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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
La nota roja y los peligros de una relación cercana
Miguel Molina
28 de marzo de 2013
alcalorpolitico.com
Únicamente el frío hizo que algunos medios británicos se olvidaran del debate sobre la relación entre la prensa, las autoridades y el público. Pero el tema sigue vivo y los diarios se sienten amenazados ante la posibilidad de que la ley los obligue a hacer cosas que antes no hacían.
 
La semana pasada mencioné la investigación de Lord (Brian) Leveson sobre la forma en que operaba la prensa escrita en Gran Bretaña. Muchos confirmaron que la intercepción de teléfonos, la vigilancia subrepticia, la compra de información a la policía eran prácticas normales en la era de lo tabloide, y que se había perdido el respeto a principios esenciales del oficio...
 
Lord Leveson propuso que un edicto real estableciera reglas nuevas para que un órgano independiente vigile a la prensa en vez de que la prensa se vigile a sí misma, como había hecho hasta que se evidenció que los medios violaban la ley o entorpecían su curso en el afán de vender.
 
Los dueños de medios dicen que les preocupa la libertad de expresión. Según ellos, las nuevas e inesperadas reglas atentan contra el derecho a decir lo que se quiera. Quienes se han visto afectados por los quehaceres de la prensa (espionaje, difamación y otras cosas similares y conexas) confían en que las nuevas reglas pongan orden, sobre todo en la relación entre los medios y la policía.
 
El observador inocente podría pensar que lo que mueve esas protestas son las multas que les tienen prometidas. Puede ser.
 
En el mundo que propone Lord Leveson, la prensa escrita está expuesta a las querellas de personas que se sientan agraviadas por lo que publiquen los periódicos aunque no se trate explícitamente de ellas, y quienes no acaten la autoridad de la futura comisión de prensa pueden terminar pagando sumas elevadas en sanciones de la autoridad o en compensaciones a los agraviados.
 
Pero lo que puede cambiar para siempre, aunque nada es para siempre, es la relación entre la prensa y la policía – es decir entre reporteros y agentes que se usaban entre sí por dinero o por titulares – "porque los peligros de una relación muy cercana son obvios", como apunta el periodista británico Duncan Campbell. Ya veremos.
 
Y en México...
 
Hace algunas semanas hablaba con una colega veracruzana sobre otros tiempos, y recordé el día en que el director regional de una cadena para la que yo trabajaba me preguntó por qué no había notas policíacas en los diarios xalapeños. Le dije al director que Xalapa era una ciudad universitaria, y con eso consideré que el tema quedaba suficientemente explicado. No volvimos a hablar del tema.
 
Después de todo, parecía que los años de Alarma! – una revista tristemente célebre por sus titulares memorables – habían quedado atrás. Pero no. La revista que explota los intereses malsanos sigue saliendo, y ofrece en internet sangre, cuerpos mutilados, cadáveres y otras imágenes parecidas para satisfacción de los truculentos.
 
Y otros periódicos imitan su ejemplo. Y hay quienes leen esas noticias mientras desayunan. Pero tanto peca el que mata la vaca como la vaca que levanta su pata.
 
Sin embargo, más allá del dudoso gusto de publicar imágenes que faltan al respeto a las víctimas y humillan a sus familias, nuestra prensa se pasea peligrosamente por el resbaladizo terreno legal que nos tocó observar.
 
Una colega veracruzana me preguntó cómo es la sección policíaca en la prensa británica. Le dije que no hay sección policíaca. La colega me preguntó qué hacían con las noticias que en México aparecen normalmente en la sección policíaca. Le dije que se publicaban no porque hablaran de delitos y delincuentes sino porque eran noticia.
 
La relación cercana entre los periodistas y los policías y los agentes del Ministerio Público en México es delicada, por no decir peligrosa, porque permite a los periodistas acceso a documentos e información que pone en riesgo la integridad de las investigaciones (como evidenció el caso Cassez) y en no pocos casos la seguridad física de los propios reporteros (como han mostrado varios casos recientes y antiguos).
 
Pero más allá de eso, la sección policíaca es un magnífico ejemplo de cómo se violentan los principios legales del equilibrio procesal, la presunción de inocencia del detenido o del acusado y la búsqueda de la verdad, asuntos que tendrían que preocuparnos ahora y siempre.
 
Las planas de nuestros periódicos están de llenas de fotografías de culpables que no tuvieron el lujo de ser considerados inocentes, ni de litigar su caso ante las autoridades: ya fueron juzgados y convictos por la prensa ­– que en ningún momento se siente obligada a hacer aclaraciones cuando un acusado sale en libertad por falta de pruebas o por cualquier otra cosa...
 
En fin. Las de uno son reflexiones sobre lo que otros debaten. Pero tal vez ya es hora de que los periodistas – aspirantes y practicantes por igual, con título o con experiencia – nos detengamos a pensar en lo que hacemos, y a la vez pensemos en quienes nos leen en vez de pensar en quienes compran lo que publicamos.