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Universidad Anahuac

Sección: Estado de Veracruz

México guinda: ¿Símbolo de victoria o de regresión democrática? I

- Resultados electorales ratifican el ejercicio tramposo del poder público para asegurar su permanencia

- Importó más la aceptación popular fácil que consolidar el potencial nacional

- Urge limpiar la política y la gestión pública para superar los enormes desafíos actuales

Víctor A. Arredondo 10/06/2024

alcalorpolitico.com

AMLO hizo realidad su sueño dorado, regresarnos a un sistema político unipartidista, a un mapa nacional pintado de guinda que queda en el imaginario colectivo como la joya de la corona de la 4T. No importa que se trate de un espejismo monocromático, creado a costa de discursos rijosos dirigidos a dividir al país, actos electorales ilegales desde el propio gobierno y reparto de dinero sin acciones firmes para consolidar los auténticos pilares de la superación nacional. Esa imagen del México unicolor, triste nieta del priismo del siglo pasado, alimenta el ego de quienes continúan pensando en la revancha, en lugar de la unión de fuerzas para abatir los enormes desafíos de nuestro País. Y la ambición mostrada para apoderarse del País aún no termina, a pesar de los aplastantes resultados electorales conseguidos, que ponen en ridículo a México como una sociedad hegemónica, primitiva. En los últimos días de su gobierno, López Obrador quiere más: quiere llevarse lo único que queda, el Poder Judicial, el órgano electoral ciudadano y la oficina a cargo de la transparencia pública, con el fin de asegurar el absolutismo, típico de una monarquía. Eso sucede en un sexenio que termina sin cumplir su promesa de “no mentir, no robar, no traicionar”.

Si bien se reconoce como un acto de justicia social el aporte de AMLO a la distribución más equitativa de recursos públicos y al incremento real de salarios y pensiones, su gran falla política es que no emprendió acciones serias para enderezar las condiciones que mantienen la marginación mexicana. Esto significa que la ayuda que se entrega para el gasto familiar no será suficiente para que los beneficiarios superen la estrechez económica y de calidad de vida; por el contrario, fomentará la dependencia permanente a esa ayuda gubernamental. La gran pregunta es: ¿por qué no trabajó en mejorar las condiciones que permiten empoderar al pueblo mexicano mediante servicios públicos de calidad que acrecienten la auto estima y la auto eficacia personal y colectiva, así como la organización comunitaria? AMLO sabía bien sobre el impacto favorable en su imagen del beneficio monetario de corto plazo entregado a familias, adultos mayores y jóvenes; ¿pero, nunca pensó en que eso era insuficiente? Esa interrogante quedará como tema de aclaración; porque no es posible superar la marginación sin abatir la ignorancia. ¿Acaso le resultó útil aprovecharse de la ignorancia para manipular a los marginados y mantenerlos como sujetos dependientes de las dádivas gubernamentales, a cambio de votos?, ¿de qué sirve un poco más de dinero si las madres trabajadoras no cuentan con programas de atención profesional para sus hijos mientras laboran, ni de soporte para la integración familiar o para al combate a la violencia en el hogar o al embarazo adolescente?

Es difícil aceptar que alguien que conoce la realidad comunitaria de hoy, pueda pensar que algo más de dinero es suficiente para enfrentar la compleja situación que vivimos. Es ampliamente conocido el deterioro que propició este gobierno en el sistema educativo, en los servicios de salud y los programas de alimentación popular, en las viviendas y entornos de convivencia popular, en la seguridad pública, el empleo certificado bien pagado, las inversiones en industrias y empresas limpias, en la certidumbre jurídica, la infraestructura pública y en el fomento de proyectos culturales que empoderan a la gente.



Quienes han buscado analizar el fondo y razón de los resultados electorales recientes, sugieren la existencia de factores que tienen grandes implicaciones en el quehacer público. Uno muy relevante, está relacionado con procesos psicológicos que llevan a que los individuos y la colectividad se adapten a la realidad imperante. Así como en tiempos de guerra la población aprende a sobrevivir bajo condiciones de extrema escasez y violencia, un amplio segmento de nuestra sociedad parece haberse adaptado a las tragedias diarias del crimen imperante, de la corrupción, la impunidad y la precariedad en las condiciones de vida. Eso se ilustra con resultados demoledores que reflejan que alrededor del 80% de los mexicanos está satisfecho con la realidad actual. Pareciera que lo que mueve a la mayoría de la población es el cortoplacismo; esto es, el resolver lo de hoy, sin importar el mañana.

