Cuánto deseamos que se acabe esta pandemia, que nadie más tenga que morir, que las personas se recuperen de los contagios, que el pan no falte en la mesa de las familias, que todos encuentren un trabajo digno, que haya condiciones para recuperar por lo menos una parte de la convivencia social que se ha tenido que ir limitando.
La pandemia vino a exhibir y confirmar la debilidad de nuestro país. No tenemos un país como presumen e idealizan nuestros gobernantes; ahí están todas las evidencias que arrojan no sólo los datos duros en materia de seguridad, salud y economía, sino también los casos dramáticos y dolorosos de todos los días, aunque oficialmente haya mucho desdén para rechazarlos.
Duele tanto constatar que los gobernantes se siguen moviendo con prepotencia e insensibilidad ante este pueblo que sufre. Frente a la emergencia que exige una acción más decidida se mueven con indiferencia y frialdad, como si viviéramos tiempos de bonanza y prosperidad.
Nuestro grito al cielo es sincero, así como la esperanza que nos mantiene perseverantes en medio de la aflicción y la crisis que ha caído sobre nuestro país. Luchamos por los demás, no nos dejamos vencer y nos esforzamos por socorrer a los que más sufren en esta contingencia.
La vida es tenaz y nos levanta para luchar contra cualquier obstáculo que enfrentamos. Lo primero es la vida que nos hace experimentar un deseo innato de conservarla, defenderla y cuidarla. Por supuesto que también se enseña a defender y cuidar la vida, pero hay una realidad mucho más profunda en el alma, una voz clara en nuestra conciencia que de manera instintiva nos compromete en la defensa y cuidado de la vida humana.
Por eso, en el momento más crítico de esta lucha, cuando ni siquiera tenemos asegurada la vida para mañana, cuando queremos más vida y luchamos contra tantos factores adversos que amenazan con destruir la vida, el Congreso de Veracruz se ha puesto del lado de la muerte y de la crueldad sentenciando a los niños más indefensos de nuestra sociedad, los que crecen en el seno materno. Ha dejado de representar al pueblo para representar a los organismos internacionales que promueven la ideología de género, facilitando de esta manera la colonización cultural de nuestro país.
¿Cómo pedir la ayuda al cielo para superar esta pandemia, cuando no se tiene piedad con los bebés más indefensos permitiendo el aborto? ¿Cómo suplicarle a Dios que bendiga todos los esfuerzos que se hacen para superar la noche negra de Veracruz, cuando los diputados prolongan más la oscuridad con este mecanismo de muerte?
Pensando en el procedimiento de los legisladores que traicionaron su propia conciencia apoyando un movimiento que empuja una agenda ideológica, se puede uno preguntar: ¿Qué les hizo la vida si todo lo han recibido? ¿Por qué ensañarse contra ella si la vida no deja de ser generosa y porfiada para mantenernos en la existencia, a pesar de exponerla y de no ser agradecidos?
En esta lucha centenaria e inaudita, estamos a favor de la vida, pero está más que claro que es la vida la que está a nuestro favor, ya que nos corona con sus dones y se sigue derramando a manos llenas.
Si la vida nos ha elegido ¿por qué se elige la muerte? ¿Qué nos ha pasado para llegar a estos extremos? ¿Por qué una política, si acaso esto puede ser política, pretende generar muerte cuando la vocación política se distingue por promover y defender la vida de todos? ¿Por qué condenar y dar muerte cuando la vida sigue siendo amable y generosa con nosotros? ¿Por qué incluso se pasan por alto los fundamentos científicos para imponer una postura ideológica y adulterar nuestras leyes?
Ante este panorama desalentador propiciado por la cultura de la muerte y la ideología de género, donde México y el Estado de Veracruz siguen siendo blanco de los ataques sistemáticos a la vida y la familia, nuestro pueblo no dejará de luchar por el valor inalienable de la vida humana, a pesar de no contar con las autoridades y los legisladores. El pueblo veracruzano que ama la vida tiene bien presente, ante una ley injusta y cruel como ésta, lo que decía Lucio Anneo Séneca: "El honor prohíbe acciones que la ley tolera".
Estamos a tiempo para reorientar el rumbo de nuestra sociedad reconociendo que al alejarnos de Dios y expulsarlo de la sociedad quitamos peligrosamente las bases que garantizan la estabilidad, la paz y la fraternidad.
Es tiempo de volver a Dios y de exigirle a nuestros gobernantes que rectifiquen el camino respetando la ley que está inscrita en nuestros corazones. Los legisladores no pueden olvidar lo que afirmaba Rubén Darío:
“¡Ay del que no advierte
que hay un supremo Juez de juzgadores,
que hay otra Ley sobre la ley del fuerte;
que al pasar los umbrales de la muerte
los vencidos serán los vencedores!”
Nos toca mostrar nuestro repudio a esta ley perversa y hacer valer el derecho humano a la objeción de conciencia, teniendo en cuenta, como decía Lope de Vega: “Todo lo que manda el rey, que va contra lo que Dios manda, no tiene valor de ley ni es rey quien así se desmanda”.