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Sección: V?a Correo Electr?nico

Les presento a José Luis

Manuel Mart?nez Morales 10/01/2012

alcalorpolitico.com


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La desigualdad lastima, tanto a quienes se ubican en los estratos más bajos de la jerarquía social como a quienes están colocados en otros niveles de la escala. Entendiendo esta desigualdad como algo distinto a las diferencias individuales, ajenas éstas a las jerarquías socialmente impuestas. Estas desigualdades sociales lastiman no sólo en lo individual, en cuanto se refiere a sentimientos y valores de solidaridad humanos, sino que también dañan la convivencia social reduciendo las condiciones y posibilidades para un desarrollo comunitario más próspero y amable. Habrá que comprender que esta desigualdad está determinada, en última instancia, por la estructura social.

Por ejemplo, dadas las condiciones sociales presentes, sabemos que en México hay más de 7 millones de jóvenes –los llamados ninis- que no encuentran posibilidad alguna de realización individual o inserción social, estando condenados a llevar una existencia en general precaria y poco satisfactoria. Pero, además de este grupo marginado, existen otros tantos millones de hombres y mujeres, niños y adultos, a quienes nuestra sociedad no ofrece oportunidades para tener una existencia digna y satisfactoria.

Hoy quiero presentarles a José Luis, un niño estudiante de primaria, habitante de una comunidad rural marginada localizada a menos de 30 kilómetros de la ciudad de Xalapa. Conozco la historia de José Luis a partir del trabajo de campo que realizan investigadores del Centro de Investigaciones Tropicales de la UV en comunidades rurales marginadas cercanas a la ciudad. Me cuentan que se han encontrado con niños muy motivados para continuar con sus estudios, aún cuando sus precarias condiciones de vida tal vez no se los permitan. A partir de una visita que niños de esa población hicieron al Museo de Ciencia y Tecnología de Xalapa (mejor conocido como MIX) –donde vieron una película sobre la misión Apolo- uno de los niños se motivó tanto que, por propia iniciativa y sin ayuda, construyó un modelo de la nave Apolo con una botella de refresco y fierritos que encontró por ahí. Ahora afirma que está experimentando para hacerla volar, sólo que "dos ya le han explotado", pero que lo va a resolver y próximamente reportará sus resultados. No tengo la menor idea de cómo lo está haciendo, pero sus padres dicen que el niño asegura que “ahora sí” quiere ir a la universidad para estudiar y hacerse científico. El es José Luis.

De él dice una de las investigadoras que lo conoce personalmente: “Por cosas como estas me encanta mi trabajo. El es José Luis, de la Escuela Primaria Rural 18 de Marzo. Por las tardes cuida un rebaño de chivos... Después de llevarlos al Museo Interactivo de Xalapa donde vimos una película en la pantalla IMAX sobre la luna, José Luis (por su cuenta) hizo una reproducción casera del Apolo 11... Me cae, lo único que necesitan los niños es un empujoncito... ”

La familia de José Luis es una de las más pobres de la comunidad donde residen. Para que José Luis y su hermanita pudieran ir al MIX, sus padres tuvieron que ahorrar por dos semanas para comprarle a la niña una tableta de Dramamine y así pudiera hacer, sin contratiempos, el corto viaje a Xalapa, pues “se marea en los camiones”. Con el mismo propósito –visitar el MIX- a otro de los compañeros de José Luis sus padres le tuvieron que comprar zapatos, para lo cual pidieron dinero prestado.

Los investigadores que trabajan con esta comunidad me dicen que hay otros niños como José Luis, muy involucrados en el proyecto que allá se realiza. Otro niño se ha convertido en el técnico especialista a cargo de los cultivos experimentales en los que se está trabajando. Asiste a la escuela primaria por las mañanas y por las tardes, además de cuidar los cultivos, es “vaquero”. Los niños de la primaria rural que allá funciona han formado un “museo”: en dos modestos estantes de madera tienen una pequeña colección de fósiles y minerales que han recolectado en la región, así como muestras de plantas y animalitos, entre los que sobresale un murciélago conservado en formol. La disposición e interés que muestran estos niños habla bien de los maestros a cargo de la escuela.

Por cierto, el modelo de la nave Apolo construido por José Luis estuvo en exhibición en este museo pero fue sustraído por alguien a quien le gustó. Sin preocuparse mucho por ello, José Luis ya está construyendo el nuevo modelo que “ahora sí” va a volar.

