Otra vez se oyó la voz autoritaria del gobierno morenista. La secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, declaró – sin pruebas – que detrás de las protestas y los bloqueos de transportistas y agricultores que han paralizado partes del país están los partidos políticos de oposición, a la que consideran derrotada y al mismo tiempo capaz de organizar el descontento.
         Y se ve, se oye, se siente la arrogancia. Militar en un partido de oposición es prácticamente un delito y no un derecho político de los mexicanos. Como si Morena nunca hubiera protestado por lo que fuera.
         Pero lo que fue claro es que el gobierno prefiere desacreditar a quienes lo critican en vez de escucharlos. Ni la señora Rodríguez ni la señora Sheinbaum se detuvieron a ver por qué protestan los que protestan. No escuchan pero se preocupan.
         No se tomaron la molestia de escuchar – porque escuchar no está en el espíritu cuatroteísta – que hay un robo al transporte público de carga cada veinticuatro minutos, setenta al día, y nadie ha hecho nada para resolver el problema.
         Tampoco se tomaron molestia de escuchar la protesta de los agricultores, inconformes con una ley de aguas que se hizo y se aprobó sin tomarlos en cuenta, como suele suceder en los tiempos de la cuarta transformación, en que se publican leyes sin consulta, y después se hacen consultas para cambiar lo que se aprobó.
         Tanto la secretaria de Gobernación como la presidenta – como el que era presidente – tienen la costumbre de lanzar acusaciones sin molestarse en probar lo que dicen. Y los tres personajes, como muchos otros morenistas, creen que tienen que gobernar únicamente para los suyos.

         México es más que eso. Y la reacción oficial a las marchas y los bloqueos muestra que hay preocupación ante lo que está pasando. El descontento puede ser el tigre del que hablaba Carlos Manzo.

         Regalo de patrimonio histórico
         Y llegó el día en que la gobernadora Rocío Nahle le regaló a la presidenta Claudia Sheinbaum – sin autorización ni autoridad ni derecho – el libro en que está asentada el acta de nacimiento de Jerónima Juárez, hija de Benito Juárez. Como bien señala el columnista Miguel Ángel Cristiani, el documento simboliza el nacimiento de la institucionalidad civil en la República, ni más ni menos.
         El documento – señala Cristiani – no es de nadie porque es patrimonio histórico de todos. Y la gobernadora se lo dio a la presidenta como si fuera una artesanía local de su propiedad. Ninguna autoridad ha dicho esta boca es mía, aunque disponer de parte del patrimonio histórico para quedar bien con la presidenta es un acto que amerita sanción.
         Para quien ha observado lo que hacen y lo que dicen los morenistas, resulta cada vez más claro que la ley es para los otros. No para quien hizo el regalo ni para quien lo recibió. Y ni modo que escriban una carta pidiendo disculpas a don Benito.


         Desde el balcón
         Esta vez no hay balcón. Hay una ventanilla desde donde uno mira las nubes y a veces las montañas en el vuelo de Porto a Ginebra. Tampoco hay malta, y uno se conforma con una copa de vino a pesar de la hora, y bebe la vaina esa por disciplina.
         En esa libertad – porque uno es libre cuando viaja: ya no está donde estaba ni ha llegado a donde va – uno lee lo que dijo Gerardo Fernández Noroña sobre Grecia Quiroz, viuda de Carlos Manzo.
         En una raya más a su desprestigiado tigre, Fernández Noroña abrió la boca y metió la pata cuando llamó fascista y otras cosas a la señora que atrevió a asumir el lugar y continuar la lucha de su esposo en una parte del país donde gobiernan la violencia y la muerte.
         Uno piensa qué pasaría si el bravucón hiciera política en Michoacán, tan cerca del infierno y tan lejos de su casa de doce millones de pesos en Tepoztlán.

         Y uno pide otro trago de vino, y mira las luces del anochecer, para no pensar en el bravucón que invoca – o invocaba – la austeridad morenista y fue corcholata del señor que se fue a su finca.