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Sección: Estado de Veracruz

Reposicionamiento del charrismo sindical mexicano

Jorge Salazar 06/05/2024

alcalorpolitico.com


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“Vivir en una sociedad libre implica sobrepasar nuestros miedos” (Baruch Spinoza).

Recién los trabajadores “celebraron” el Día del Trabajo, cuyo origen se ubica en el siglo XIX. La absoluta descontextualización y cosificación de aquella gesta heroica, que tuvo lugar entre el 1 y 4 de mayo de 1886 en la ciudad de Chicago, ha minimizado tan memorable acontecimiento y, al mismo tiempo, reposicionado al nefasto charrismo sindical Mexicano.

Uno de los grandes logros de la “dictadura perfecta” (Mario Vargas Llosa) del PRI fue poner los sindicatos al servicio del capital, dejando en la indefensión a los trabajadores. Si bien algunos de sus líderes izquierdistas porfiaron en la formación política de cuadros, fueron sistemáticamente perseguidos, desparecidos, encarcelados o asesinados; otros fueron cooptados por el Estado para hacerlos funcionar como instrumentos de contención de rebeldías y maquinaria electoral. A excepción de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y otras pocas organizaciones sindicales, todos los sindicatos fueron desclasados. Por cierto, la CNTE ha convocado a un paro nacional que iniciará a partir del 15 de mayo, haciendo honor a su congruencia histórica.



Paradójicamente, fue en la cuna de las corporaciones capitalistas (Estados Unidos) donde la conciencia de clase había alcanzado un desarrollo notable en el siglo XIX. Los trabajadores, conscientes de su lugar en la generación de riqueza, se rebelaban contra la explotación de que eran objeto. En ese tiempo, los obreros laboraban de 12 a 16 horas diarias en condiciones infrahumanas; a pesar de que el Presidente Andrew Johnson había establecido, 18 años atrás, la jornada de 8 horas. Los salarios míseros y los abusos eran lo común; las vacaciones, aguinaldos o reparto de utilidades no existían. No obstante la salvaje explotación, los obreros se daban espacio para estudiar las causas de su pobreza. Descubrieron entonces que jamás podrían superarla mientras los dueños de las fábricas continuarán apropiándose de la riqueza producida por el obrero.

Así que el 1° de mayo de 1886, alrededor de 200 mil trabajadores de miles de industrias se fueron a la huelga general. Como era de esperarse, los patrones prepararon reprimirla, pues no estaban dispuestos a ceder en nada. El día 3, en Chicago, los policías dispararon a los trabajadores hiriendo a 6 huelguistas. Indignados, los gremios convocaron a una manifestación para el día siguiente. El plan de contención acordado con los políticos se radicalizó. Si no lo hacían, pensaban, después los obreros incrementarían sus demandas que, por supuesto, implicarían sacrificar ganancias y privilegios patronales; y, más que nada, ser cuestionados en su “autoridad”. Algo había que hacerse con los revoltosos, enemigos del progreso. Se aprobó escarmentar a los revoltosos comunistas.

El 4 de mayo, fueron dispuestos gendarmes armados con órdenes de detener la manifestación pacifica, calificada peyorativamente, como “La Revuelta de Haymarket”. Sin miramientos, los trabajadores fueron masacrados: hubo 38 asesinados, más de 200 heridos y 31 encarcelados. A 5 de los prisioneros se les condenó a la horca y 3 a prisión. En reconocimiento a su martirio se les nombró “Mártires de Chicago” (MCH). Pues gracias a su heroísmo, 3 años después (1889, en París), se declaró el primero de mayo “Día del Trabajador” y se reconoció la jornada de 8 horas de labor.



Actualmente la mayoría de las organizaciones sindicales, única herramienta propia constituidas para defender los intereses de la clase trabajadora, perdieron el rumbo: sus propósitos ya no son de liberación. A muy pocos dirigentes les importa conmemorar a los “Mártires de Chicago” cuyo sacrificio hizo posible la jornada laboral de 8 horas y el derecho humano a la sindicalización libre. Por esa razón, este evento, en lugar de conmemorarse con jornadas de concientización, lucha y de protesta, lo reducen a desfiles carnavalescos.

Pero como dijera José Martí, siempre hay hombres con decoro que mantienen encendida la llama de la esperanza de acabar con la explotación salvaje de que son objeto. Esos fuegos alumbran aquel sentido del sacrificio antes mencionado. ¿Por qué otros siguen respaldando a sus explotadores?