He conocido a muchos niños y jóvenes, como José Luis y sus compañeros, y he tenido la satisfacción de poder atestiguar cómo algunos de ellos, a partir de un poquito de apoyo y el aliciente de quienes les rodean, así como por su propio esfuerzo y determinación, se han convertido en exitosos científicos. Pero también he experimentado la tristeza de ver como muchos de ellos no han podido remontar las duras condiciones que les fueron impuestas por la desigualdad social, siguiendo sus vidas entrayectorias desfavorables.

La creatividad científica es, sin duda, una de las capacidades humanas mejor distribuidas. No distingue raza, género, posición social o ideología. Para manifestarse basta con la presencia de un mínimo de elementos, aunque su desarrollo pleno requiere condiciones favorables, así como el nutrimento intelectual. Suele suceder que individuos con grandes dotes creativas se pierdan para la ciencia al no encontrar los medios y estímulos adecuados para su desarrollo, como podría acontecer con José Luis.

Para quienes duden del potencial de José Luis y niños como él, me permito recordar aquí a uno de los grandes matemáticos del siglo XX: Srivanasa Ramanujan, nacido el 22 de diciembre de 1887 en Erode, India, en el seno de una humilde familia. Fue a la escuela a los cinco años y sus extraordinarias facultades fueron advertidas inmediatamente. A causa de esto consiguió una beca para asistir a la escuela secundaria. La geometría le atrajo tempranamente y cuentan que, como no disponía de dinero para comprar suficientes cuadernos, realizaba sus cálculos en tierra suelta empleando una varita tomada de algún árbol. Cuando tenía 15 años encontró un libro de matemáticas avanzadas, leyéndolo por su cuenta y reproduciendo todos los resultados contenidos en él. Esto lo entusiasmó a tal grado que pronto empezó a formular y demostrar sus propios teoremas.

A los 16 años Ramanujan obtuvo una beca para ingresar a la universidad, perdiéndola al poco tiempo por su escaso dominio del inglés. A partir de ese evento todo fue miseria para Ramanujan. Intentó dos veces más presentar el examen de admisión a la universidad sin éxito alguno. En 1909 se casó sin contar con un empleo permanente. No obstante, siguió trabajando persistentemente por su cuenta en problemas matemáticos.

En 1911, cuando Ramanujan tenía 23 años, fueron publicados sus primeros artículos sin repercusión alguna. Siguió siendo un empleadillo. Su suerte cambió cuando fue convencido que enviara su trabajo al célebre matemático de Cambridge, G.H. Hardy. Con extrema generosidad Hardy revisó cuidadosamente el trabajo de Ramanujan, dándose cuenta que todo era ya conocido; pero le impresionaron la originalidad de las demostraciones y el saber que Ramanujan lo hubiese realizado todo por su propia cuenta. Hardy reconoció el genio de Ramanujan y le consiguió una modesta beca para que pudiese estar en Cambridge estudiando bajo su tutela. Luego de un sinnúmero de contratiempos, Ramanujan arribó a Cambridge en 1914, aprendiendo de Hardy todo lo nuevo e importante de la matemática de aquel tiempo. Fueron los años felices de Ramanujan; durante ese tiempo produjo lo más importante de su obra.

En 1917 una sombra se abatió sobre el destino de Ramanujan. Se descubrió que padecía tuberculosis avanzada, producto de las precarias condiciones en que vivió su infancia y adolescencia. Su salud decayó y tuvo que regresar a la India donde, pobre y olvidado por el mundo, murió. Hoy se le considera uno de los más grandes matemáticos del siglo XX.

Lo más trágico es que el caso de Ramanujan no es un caso aislado. Sigue repitiéndose a lo largo y ancho del planeta donde, como producto de la injusticia y la desigualdad, millones de niños y jóvenes con gran potencial para la ciencia y para convertirse en individuos útiles a su comunidad -como es el caso de José Luis y sus compañeros- se pierden en el olvido.

Me pregunto cuántos niños como José Luis -científicos en potencia- andan por ahí cuidando chivos, limpiando parabrisas, tal vez viviendo y durmiendo en las calles o padeciendo la miseria más extrema en comunidades rurales, sin ninguna otra alternativa a la vista.

Concluyo que aún cuando es posible apoyar en lo individual a algunos de estos niños y jóvenes –y, sin duda, hay que hacerlo- el problema de fondo no se resolverá con programas asistenciales; es necesario un cambio radical en la estructura socioeconómica para que todo niño en nuestro país tenga asegurada una vida digna y un futuro en que sus sueños se realicen y encuentren la felicidad.