1 de agosto de 2025
alcalorpolitico.com
En política, moral – explicó Gonzalo N Santos – es un árbol que da moras o sirve para una chingada. Y es que la moral se refiere a las normas que guían a una sociedad y permiten la convivencia. Como explica Marguerite Yourcenar, la moral es una convención privada, y la decencia es una cuestión pública.
Esta reflexión indisciplinada viene al caso porque hemos estado viendo la forma en que se comportan los políticos y los funcionarios que – en teoría – tendrían que ser el ejemplo de la transformación nacional.
Los viajes a Europa y a Japón podrían ser lo de menos si los viajeros no fueran tan obviamente ostentosos. Viajar en asientos caros, quedarse en hoteles caros, comer en restaurantes caros, beber licores caros, serían asunto privado si los personajes que hacen eso no fueran funcionarios públicos con salarios que no cubrirían lo que cuestan sus vacaciones. No saben qué hacer con el dinero que tienen.
Lo revelador es que esos turistas – nuevos ricos con nuevas fortunas inexplicables, o explicables – van y vienen a contrapelo de lo que declara casi todos los días la presidenta Sheinbaum: el poder debe ejercerse con humildad. Pero no le hacen caso, como no le han hecho caso en otras ocasiones, y se han convertido en arquetipo de la moral morena. El pueblo pobre es pobre porque quiere.
Habría que preocuparse por lo que pasa. Hasta hoy, la presidenta es jefa de gobierno, pero no tiene la autoridad para controlar a sus propios compañeros de partido, ni parece dispuesta a dar un manazo en la mesa, en cualquier mesa, para poner orden y mostrar de lo que está hecha.
Por lo pronto, moral – en la cuarta transformación – es un árbol que da moras, y ya sabemos para qué sirve eso.
Las ganas de decir
La vaina no es de ahora. De Fidel Herrera para acá, por dar un ejemplo, los gobernadores que han sido tuvieron la necesidad urgente de hablar sobre asuntos que no les competían, y se volvieron voceros de los voceros. Hacían declaraciones sobre cualquier cosa.
Nadie les ganaba el micrófono, nadie les robaba las cámaras. Lo mismo hablaban de salud que de educación o de temas legales, como si supieran de todo. Y más de una vez terminaron hablando de cosas que eran facultad de organismos autónomos. Cuitláhuac García Jiménez, por ejemplo, fue vocero oficioso de la Fiscalía General del estado.
Casi todos amenazaron (hay que decir aquí que nunca supe que Fidel lo hiciera) con denuncias, con revelaciones, con expedientes que daban cuenta de los delitos de otros, con investigaciones sobre tal o cual tema.
Nadie les dijo que esas amenazas los comprometían legalmente, porque cualquier persona que tenga evidencias de un delito está obligada a denunciarlo ante las autoridades, cuantimás si es funcionario público. No denunciar un delito es un delito.
Pero nunca presentaron pruebas de nada, ni expedientes comprometedores, ni denuncias, ni nada. Nomás tenían ganas de decir. Y lo que decían eran platos de lengua. Entonces como ahora.
Desde el balcón
Uno siente olor a quemado. Sale al balcón con una copa de malta en la mano por lo que se ofrezca, y no ve nada ni cerca ni lejos. Sólo hay una tarde soleada y calurosa. Antes de entrar a la sala, mira otra vez y descubre una nube tenue del otro lado del río.
Es humo de los incendios. Se queman partes de A Cañiza, de Carballeda y de Arbo, cerca de aquí, pero hay fuego en treinta y cinco lugares de Portugal, y más de tres mil seiscientos bomberos, mil cien vehículos terrestres y treinta nueve medios aéreos tratando de apagarlos. Todos los distritos continentales del país – menos Faro – están en alerta amarilla.
Uno mira cómo se disipa el humo en la luz implacable de la tarde, bebe un sorbo de malta, y piensa en los bomberos de Xalapa. No tienen uniformes, y hay veces – casi siempre – que no pueden pagar la nómina. Son cuarenta y cinco y quince voluntarios para diecinueve municipios.
Nadie los apoya económicamente excepto Xalapa, pero ese apoyo no alcanza porque las necesidades que tienen, además de la nómina, son muchas. Uno bebe otro sorbo de malta. Dentro de algunas semanas será Día del Bombero. Se dirán discursos, habrá funcionarios que se tomen la foto con ellos. Y todo seguirá como siempre. Hasta que haya un incendio.
