, y del actuar descuidado de la administración universitaria. A tal grado, que se puso en grave riesgo la concreción de esa valiosa donación. Con el paso del tiempo, los hechos han puesto las cosas en su lugar. Hubo un abuso ominoso de la imagen y obra de Sergio Pitol en sus últimos años; se escondió la gravedad de su enfermedad galopante para continuar editando bajo su nombre; se le descuidó de manera infame cuando no era autosuficiente; empezaron a desaparecer libros de gran valor de su biblioteca personal y galardones como su medalla del Premio Cervantes; le inventaron entrevistas para convencer a colegas escritores que su familiares, apoderados legales, deseaban estafarlo; promovieron juicios para quitarles la tutela familiar y seguir con el abuso, convenciendo a la entonces presidenta del DIF estatal de que nombrara a una tutora externa, cercana al autor intelectual de esa ruindad.

La UV le canceló el contrato a Laura Demeneghi, sobrina querida de Sergio, e hija de Luis Demeneghi, a quien el escritor siempre se refirió como su hermano. La razón pareció ser las valientes denuncias de Laura ante la prensa y la justicia por los infaustos atropellos a su tío, a su padre y a ella misma.

La cordura de la familia Demeneghi y su compromiso moral por cumplir el deseo de Sergio Pitol hice posible que su biblioteca personal llegara finalmente a la USBI de Xalapa. Ningún evento de festejo o nota de agradecimiento público se ha conocido por parte de la UV. Con el cambio de administración rectoral es posible abrir una nueva página que ponga atrás los irresponsables maltratos y desaciertos. Por razones entendibles, la familia Demeneghi le prohibió a la universidad el uso del nombre de Sergio Pitol, lo que ahora me parece puede ser revertido; así como el que la Editorial de la Universidad Veracruzana obtenga el derecho de reeditar su obra completa y de organizar eventos de gran calado que busquen recrear su enorme talento creativo junto con el de otros escritores veracruzanos distinguidos. Esto sólo sería posible con la intervención personal del actual rector, Doctor Martín Aguilar.



Permítanme una anécdota: en el lapso de los tres años que transcurrieron entre el anuncio de la donación de Carlos Fuentes y de Sergio Pitol, nuestra universidad se preparó para festejar al brillante escritor xalapeño Sergio Galindo. Al mismo tiempo que la UV participaba como coproductora de la película Otilia Rauda, basada en su novela homónima, Alvaro Belín y su equipo de Prensa documentaron con fotografías y textos dicha filmación; nuestra Editorial, manejada magistralmente por el privilegiado poeta, traductor y Premio Nacional de las Artes, José Luis Rivas, se concentró en una nueva edición de esa novela.

La oficina del rector formalizó la adquisición de la biblioteca personal de Sergio Galindo con su familia y gestionó con el ayuntamiento de Xalapa que se designara a una sección de la calle Xalapeños Ilustres con su nombre; además, negoció con una empresa de salas cinematográficas en Xalapa que cedieran la programación de todas sus salas para la presentación premiere de Otilia Rauda con la finalidad de recaudar fondos para la Fundación UV. Una de las salas se usó para los asistentes VIP, cuyos boletos de alto precio se constituyeron como donaciones a la Fundación UV; lo que permitió recaudar en una sola noche más del doble de la aportación de la universidad en la coproducción cinematográfica.

La película Otilia Rauda, dirigida por Dana Rotberg y don Alfredo Ripstein, obtuvo premios internacionales reconocidos como el Sundance 2000, el Unicornio de Oro del Festival Amiens a la mejor película, el premio a la Mejor Actriz 2001 en el Festival de Huelva y en la XVII Muestra de Cine Mexicano en Guadalajara, así como el premio a la mejor película otorgado por la Organización Católica Internacional de Chile. Don Alfredo ya había distinguido a la UV años antes, con la donación de un valioso acervo de películas para enriquecer su filmoteca. La actriz principal, Gabriela Canudas, egresada de la carrera de Teatro de la UV, fue un imán para convocar a estudiantes y personal técnico de la UV a que participaran de manera entusiasta en la filmación y obtuvieran una experiencia directa de primer nivel. El relato anterior ilustra la magnitud de lo que puede alcanzar la UV, al convocar la colaboración interinstitucional y personal en proyectos trascendentes y en tiempos de presupuestos exiguos para la cultura.

El Museo de los Escritores (V)
El Museo de los Escritores (IV)
El Museo de los Escritores (III)
El Museo de los Escritores (II)
El Museo de los Escritores (I)