Esta pregunta tiene múltiples respuestas, dependiendo del enfoque abordado. Veamos cómo el premio Nobel de literatura, Bertrand Russell, la responde en su libro “Principios de Reconstrucción Social”:



“El hombre teme al pensamiento más que a cualquier otra cosa en el mundo. El pensamiento es subver­sivo y revolucionario; el pensa­miento es despiadado con los privilegios, las instituciones establecidas y las costumbres cómodas; el pensamiento es anárquico y fuera de la ley, indiferente a la auto­ridad. Sobre esto ,uno de los MCH, el carpintero Louis Lingg, dijo: “Me acusan de despreciar la ley y el orden ¿Y qué significa la ley y el orden? Sus representantes son los policías y entre éstos hay muchos ladrones (…) Yo repito que soy enemigo del orden actual y repito que lo combatiré con todas mis fuerzas mientras respire”. Continuando con Russell, este filósofo humanista reflexiona sobre el modo de pensar de los capitalistas: ¿Va a pensar libremente el trabajador sobre la pro­piedad? Entonces ¿qué será de nosotros, los ricos? Es mejor que los hombres sean estúpidos, amorfos y tiránicos, antes que sus pensamientos sean libres. Y este desastre debe evitarse a toda costa. ¡Fuera el pensamiento! Aquí caben las palabras de Adolf Fischer, periodista (MCH): “Si yo he de ser ahorcado por profesar mis ideas, por mi amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, entonces no tengo nada que objetar”.

El pasado 1° de mayo, ¿Cuántos líderes sindicales enriquecidos informaron a sus agremiados que el tipógrafo, George Engel (MCH), momento antes de ser ahorcado expresó a sus carceleros: “En qué consiste mi crimen. En que he trabajado por el establecimiento de un sistema social donde sea imposible que, mientras unos amontonan millones, otros caigan en la degradación y la miseria”. Seguramente ningún charro sindical informó a sus agremiados lo que el obrero Samuel Fieldman (MCH) dijo sobre la sociedad capitalista: “Se me acusa de incendiario porque he afirmado que la sociedad actual degrada al hombre hasta reducirlo a la categoría de animal. ¡Andad! Id a la casa de los pobres y los vereís amontonados en el menor espacio posible, respirando una atmósfera infernal de enfermedad y muerte”. Al respecto, el tipógrafo Michael Schawab (MCH), antes de subir al cadalso abundó: ”Todos los días se comenten asesinatos, niños son sacrificados inhumanamente, las mujeres perecen a fuerza de trabajar y los hombre mueren lentamente, consumidos por su rudas faenas y no he visto jamás que las leyes castiguen los crímenes”.



“Existimos en la medida en que movilicemos el pensamiento”

La expresión anterior, de Julio Anguita (JA), es aplicable a todos los seres humanos. El "poder político" sabe que incitar el pensamiento es peligroso para su permanencia. Por esa razón lo aturde y socava aliándose al poder económico. Buscan, sin tregua, convencer a los desposeídos de que sólo ellos son culpables de su pobreza. Que su condición de explotados emana del hecho de no aprovechar “las oportunidades” que el sistema les ofrece. Cuando esta patraña ha sido posicionada en la mente de los trabajadores, estos calladamente reprimen cualquier pensamiento rebelde. Ya sometidos, su sentido social, de lucha y de hermandad de clase le son prostituidos o anulados. Comienzan a concebirse como seres inútiles, desechables, improductivos y sin méritos. Caen en la frustración narcisista invadidos por un vacío existencial sólo rellenable con las drogas y el consumismo irracional. Terminan atrapados en la orfandad, resentimiento y temor; incapacitados para rebelarse contra la ignominia de su esclavitud.

La rebeldía es el posicionamiento con otros valores y la disposición de hacerles frente (JA).



Sin duda, conseguir que un trabajador se autoculpabilice de su pobreza es uno de los mejores logros del capitalismo. Millones de trabajadores creen a “pie juntillas” ser merecedores de sus cadenas, ya no se quejan. Pues si lo hicieren les degradarán su fuerza vital de rebeldía hasta matarla, si es necesario (les dicen). Resulta cierto lo dicho por Julio Anguita (JA), sobre el trabajador domesticado “Será incapaz de manifestar ese rayo de luz, de inteligencia, de voluntad de gritar ¡No me da la gana decir que sí! Yo no asumo esta podredumbre y lucho contra ella. A pesar de todo, la liberación asoma ya por algunos lares; son tiempos de recuperar la soberanía de pensar.

Saludo fraternos a los trabajadores que alzaron la voz por su clase y en solidaridad con Palestina.