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Sección: V?a Correo Electr?nico

Fuga de cerebros (bracerismo intelectual)

Manuel Mart?nez Morales 08/06/2011

alcalorpolitico.com

Hace cuatro o cinco décadas se solía llamar braceros, a quienes emigraban –legal o ilegalmente- a los Estados Unidos en busca de trabajo. La mayoría de estos migrantes iban a laborar en el campo, en la construcción o en los servicios; su fuerza de trabajo residía principalmente en el empleo de sus manos y brazos, de ahí el apelativo.
Entonces como ahora, el trabajo de estos millones de migrantes ha contribuido significativamente a la economía del vecino país del norte; es decir, sin la aportación de estos compatriotas a la economía estadounidense, ésta tal vez no tendría la solidez que hoy presume.
Los braceros generalmente son de origen campesino o de zonas urbanas marginadas; pues son la pobreza, la marginación, la falta de empleo y de otras oportunidades los antecedentes causales de su desplazamiento hacia el norte. Pero también, de tiempo atrás, ha existido otra clase de braceros: individuos de clase media urbana, con un nivel educativo por arriba del promedio –muchos de ellos profesionistas, científicos o técnicos de alto nivel- que, si bien no sufren pobreza o marginación, encuentran dificultades para desarrollarse profesionalmente o definitivamente no encuentran empleo en México. Cifras recientes de la Secretaría de Educación Pública indican que hay alrededor de 360 mil profesionistas desempleados en el país, y que el 36 por ciento de los que sí están empleados, desempeñan labores ajenas a su especialidad (ingenieros trabajando de taxistas, médicos que son agentes de ventas, biólogos ocupados como maestros de secundaria, etcétera)


Hay quien ha llamado al último tipo de migrantes mencionado, braceros intelectuales, una parte de los cuales son consecuencia del proceso denominado fuga de cerebros, que designa la migración de científicos con una alta formación, hacia países –no sólo hacia Estados Unidos- donde encuentran mejores condiciones laborales y salariales para desempeñarse profesionalmente.
Hay casos muy conocidos públicamente, como el del doctor Mario Molina, Premio Nobel en Química 1995, quien desarrolló su investigación en el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), donde labora desde 1989, después de haber trabajado en otras universidades estadounidenses y en la UNAM, abandonado el país en busca de mejores condiciones, según su propio testimonio.
Otro caso notorio es el del investigador mexicano Arturo Álvarez-Buylla, cuyos estudios han permitido conocer que en uno de los ventrículos se producen células madres y de ahí neuronas nuevas que sustituyen a otras que han muerto o se han perdido en dos zonas: la que procesa los olores y la encargada de generar la memoria y el aprendizaje.


El doctor Álvarez-Buylla recibirá el Premio Príncipe de Asturias, en Investigación Científica y Técnica junto al estadunidense Joseph Altman y el italiano Giacomo Rizzolatti el próximo octubre.
Entender cómo surge la diversidad de neuronas del cerebro, de dónde vienen y de qué tipo son, muy probablemente servirá para comprender mejor su funcionamiento y cómo remplazarlas para, en un futuro, lograr la cura de enfermedades como Parkinson o Alzheimer. En eso está enfocado el trabajo de Arturo Álvarez-Buylla.
En entrevista concedida a La Jornada, el científico lamentó que a pesar de que se habla mucho de la educación, la eficacia no existe. Agregó que debería haber más personas educadas, estímulos culturales para que la juventud no se vaya a otras cosas, sino al progreso y el trabajo positivo para un país, contribuir al engrandecimiento y mejorar el nivel de vida.


Todavía sorprendido por la noticia del galardón que recibirá el próximo octubre en la ciudad española de Oviedo, el científico también se refirió a la violencia que se vive en México. Todos los que estamos fuera esperamos que regrese la tranquilidad -dijo. Recordó que cuando salió del país para ir a estudiar el doctorado a Estados Unidos, en 1983, Nueva York era una ciudad más peligrosa que México, y ahora las cosas se han revertido.
Desde hace poco más de 10 años, Álvarez-Buylla trabaja en la Universidad de California en San Francisco, donde, dijo, encontró las condiciones para realizar el trabajo que lo apasiona: conocer y entender la máquina más compleja, que es el cerebro.
Si bien casos como éstos son ampliamente conocidos, en realidad se cuentan por miles los investigadores mexicanos de primer nivel que emigran a otros países en busca de mejores condiciones para realizar su trabajo científico. Conozco personalmente a muchos jóvenes talentosos, egresados de posgrados tanto de la Universidad Veracruzana como de otras universidades mexicanas, que se encuentran laborando como investigadores en el extranjero.


También hay que reconocer a los numerosos y distinguidos investigadores que, aún en condiciones adversas, siguen trabajando en México. Nada menos aquí, en la Universidad Veracruzana, se encuentra el doctor Miguel Ángel León Díaz del Guante –investigador del Instituto de Investigaciones Psicológicas-, reconocido internacionalmente por su investigación con células madre en busca de una cura para el mal de Parkinson y el de Alzheimer, tema relacionado con el campo en el que trabaja Álvarez-Buylla.
Los programas para la retención de científicos en México, si bien han reducido en algo la fuga de cerebros, aún son insuficientes y titubeantes. Es uno de los temas pendientes de la definición de una política para el desarrollo científico y tecnológico nacional, a su vez dependiente de un proyecto de cambios económicos, políticos y sociales de fondo, estructurales.
La fuga de cerebros -o bracerismo intelectual- tiene una agravante más, pues la formación de estos investigadores le cuesta al país millones de dólares, inversión aprovechada realmente por quien los contrata del otro lado de la frontera. Es decir, este fenómeno constituye una forma más de saqueo de recursos nacionales por parte de los países dominantes, con la complacencia y complicidad del gobierno mexicano. Éste último no cumple con su responsabilidad de atender la creación de fuentes de trabajo en el marco de un esquema económico soberano para el beneficio de todos, y no sólo para quienes están en la cúspide del poder económico y político.


Ya es hora de darle vuelta a la tortilla.