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Sección: Estado de Veracruz

Libertas

Sobriedad en cuerpo y alma, la visión de Albert Einstein

José Manuel Velasco Toro 18/04/2019

alcalorpolitico.com

Cuando escuchamos el nombre de Albert Einstein de inmediato lo relacionamos con su teoría de la Relatividad, por el efecto fotoeléctrico o sencillamente por su famosa fórmula E = mc2. Como físico teórico escudriñó el universo para comprender su movimiento y dinámica, pero como pensador inquieto también escudriñó el universo humano. Y poco se conoce ese lado filosófico, en momentos casi místico, de Einstein. Su curiosidad fue más allá de la relatividad, de los hoyos negros, del tiempo y del espacio, para, también ubicarse en lo que él considero fundamental como hijos de la Tierra: “estamos para los demás”.

A través de la lectura de diversos escritos, unos cortos otros más extensos, compilados en la obra Mi visión del mundo (TusQuets Editores, 2013), se puede conocer su pensamiento social, filosófico, religioso y político.

Comentemos un poco de su mirar social y educativo. En el breve e inicial ensayo, “Mi visión de la vida”, escribió: “Pienso mil veces al día que mi vida externa e interna se basa en el trabajo de otros hombres, vivos o muertos”. Einstein fue consciente de la explotación del trabajo humano y de cómo el trabajo de los demás sostenía la economía. Realidad que consideró inequitativa por lo cual se sintió, y así actuó, “inclinado a la sobriedad”. Para él la justicia, la tolerancia y la responsabilidad eran, no conceptos, sino actitudes de vida que debía observar la humanidad y tratar de llevar una vida externa modesta sin pretensiones porque, enfatizó, “es buena para todos en cuerpo y alma”.

Creía que la satisfacción y felicidad no eran fines absolutos, como también creyó que los ideales que podían irradiar en nuestra vida eran la bondad, belleza y verdad. Principios éticos que siempre opuso a las “banales metas de propiedad, éxito exterior y lujo”, sofisticaciones de la sociedad capitalista que siempre le “parecieron despreciables desde la juventud”.

Si bien uno de los rasgos de la personalidad que le caracterizó fue la soledad, soledad por demás necesaria para tener la tranquilidad externa que le permitía realizar los complejos experimentos mentales mediante los cuales visualizaba sus ideas, también le caracterizó su pasión por la justicia social.

No sólo vio el Cosmos en su inmensa belleza y plenitud, también vio hacia el universo de lo humano que lo concibió como la “cuna del arte y de la ciencia”, de la razón y la belleza, de esa existencia que es dable para el intelecto. Su ideal político fue la democracia, el principio ético esencial el respeto al individuo “en tanto persona”, el fin social la justicia.

De ahí que afirmó: “Sé, claro está, que para alcanzar cualquier objetivo hace falta alguien que piense y que disponga. Un responsable. Pero de todos modos hay que buscar la forma de no imponer a dirigentes. Deben ser elegidos”. Tras de esto externó su rechazo al culto idolátrico hacía alguien, porque lo consideró el inicio de los “sistemas autocráticos y opresivos” que, finalmente, desembocan en la dictadura controlada por “tiranos” y “verdaderos canallas” que se valen de lo masivo porque las masas son indiferentes al pensamiento reflexivo y manipulan la violencia que “atrae a individuos de escasa moral”.

Para Albert Einstein la paz es la utopía de la humanidad, la educación condición necesaria para una independencia en el pensar crítico, su aspiración el entendimiento fraternal entre los pueblos, el trabajo alegría por el conocimiento, la sobriedad condición necesaria para el cuerpo y el alma. Por eso estuvo siempre contra la guerra y contra el ejército. Nunca ocultó su desprecio hacia los regímenes militaristas como el de Hitler en Alemania, Stalin en la Unión Soviética y Mussolini en Italia.

Y en el ensayo comentado, escribió: “Qué cínicas, qué despreciables me parecen las guerras- ¡Antes dejarme cortar en pedazos que tomar parte en una acción tan vil!”. Para él la guerra no es mas que un derivado de la corrupción sistemática a la que es sometido el sentido de los pueblos por personas e instituciones “interesadas económica y políticamente en la guerra”.



Así como el creyó que el misterio era lo más hermoso en sentir, misterio que mueve nuestra emoción e impulsa al conocimiento, a la realización del arte y a comprender la Naturaleza, así también fue un convencido de que la educación coadyuva a despertar el espíritu humano.

Pero para que ello fuera (sea) posible, recalcó que la educación escolar debía ir más allá del mero acto de enseñar una especialización, de dar información y de creer que aprender es memorizar para repetir lo enseñado. La educación debe dejar su manía por el exceso de materias, de datos, de información que sólo conduce a la “superficialidad y a la falta de una cultura verdadera”. Ello no es más que “simulación de lo externo” que convierte a las personas “en algo así como máquinas utilizables, pero no en individuos válidos”.

La educación, siempre insistió, debe dar independencia en el pensar, en el sentir aquello a lo que se puede aspirar, de procurar el sentimiento de lo bello, “de lo moralmente bueno”. Fue un convencido de que ética y moral podía conducir a una mejor convivencia humana y que ambas eran metas cercanas a las tareas del arte. Por ello la educación debe crear condiciones para “aprender a comprender las motivaciones, ilusiones y penas de las gentes para adquirir una actitud recta respecto a los individuos y la sociedad”.

Y en ello radica la enseñanza de las “Humanidades y no en un conocimiento árido de la Historia y de la Filosofía”. Cerramos estos breves, muy breves comentarios con palabras del propio Albert Einstein: “La enseñanza debe ser tal que pueda recibirse como el mejor regalo y no como una amarga obligación”, porque el verdadero arte del maestro es “despertar alegría por el trabajo y el conocimiento”. Verdad dicha en la primera mitad del siglo XX. Verdad vigente en la segunda década del siglo XXI.