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Columnas y artículos de opinión
De Interés Público
El linchamiento de los revoltosos
Emilio Cárdenas Escobosa
31 de agosto de 2013
alcalorpolitico.com
¡La Ciudad de México ha sido secuestrada por hordas de vándalos que se hacen llamar maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación! claman con voz estentórea locutores y lectores de noticias de la radio y televisión.
 
¡México es rehén de una minoría y el Poder Legislativo se ve amenazado! ¡El evento del primer Informe del presidente Peña Nieto ha debido sufrir ajustes por la presión de los revoltosos! ¡Se tuvieron que posponer partidos de fútbol! ¡Vivimos días aciagos! Es el coro de las buenas conciencias atizado por columnistas, lectores de noticias y comunicadores orgánicos.
 
Histéricos y terriblemente descompuestos, los creadores de la opinión pública muestran lo mejor de su verdadero oficio e imparten cátedra de anti periodismo en noticieros y mesas de debate televisado, a propósito de esta coyuntura.
 

La República está en peligro alertan las buenas conciencias. Nos acechan los ultras de la izquierda más pedestre, los docentes de la Coordinadora renuentes a aceptar las bondades de la reforma educativa que seguramente nos pondrá entre las naciones mejor educadas y cultas del planeta, los agitadores y enajenados de siempre que ahora, horror de horrores, harán causa común con los seguidores del mesías tropical Andrés Manuel López Obrador y los trasnochados que se oponen a la privatización de Petróleos Mexicanos. Todos conspiran contra la “normalidad democrática”, contra el diálogo en el Congreso, contra los acuerdos en comisiones, contra el cabildeo y el arte de construir acuerdos en lo oscurito, atentan contra el gran futuro que nos espera –reza la publicidad oficial- con la reforma energética.
 
¡Pemex es de todos los mexicanos y, como dicen que dijo Lázaro Cárdenas, quien no quiera modernizarlo y permitir la inversión extranjera es un apátrida! Como vociferan en distintos tonos los forjadores cotidianos de la normalidad política del país y los comunicadores constructores del consenso que la hace posible. Estamos ante un acto de fe.
 
De actos de fe está pletórica la liturgia política nacional y a su prédica para transmutarlos en dogma sirven –faltaba más- los ministros de este culto desde la redacción, el púlpito hertziano o el espacio radioeléctrico: el presidente lo puede todo, el combate a la corrupción va a fondo (caiga quien caiga), los programas sociales no se usan con fines electorales. Misterios insondables de la liturgia nacional a los que día a día se suman nuevos dogmas: Pemex no se privatiza, la inseguridad va a la baja, la impunidad no tiene cabida, el PRI ya se renovó, la economía está estable y solo con las reformas estructurales México resolverá todos sus problemas. La fe mueve montañas.
 

Efectivamente, como nos han dicho hasta la saciedad en los días que corren, la Ciudad de México está secuestrada por contingentes de maestros que, desde luego, han extremado sus protestas, causado daños en la sede del Poder Legislativo y graves trastornos a la vida cotidiana de los capitalinos. Sus métodos de lucha o de protesta no se comparten, pero debe aceptarse que son manifestación del hartazgo, de las difíciles condiciones materiales en que desarrollan a diario su labor docente, de que no se tomaron en cuenta sus demandas ni se dialogó con ellos antes de que se anunciara con bombo y platillo la reforma educativa que hoy cuestionan con acritud y, con sus actos, en los límites de la ilegalidad.
 
Pero la protesta magisterial es a su vez expresión de problemas más profundos, que no se resolverán, por el contrario, con medidas de fuerza, con el garrote, gases lacrimógenos y cientos de granaderos y policías federales.
 
Porque, bien visto, las instituciones de la República, el estado de derecho, la procuración de justicia, la seguridad pública, la representación popular, el derecho a la información y el ideal de la normalidad democrática también están secuestrados.
 

Son rehenes de los intereses partidistas, de los proyectos presidenciales, de la lucha descarnada por el poder de las corrientes internas de los partidos, de los chantajes de camarillas y grupos facciosos, de izquierda o derecha, de los negocios al amparo del poder, de la impunidad, de los contubernios entre las grandes empresas de comunicación y el poder político, del afán de muchos políticos en volverse empresarios o potentados y de la habilitación de empresarios como políticos que solo se dedican a hacer los grandes negocios en beneficio propio, de la simulación en que se funda el gran catálogo de usos y costumbre de la política mexicana al que mansamente estamos habituados. México es rehén, sí, pero de los intereses creados.
 
Somos rehenes, además, de nuestra propia apatía y conformismo, de la abulia para exigir rendición de cuentas a los gobernantes, de nuestra proclividad al negocio fácil, al dinero rápido, al agandalle al que se deje; somos víctimas de nuestras taras y miserias en materia educativa y cultural, de la impotencia que deriva en desencanto, desmovilización, violencia, desintegración familiar y social. Estamos, pues, secuestrados y seguimos tan campantes. El Síndrome de Estocolmo está felizmente instalado entre nosotros. Dios bendiga a nuestros captores y sigamos informándonos por la televisión.
 
En la compleja coyuntura actual ¿Ayuda en algo el llamado a la mano dura? ¿Contribuye a la reflexión ecuánime sobre lo que ocurre? ¿Sirven las medidas de fuerza, en aras de la pretendida legalidad, para serenar los ánimos? ¿Resolverá los problemas y erradicará la protesta popular? Desde luego que no. Si de poner en riesgo a la democracia se trata, tanto daño le hacen los radicalismos de los líderes magisteriales y sus huestes como las amenazas, la prepotencia y la intolerancia de la derecha y el mal entendido principio de autoridad.
 

Es hora de privilegiar el diálogo y poner las cosas en contexto. Los maestros no son unos flojos o delincuentes como tan a la ligera los satanizan. Se deben escuchar sus propuestas y demandas, antes que crucificarlos y victimizarlos. México es una pradera seca y a estas alturas jugar con fuego puede desencadenar un incendio que lo abrace todo.
 
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