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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Apáguese la luz
Miguel Molina
18 de marzo de 2021
alcalorpolitico.com
A ver. Imagine que usted vive en las estribaciones de la sierra de Zongolica. No importa en qué pueblo, en qué municipio. El clima es templado y húmedo, pero puede ser extremo según los vientos que soplen. El empleo es escaso y el trabajo es mucho, sobre todo en el campo, y lo que se gana alcanza para vivir pero no para mucho más.
 
Ocho de cada diez personas que usted conoce son pobres aunque tengan – tal vez – una televisión o un estéreo o un refrigerador. Una de cada cinco personas que viven en la zona no habla español. La vida es dura, y depende del maíz, del frijol, del café. Allí le tocó vivir.
 
Y un día llega el recibo de la luz. Doña María, por ejemplo, pagaba cuando mucho trescientos pesos y a veces menos, hasta la mañana de febrero en que recibió una cuenta de mil trescientos pesos. Al parecer, en la Comisión Federal de Electricidad le dijeron que primero tenía que pagar para que no le cortaran el servicio y luego atenderían el problema.
 

Lo mismo les pasó a otras personas. Fueron tantas que los empleados de la CFE los recibieron de treinta en treinta para mantener la sana distancia, y terminaron por decirles, con otras palabras, que atenderían en problema. Los medios se olvidaron de ellos al poco tiempo: las noticias nos interesan más si son sobre personas o lugares que conocemos o que nos quedan cerca, y la sierra está lejos de muchas partes. Y la vida va muy rápido, y además están todas esas películas en Netflix.
 
Los afectados fueron – otra vez – quienes menos tienen y quienes menos merecen lo que les hacen. Y la reacción de la Comisión Federal de Electricidad fue infame, sobre todo en los términos de la cuarta transformación, que en teoría trata de combatir la pobreza.
 
Sería interesante saber quién decidió aumentar los cobros a quienes viven en la zona más pobre de Veracruz, y en qué pensaba cuando llegó a esa decisión, y qué argumentos tuvo para hacer lo que hizo. Alguien tiene que haber firmado algo en alguna parte.
 

Lo que sí es claro es que la empresa – propiedad de los mexicanos – está abierta a considerar plazos de gracia para los industriales y no ofrece lo mismo a quienes viven en la sierra de Zongolica, por ejemplo, que tienen que pagar facturas excesivas o impagables o resignarse a vivir sin luz y todo lo que viene con ella en la pandemia. Piense en la angustia de esa gente que usted no conoce.
 
Dos días después de las reuniones con los vecinos, la CFE sacó en Youtube un video sobre cómo cumple con la naturaleza de su sentido social en Zongolica. Tal vez no sepamos nunca qué pasó, y tal vez no importe: para los burócratas, quienes viven lejos que se jodan. Uno entre ellos. Apáguese la luz.
 
Desde el balcón
 

Uno regresa de ver a la doctora y hace sol. La luz invita a salir al balcón con una taza de café, y a sentarse en la resolana a disfrutar la noticia de que uno está tan bien como se puede a la edad que tiene. El café es bueno. Al segundo sorbo llega el mensaje de la librería: ya puede uno pasar a recoger el libro que encargó.
 
En el camino, uno piensa en los libros que tuvo y que perdió en el incendio de una bodega a finales del año diecinueve. Tal vez no eran muchos pero eran todos o casi todos. Una docena (I Ching, Los procesos de Hidalgo, dos ediciones de las Historias de Herodoto, un recetario de cocina francesa, Libertad bajo palabra, Nombrar las cosas, un par de copias de los versos propios) sobrevivió porque viajó con uno a otro lado, y es lo que hay.
 
Uno llega a la librería, recoge el libro, paga y se va, sube al tranvía. Mira por la ventanilla la calle iluminada por el sol de invierno, sigue pensando en la reforma de la ley que castiga los ultrajes a la autoridad en Veracruz, y deja a la autoridad la facultad de decidir que fue ultrajada. Parte y juez, qué vaina.
 

Tal vez esa flor de jurisprudencia muera como otras del mismo jardín legislativo: hace años que la Suprema Corte declaró inconstitucional una ley similar a la veracruzana en la Ciudad de México, porque la ocurrencia sin duda genera incertidumbre y confusión.
 
Uno abre el libro recién comprado y lee lo primero que se encuentra: Es difícil que surja un régimen distinto de la democracia.
 
Uno piensa en Aristóteles escribiendo o dictando esas palabras un mediodía de hace más de dos mil años, y piensa en el balcón soleado, y piensa en el pájaro carpintero que se avecindó y disfruta en un árbol de enfrente, y piensa en la botella de vino portugués que aguarda, y cierra el libro.