En los campos de la filosofía, biología cognitiva, neurobiología, psicología cognitiva, pedagogía, antropología y sociología, el concepto de incompletud ha sido reflexionado de manera profunda y se asume como el proceso en el que el ser humano siempre está en un constante hacerse a sí mismo, capacidad de autodeterminación que permite esculpir nuestra identidad por decisiones y experiencias de aprendizaje. Paulo Freire en
Pedagogía del oprimido y en Pedagogía de la autonomía, explica la existencia del ser humano como un ser en incompletud.
En ambas obras resalta que somos inconclusos porque siempre estamos en un proceso de transformación que nos sumerge en el constante devenir existencial, proceso derivado de nuestra experiencia vital única. Sin embargo, no siempre somos conscientes de ese proceso que ocurre tanto en lo biológico como en lo social, cultural y emocional, razón por la cual no apreciamos autocríticamente nuestros propios cambios o estancamientos, ni somos conscientes de cómo redirigir nuestra incompletud hacia situaciones propensas para nuestra salud mental, social, cultural, política y espiritual.
De siempre, pensadores como Platón, Frederic Nietzsche, Kierkegaard, Heidegger, Simone de Beauvoir, Edgar Morin y Paul Ricoeur; educadores como Jean Piaget, Paulo Freire y Humberto Maturana y neurocientíficos como Francisco Varela y Francisco Mora, han resaltado que los seres humanos siempre estamos inmersos en la incompletud de la comprensión del mundo, en la búsqueda de sentido de la vida, en la angustia de la falta de totalidad, en la perspectiva de género, en la construcción del yo, en fin, somos seres que nos construimos día a día de manera inconsciente o consciente. Todos ellos, como muchos más, han planteado la necesidad de poseer apertura de mente para conocernos a sí mismos y conocernos en relación con el mundo circundante y allende.
Así como todos coinciden en que una vía importante para la apertura de mente es el aprendizaje constante y de por vida, pues gracias a éste podemos dialogar con nosotros mismos y comprender los propios cambios para hacer de la incompletud una virtud cognitiva y emocional. Siempre nos estamos haciendo a nosotros mismos, la cuestión esencial es saber cómo es que nos construimos cotidianamente y en qué sentido lo hacemos. Si el sentido es en orden de reinvención permanente o si lo es hacia el rumbo de lo retrógrado en el que negamos lo que pregonamos y cultivamos en un momento dado.
Es claro que la incompletud no es una carencia emocional o cognitiva, sino una virtud humana que impulsa a conocer, aprender, descubrir, cambiar. Es apertura para readaptarnos, saber navegar en la incertidumbre e interconectarnos en la complejidad social, por ello la relevancia de ser consciente y saber aprender en el aprender de por vida. El aprendizaje continuo, el diálogo y la colaboración, la innovación y creatividad, la adaptabilidad y resiliencia, la ética y responsabilidad son condiciones humanas que deben ser cultivadas adecuada y acertadamente para propulsar la incompletud transformadora como práctica de la libertad, parafraseando a Freire. No se trata de estar preocupados en la búsqueda de respuestas absolutas o de conductas inamovibles, como tampoco de cerrar nuestra mente y clausurar nuestra emoción ante la necesidad de compartir perspectivas que enriquezcan la comprensión y visión del mundo.
Mucho menos se trata de aferrarnos a ideas obtusas o mandos rígidos que bloquean la imaginación para avanzar y generar nuevas ideas que impulsen la ciencia y el ejercicio intelectual humanístico. Se trata de afianzar el ejercicio de la democracia y de derechos humanos, de acceder a la equidad en todo sentido y búsqueda efectiva de condiciones afines a la igualdad, utopía social cuya dinámica floreciente siempre estará en la incompletud humana. La soberbia es la negación de la propia incompletud, como lo es la testarudez que obstruye la reflexión e impide cambiar de opinión cuando la realidad nos demuestra que estamos equivocados.
La soberbia y la testarudez niegan la incertidumbre y se proclaman enemigas del aprendizaje que ilumina y prefieren la ignorancia que impide el conocimiento, la reflexión y el diálogo transformador. La soberbia, resaltó Nietzsche, no solo es una falta de autoafirmación sino también un obstáculo para ser auténtico. Ortega y Gasset, por su parte, calificó la testarudez como irresponsabilidad moral y negligencia ética. La soberbia impide percibir, ver con claridad de interconexión de la complejidad y del saber. La testarudez no considera la razón y refleja experiencias fallidas que impiden la apertura a nuevas ideas, resaltó Theodor Adorno.
A la soberbia y testarudez, se suma el egoísmo que resaltó Jean Paul Sartre como la conducta que tiende a ser posesiva y controladora del poder y niega la interdependencia de la libertad humana. Soberbia, testarudez y egoísmo marchan de la mano obstaculizando el crecimiento humano que es esencia de la incompletud, por ello se muestran enemigas de la educación crítica, de la libertad, la información transparente y la democracia. Actúan conjuntamente para cercenar la libertad en el ejercicio de la democracia y equilibrio de poderes sociales y políticos.
Prefieren la ignorancia porque eso les garantiza la no consciencia de incompletud y el control vertical absolutista. Son amigas de la mentira y proclives a todo aquello que les facilite distorsionar la realidad, pues al ocultar o falsear información buscan impedir el cultivo del pensar reflexivo y crítico. Aman el control de la ignorancia y del miedo para bloquear el desarrollo personal y social, cultural y político. Esta trilogía, soberbia, testarudez y egoísmo, siempre se muestran en el ejercicio político y social contra los intereses colectivos, pues consideran que solo lo suyo es relevante.
Se sienten superiores y, por tanto, rechazan toda reflexión crítica y no reconocen errores, buscando siempre culpables para justificarse. Estas condiciones son recurrentes, y más en estos tiempos aciagos, en todo personaje carente de empatía social, en aquellos que se sientes tocados por los dioses del narcisismo y en los ilusos de autosuficiencia que los hace carentes de principios morales por miedo a dejar ver su vulnerabilidad. Escondidos bajo el manto de tal o cual ideología, tal o cual color partidista, tal o cual supuesto objetivo, de tal o cual proyecto académico, se cuelan en las estructuras del poder, se posicionan y buscan, mediante todo recurso autoritario, tramposo, legaloide y amañado, mantenerse en él y controlar las estructuras institucionales.
Para ello recurren a miles de artimañas, buena parte tomadas de la estrategia maoísta, y que aplica tanto la derecha como la izquierda, la cual consistente en el uso de la propaganda a favor mediante discursos, consignas, escritos e imágenes que buscan construir una imagen del líder y denigrar al otro, lo que ahora se facilita mediante el uso de las redes sociales. De igual forma la exclusión de opositores mediante persecución, supresión, cárcel o simplemente eliminación física.
Pero retornando a la incompletud, digamos que ésta no es virtud en aquellas y aquellos dominados por la soberbia, testarudez y amantes del egoísmo, pues lo que ese tipo de personajes busca es el control desmedido del poder que de hecho conduce a la opresión, para lo cual distorsiona las leyes mediante interpretaciones legaloides, falsea la realidad con supuestos datos que son inexistentes pero alardea de su existencia, descalifica a la razón, moldea a conveniencia a las instituciones sociales, corrompe los niveles de responsabilidad social y justicia e infunde miedo mediante amenazas veladas o abiertas, según lo requiera.