Y eso, aunque en el camino trastoquemos nuestros patrones tradicionales de honestidad, convivencia armónica y solidaridad: las malas noticias, la penetración de lo delictivo en la vida cotidiana y la impotencia ante la impunidad, han convertido al mexicano alegre y cortés, tipificado en el mundo con el lema de “mi casa es tu casa”, en individuos malhumorados de “mecha corta” y de “malos modales”, como solían decir nuestras abuelas. Nos molesta la relación interpersonal crítica; pero estamos dispuestos a soportar a un político que recurre a la ilegalidad, la simulación y a no hacer nada por la sociedad, siempre y cuando nos ofrezca algún beneficio personal directo. Bajo esas condiciones, no debe extrañarnos que el discurso de Morena sólo se concentrara en la pérdida de los programas sociales si no se votaba por “el carro completo”; no necesitaban prometer cosas como mejorar la educación, la salud o la seguridad pública. Fue así que la mayoría de los electores mexicanos prefirieron el beneficio monetario que resuelve hoy la escasez cotidiana, sin tener que sopesar los deplorables resultados gubernamentales de Morena en asuntos públicos de enorme trascendencia para el futuro de nuestro país.

Otro factor que contribuyó al resultado electoral que conocemos fue la estrategia de comunicación usada por “el presidente de todos los mexicanos”: dividir al país en dos bandos, los que no tienen contra los que tienen. Aún no sabemos las secuelas que habrá en México como consecuencia de esa torpe y manipuladora política, impropia de un Jefe de Estado y típica de un “provocador de masas”. Esa polarización social que llevará tiempo redirigir hacia la concordia nacional necesaria para el logro de grandes metas de beneficio común, sólo pudo originarse en una persona dispuesta a usar cualquier medio para lograr sus fines, por más ruin que sea el medio utilizado. A fin de cuentas, la regresión democrática de la que hablamos, se debe a la fantasía hecha realidad de quien se esforzó por imponer “su ideología hueca”; de quien define a los que piensan distinto como traidores a la patria; de quien no cree en la pluralidad de ideas como cimiento de las grandes civilizaciones; de quien, en plena era de la sociedad y la economía del conocimiento, desecha el talento y la autonomía reflexiva porque son enemigos de su dogmatismo personal, cargado de limitaciones cognitivas y complejos. Todo ello se podría explicar porque a lo largo de los 14 años que tardó en terminar sus estudios universitarios, después de reprobar 16 materias, entre ellas la de Estadística (por eso siempre tiene “otros datos”), no logró comprender el sentido universitario de la pluralidad y del intercambio de ideas, de los consensos expertos y de la necesidad de someter teorías, hipótesis y ocurrencias ante el filtro de la ética o de la verificación empírica, antes de tomar decisiones públicas de gran impacto social.



No tengo a la vista un antecedente similar sobre su exceso de haber reclamado públicamente a la UNAM que se había “derechizado”; simplemente, porque no se sujetó a los designios “de un presidente cuya palabra es la ley”. Es por la misma razón que se atrevió a poner en duda las leyes promulgadas acumuladamente por el legislativo, desde la independencia de México, con su escandaloso dictamen de que no le vinieran con “el cuento de que la ley es la ley”. Si era capaz de ridiculizar la labor de la máxima casa de estudios del país y el contenido de la propia Constitución, cómo no iba a hacer lo mismo con sus “contrincantes”. Para ello encontró su mejor argumento: se trata de críticas de un bloque enemigo invisible, común, homogéneo, clandestino, donde todos se han puesto de acuerdo para derrocar al gobierno. No fue capaz de considerar otras opiniones como aportes genuinos para mejorar la gestión pública. No sólo rechazó iniciativas de su propio gabinete, sino que expulsó del paraíso de la 4T a aquellos funcionarios que disintieron de sus ocurrencias. En cambio, los aduladores que siempre ha tenido disponibles, conocen su patología por recibir alabanzas constantes; y por eso les va bien. Ahí los tenemos a la vista.

Su política de austeridad sirvió sólo para los demás, porque su oficina aceptó usar, de manera irracional, los insuficientes recursos públicos para sus fastuosas e improductivas mega obras. Ello se debió a su trasnochada obsesión por el culto a su persona, por la trascendencia atemporal, al grado de auto promoverse como héroe nacional, al mismo nivel de Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero y Zapata. No importó que en búsqueda de la heroicidad recurriera a la ilegalidad, a la permisividad del desorden social, a las alianzas turbias, a la regresión democrática y a representar un gobierno de resultados insignificantes salvo en el tema electoral para el que trabajó todos los días. Sin recato alguno, recurrió a las viejas triquiñuelas usadas desde tiempos del priismo monopólico y corporativo; por una simple razón, se arropó de viejos líderes, operadores del voto y ex gobernadores de ese partido que se prestaron a hacer alianzas electorales y a ceder su know how y estructuras territoriales, a cambio de impunidad para disfrutar en paz sus fortunas mal habidas. La siguiente entrega se referirá al cuestionable papel de “los líderes” de la oposición.


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Artículos de esta serie:
México guinda: ¿Símbolo de victoria o de regresión democrática? I
México guinda: ¿Símbolo de victoria o de regresión democrática? II