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Hugo Luis Celis, Erasmo Capilla y la vieja guardia

El primero, linchado por un tabloide; el segundo, víctima de un funcionario cultural

Carlos Manuel Cruz Meza Xalapa, Ver. 13/09/2008

alcalorpolitico.com

“Soñamos con rosas que nunca nos llegan
y sólo de espinas tenemos certezas.
Tan cerca del cielo, que no tiene estrellas,
en noches roídas escribiendo estrofas,
es nuestro destino morir de tristeza”.
Lucía Romero

“¡Hugo Luis Celis Ochoa Correa Erasto!”, le gritaba siempre que lo veía, y él me saludaba con una sonrisa en el rostro. “Tú eres el único que siempre me dice así”, respondía. Siempre le dije que su primer nombre debió ser “Francisco”, para que así fuera, en uno solo, Hugo, Paco y Luis, como los patitos de Disney.

Mis recuerdos de él se remontan a tiempos lejanos. La familia Celis Ochoa era cercana a la mía; mi madre mencionaba a la familia de Hugo Luis siempre. Todo se remontaba a los abuelos, como en las viejas historias xalapeñas.

Trabajamos juntos en Gráfico de Xalapa; fue Hugo Luis quien escribió la primera nota acerca de alguna actividad cultural mía, allá por 1995. Aún conservo el recorte. Yo coordinaba el suplemento cultural “Artempestad” y él trabajaba en Sociales. Pertenecía a la Vieja Guardia Pretoriana: estaba al lado de esa generación que incluía a Fito Soler, Arturo Benjamín Pérez Vásquez, Toño Juárez… los maestros.

Eran tiempos en que la nueva generación aún no hacía su arribo a los medios. Nos veíamos en fiestas de la prensa o en eventos culturales; recuerdo largas conversaciones con él en el concierto de Gal Costa y en el aniversario del programa de televisión Más Cultura. Lo visualizo siempre elegante; por ello, todos los años le dedicaba una de las “Calaveras” del Gráfico de Xalapa haciendo alusión a sus trajes, a sus camisas, a su elegancia. Porque era un hombre con porte, un dandy en cuyos rasgos se advertía una belleza juvenil que, en los últimos tiempos, se vio marcada por el dolor.

Después, como corresponde a toda vida intensa, la de Hugo Luis se vio marcada por los reveses. La salud y el dinero escaseaban, pero no recuerdo en él un gesto amargo. Ni siquiera cuando un pasquín local se ensañó con él difamándolo.
La muerte de Hugo Luis se vincula con la de Erasmo Capilla; ambos murieron en circunstancias similares y por razones parecidas. A uno le destrozaron la carrera y el prestigio en Europa por capricho de un funcionario menor, al otro lo crucificó un medio de comunicación local indigno.

Ninguno de ellos es mártir, pero sí fueron víctimas de circunstancias adversas y personas malintencionadas, con nombres y apellidos. Esos son los riesgos de nuestro Sistema: en el caso del verdugo de Capilla, que el poder cultural se concentre en gente que carece del perfil para detentarlo y ejercerlo con sabiduría; sobre todo, cuando este poder es utilizado de forma mezquina, dañando al otro y destruyendo al que brilla. En el caso de Hugo Luis, que algunos medios impresos subsistan en base al golpeteo y a la nota infamante, olvidando que el escarnio público de una persona (de cualquier persona), deshonra más al perpetrador que al que lo sufre.

“Son perros rabiosos mordiendo la mano que les quitó el bozal”, en palabras de Gustavo A. Madero. ¿Qué pensarán ahora el funcionario cultural universitario y el director del tabloide? ¿Cuáles fueron sus motivaciones? ¿Debemos aspirar a comprenderlos, más allá de la salida fácil que representa la condena moral? No creo que exista en ellos autocrítica, ni un mínimo sentido del pudor.

Ningún ciudadano merece el trato que se dispensó a Erasmo y a Hugo Luis. Lo que es aún más infamante: Erasmo fue un artista víctima de un funcionario cultural, y Hugo Luis un periodista linchado por un periódico. Y los dos están muertos; muertos de tristeza, de soledad, de desaliento.

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