Esta reflexión indisciplinada viene al caso porque hemos estado viendo la forma en que se comportan los políticos y los funcionarios que – en teoría – tendrían que ser el ejemplo de la transformación nacional.
Los viajes a Europa y a Japón podrían ser lo de menos si los viajeros no fueran tan obviamente ostentosos. Viajar en asientos caros, quedarse en hoteles caros, comer en restaurantes caros, beber licores caros, serían asunto privado si los personajes que hacen eso no fueran funcionarios públicos con salarios que no cubrirían lo que cuestan sus vacaciones. No saben qué hacer con el dinero que tienen.
Lo revelador es que esos turistas – nuevos ricos con nuevas fortunas inexplicables, o explicables – van y vienen a contrapelo de lo que declara casi todos los días la presidenta Sheinbaum: el poder debe ejercerse con humildad. Pero no le hacen caso, como no le han hecho caso en otras ocasiones, y se han convertido en arquetipo de la moral morena. El pueblo pobre es pobre porque quiere.
Habría que preocuparse por lo que pasa. Hasta hoy, la presidenta es jefa de gobierno, pero no tiene la autoridad para controlar a sus propios compañeros de partido, ni parece dispuesta a dar un manazo en la mesa, en cualquier mesa, para poner orden y mostrar de lo que está hecha.
Por lo pronto, moral – en la cuarta transformación – es un árbol que da moras, y ya sabemos para qué sirve eso.
Las ganas de decir
La vaina no es de ahora. De Fidel Herrera para acá, por dar un ejemplo, los gobernadores que han sido tuvieron la necesidad urgente de hablar sobre asuntos que no les competían, y se volvieron voceros de los voceros. Hacían declaraciones sobre cualquier cosa.
Nadie les ganaba el micrófono, nadie les robaba las cámaras. Lo mismo hablaban de salud que de educación o de temas legales, como si supieran de todo. Y más de una vez terminaron hablando de cosas que eran facultad de organismos autónomos. Cuitláhuac García Jiménez, por ejemplo, fue vocero oficioso de la Fiscalía General del estado.
Casi todos amenazaron (hay que decir aquí que nunca supe que Fidel lo hiciera) con denuncias, con revelaciones, con expedientes que daban cuenta de los delitos de otros, con investigaciones sobre tal o cual tema.
Nadie les dijo que esas amenazas los comprometían legalmente, porque cualquier persona que tenga evidencias de un delito está obligada a denunciarlo ante las autoridades, cuantimás si es funcionario público. No denunciar un delito es un delito.
Pero nunca presentaron pruebas de nada, ni expedientes comprometedores, ni denuncias, ni nada. Nomás tenían ganas de decir. Y lo que decían eran platos de lengua. Entonces como ahora.
Desde el balcón
Uno siente olor a quemado. Sale al balcón con una copa de malta en la mano por lo que se ofrezca, y no ve nada ni cerca ni lejos. Sólo hay una tarde soleada y calurosa. Antes de entrar a la sala, mira otra vez y descubre una nube tenue del otro lado del río.
Es humo de los incendios. Se queman partes de A Cañiza, de Carballeda y de Arbo, cerca de aquí, pero hay fuego en treinta y cinco lugares de Portugal, y más de tres mil seiscientos bomberos, mil cien vehículos terrestres y treinta nueve medios aéreos tratando de apagarlos. Todos los distritos continentales del país – menos Faro – están en alerta amarilla.
Uno mira cómo se disipa el humo en la luz implacable de la tarde, bebe un sorbo de malta, y piensa en los bomberos de Xalapa. No tienen uniformes, y hay veces – casi siempre – que no pueden pagar la nómina. Son cuarenta y cinco y quince voluntarios para diecinueve municipios.
Nadie los apoya económicamente excepto Xalapa, pero ese apoyo no alcanza porque las necesidades que tienen, además de la nómina, son muchas. Uno bebe otro sorbo de malta. Dentro de algunas semanas será Día del Bombero. Se dirán discursos, habrá funcionarios que se tomen la foto con ellos. Y todo seguirá como siempre. Hasta que haya un incendio.