Ir a Menú

Ir a Contenido

Universidad Anahuac

Sección: Vía Correo Electrónico

Como ha ocurrido antes, aspirantes a la Rectoría de la UV dejan de lado el tema laboral

- Ejemplifica que, con 28 años de servicio, no ha logrado subir un solo escalón en el renglón presupuestal

- Felipe Casanova, creador laureado en diversos países, se jubiló con salario de locutor

- Trabajadores de confianza han contribuido al fortalecimiento de la institución, argumenta

15/07/2021

alcalorpolitico.com

Aspirantes a la Rectoría de la Universidad Veracruzana
Presentes:


En relación a las declaraciones que los aspirantes a la Rectoría de la Universidad Veracruzana han manifestado respecto a allanar los caminos que conduzcan a la reconstrucción de la Universidad Veracruzana como centro de pensamiento y equidad, me permito, afablemente, plantear mi sentir como trabajadora de dicha institución.



En las propuestas para ocupar la Rectoría de la Universidad Veracruzana se ha hablado de todo: programas de estudio, espacios, crecimiento, etcétera; no obstante, el tema laboral, como ha ocurrido en anteriores administraciones, ha quedado de lado.

Y si bien es cierto que el objetivo de la educación es formar individuos desde el interior de las aulas y que el fin último es saberlos insertados en el rubro laboral y contribuir con ello al crecimiento económico del país y enorgullecimiento de la patria, también es cierto que el mundo lo hacemos todos.

Ese “todo incluye” a los trabajadores. También los trabajadores de confianza contribuimos al engranaje de esta gran maquinaria llamada Universidad. Sin embargo, en cada nueva administración el tema laboral queda de lado como si se tratara de un tema menor.



Somos muchos los trabajadores de la vieja guardia quienes por décadas hemos contribuido al fortalecimiento de la institución; desde el mostrador de una biblioteca, desde un laboratorio, detrás de un escritorio, etcétera, teniendo como escuela formativa a la propia Universidad, que nos ha pulido en la práctica laboral, creciendo paralelamente con la institución y desarrollando actividades fuera de ella.

Hablo por mí, claro, que, tras 28 años de servicio, habiendo ganado un par de premios literarios, publicado libros, artículos, ofrecido charlas y conferencias en distintas universidades dentro y fuera de México, no he subido un solo escalón en el renglón presupuestal.

Hablo por mí, sí, pero también hablo por muchos de mis compañeros en la misma situación.



Un caso claro es el de Felipe Casanova, formado en el tema de las artes escénicas por el director de teatro y coreógrafo japonés Seki Sano. Felipe participó en el 7° Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) con su largometraje documental Pueblos unidos (2009), que recorrió una treintena de festivales alrededor del mundo, entre ellos el 18° Festival de Biarritz de Cine y Culturas de América Latina, Francia; el 32° Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, La Habana, Cuba; y el 4° Festival Internacional de Cine Documental de la Ciudad de México. Y que obtuvo, por esta obra, el Premio Desarrollo Sostenible y Ecología en el 2° Festival Internacional de Cine Invisible “Film Sozialak” de Bilbao. Mención Honorífica en el 27° Festival de Cine de Bogotá (Bogocine), Colombia. Sólo por mencionar parte de su obra, sin embargo, tuvo que cargar con el peso de ser autodidacta. Se jubiló con sueldo de locutor en Radio UV, sin que, a ninguna autoridad universitaria, ni por atisbo, se le hubiera ocurrido voltear a ver su obra.

Si a un empleado de a pie se le ocurre acercarse a un funcionario para mostrarle su trabajo, para pedir que le mejore su situación laboral, la autoridad universitaria prefiere no responder. Es un mensaje tácito que dice: “Lo siento, no estamos al mismo nivel, soy una persona muy ocupada”. Esos funcionarios siempre tienen excusas que hay que celebrarles: está en una reunión, no pueden atender a un mortal trabajador.

Me pregunto si será posible que en esa nobleza, práctica y acomodada de una academia clasista se pueda cumplir ese objetivo equitativo del que tanto se habla.



Somos incapaces de aceptar el coraje del otro para enfrentar situaciones arriesgadas y no tener que reconocernos pusilánimes, sin valentía ni espíritu para escuchar propuestas.

En muchos casos adjudicarse algún premio literario, un reconocimiento, puede llegar a resultar más perjudicial que beneficioso. Las autoridades prefieren hacer de lado al empleado galardonado, ignorar su obra o mostrar desprecio por ésta, no se le vaya a ocurrir querer pedir un aumento salarial.

No deja de sorprender esa manera tan nuestra de descalificar a los demás, de no reconocerles sus méritos y sus aptitudes, de siempre querer bloquearlos, de ensuciarlos con comentarios malintencionados. Recuerdo una ocasión que necesitaba ir a recibir un premio literario que me había otorgado el Gobierno del Estado, mi jefe de entonces se negó a firmarme un permiso económico para ir a recogerlo.



Parece que no nos damos cuenta de que, en esa acción mezquina de descalificar al otro, de anularlo, nos estamos descalificando a nosotros mismos y creamos ambientes de mediocridad al nuestro alrededor, por eso las comunidades donde domina este tipo de mentalidad difícilmente progresan.

Por otro lado, siguen imperando las viejas prácticas en las cuales no importa cuán formado esté un trabajador, se sigue favoreciendo al recomendado mientras la vieja guardia sigue viendo pasar las promociones como algo inalcanzable.

No es remoto que las autoridades se incordien por mi atrevimiento al preguntar qué propuestas hay para el personal que muy a pesar de los años de experiencia nunca ha escalado un solo renglón presupuestal.



La verdadera escuela cuestiona, inquiere, interroga a una sociedad, la pone contra la pared, la obliga a ir, siempre, más adelante de sí misma.

Parece que hemos olvidado que se estudia para sensibilizarse, para aprender no para tener el poder y someter. Se estudia por amor, por obcecación, porque se está seguro que la labor de unos contribuirá en el quehacer de otros, porque el arte, los años de lectura y de escritura le otorgan sentido a esta nuestra miserable condición humana.

Leticia Luna Varela