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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Un país de papel y uno de verdad
Miguel Molina
15 de marzo de 2018
alcalorpolitico.com
Uno tiene la sensación de que hablan de dos países distintos. Están sentados en la misma mesa, ante micrófonos y computadoras y tabletas y teléfonos inteligentes, y leen en voz alta o baja documentos que mencionan cifras y porcentajes y planes y acciones para que se ejerzan y se respeten los derechos de los mexicanos.
 
Por un lado, una veintena de expertos en derechos económicos, sociales y culturales. Por el otro, dos veintenas de funcionarios mexicanos que vinieron a explicar qué hace el gobierno para cumplir sus compromisos.
 
Más allá, en todas partes, asistentes, escribanos, periodistas, representantes de organizaciones no gubernamentales, daban fe y anotaban lo que se decía en el salón de sesiones del primer piso del Palacio Wilson de Ginebra. Uno oía y pensaba que casi todo lo que se dijo ya se había dicho ahí o en otra parte, o se diría en un futuro no lejano.
 

El lunes, por ejemplo, cuando hacía frío en el resto de la ciudad, en el tibio ambiente del salón los expertos del Comité de la ONU para los Derechos Económicos, Sociales y Culturales pidieron cuentas sobre el combate a la corrupción. Pidieron estudios, cifras, nombres, fechas.
 
Los representantes de México no supieron qué decir y se limitaron a ofrecer que enviarían más tarde los datos que no pudieron llevar a una reunión en la que se iba a hablar precisamente sobre el tema. Los intérpretes temblaban en sus cubículos cada vez que un mexicano comenzaba a leer documentos con voz apresurada y monótona.
 
Y luego fue martes. Llovía. Como otras veces en otras sesiones con otros comités de expertos, las preguntas sobre aborto, educación, vivienda, salud, malnutrición, acceso al agua potable, desplazados internos, empleos, recibieron respuestas farragosas y la promesa de enviar más información pronto, que en este caso puede ser a más tardar este jueves.
 

Al final de la sesión, Miguel Ruiz Cabañas, subsecretario de Relaciones Exteriores para Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos, me dijo que estas revisiones sirven de algo: "No vinimos a esconder nada ni a ocultar nuestros desafíos y los retos que tenemos como país. Fue un ejercicio realmente útil: aquí se trata de hacer un diálogo constructivo, identificar problemas y retos que no son exclusivos de México. Es un desafío permanente".
 
Pero hay mexicanos cuya realidad no se ve reflejada en las cifras que se ofrecieron, le dije, y en sus vidas no hay mucho lugar para el optimismo. Los indicadores macroeconómicos no se ocupan de las personas. ¿Qué les puede decir un subsecretario a ellos?
 
"(Que) lo que hace el gobierno es presentar los agregados que dan las estadísticas a nivel nacional, que son las que tenemos que presentar acá", respondió el subsecretario entre el bullicio de las despedidas. "En segundo lugar, que eso no implica que no estamos conscientes del enorme reto que significa para el país la situación de cada uno de los mexicanos. En tercer lugar, que sí se han hecho progresos".
 

Según Ruiz Cabañas, en las sesiones con los expertos en derechos humanos quedó reflejado que en muchos lugares de México "tenemos un problema de calidad: de calidad del agua, de calidad educativa, de calidad en algunos o muchos de nuestros servicios. Hay un problema de calidad. Para mí ese es el gran reto del país en los próximos años".
 
Cuando salí a la calle seguía lloviendo y hacía frío. Porque soy veracruzano pensé en Veracruz (como en otras partes), donde hay cientos de miles de pobres, de subempleados y de desempleados, sin servicios, que viven a veces de un día para otro con el temor constante por lo que está pasando y por lo que puede pasar, con la certeza de que las cosas no van bien y lo más probable es que no mejoren pronto.
 
Es verdad que alguien – que casi siempre es el gobierno – ve las cosas públicas con optimismo, y ofrece lo que puede contarse y medirse para evaluar cómo les va yendo a otros. Y es verdad que hay quienes buscan y con frecuencia encuentran deficiencias y rincones oscuros en el manejo del poder. Ambos tienen razón a su manera.
 

Pero uno sabe que las cifras no se comen ni dan de comer, ni evitan que maten a la gente o la secuestren o le metan miedo en cualquiera de sus formas, ni le dan trabajo al que no tiene ni protegen el de quien sí tiene, en ninguna parte. El trabajo social muchas veces se reduce a repartir despensas con un logo o con otro, y le dan frijoles a la gente en vez de ayudarla a sembrar el suyo...
 
El caso fue que la reunión me dejó triste y encabronado. Pude ver la brecha que desde hace años, sexenios, décadas, se ha ido abriendo entre el México de papel y el México de verdad.
 
Ya no quise perder el tiempo indagando cuántos programas de desarrollo social – y otros con la misma intención pero con otro nombre – ha habido en cincuenta años, que no es mucho pero da bien la idea. Tampoco fui más allá de los documentos que conseguí en la sesión del Comité de Expertos.
 

(Si uno busca con cuidado y con paciencia en este sitio, puede encontrar la información que da contexto y forma a la sesión de esta semana: http://tbinternet.ohchr.org/_layouts/treatybodyexternal/SessionDetails1.aspx?SessionID=1197&Lang=en)
 
Amanecía el miércoles cuando me dí cuenta de que por primera vez estoy de acuerdo con el subsecretario de Relaciones Exteriores. País hay. Lo que falta es calidad en la vida de los mexicanos: del México de papel al México de hecho hay un gran trecho.
 
Y luego vino la vaina de Duarte. De César, el de Chihuahua.