La cosa es hablar sobre los nuevos libros de texto, bien o mal, aunque no los conozca uno. No recuerdo, pero parece que lo mismo pasó con los primeros libros de texto gratuitos – cuando también había desayunos escolares – en el gobierno de Adolfo López Mateos.

El mundo era joven y la escuela primaria prometía tantas cosas. Lejos, la Unión Nacional de Padres de Familia protestaba porque los libros eran obligatorios y únicos – pero no estaba en contra de que fueran gratuitos – y comunistas. Nosotros no nos enteramos.

Diez años después, tampoco nos enteramos – ventaja o desventaja de la adolescencia – de que la unión protestó porque los libros de sexto año tenían dibujos con los aparatos reproductivos de una niña y un niño, aunque a principios del siglo veintiuno supimos que la unión se quejó de que una ilustración de dos niños bañándose juntos promovía la homosexualidad.


Y ahora tenemos esto. Un coro de voces que advierten que los textos tienen una clara inclinación ideológica, y que hay errores aquí y allá. Los errores son una vaina, algo que no va ni viene. Lo de la ideología es cuestión de ver, porque si los padres alarmados hablan con sus hijos podrán aclarar a tiempo cualquier distorsión histórica o política. La clave está en que hablen con sus hijos sobre estas cosas.

Más allá de la arrogancia y la antipatía que pueden despertar quienes hicieron posible esta edición de libros de texto, habría que pensar en qué forma se quiere transformar el proceso educativo de la nación, y al mismo tiempo habría que pensar qué se puede hacer para contrarrestar lo que de malo puedan tener los nuevos libros. Para eso, como ya se dijo, tendrán que hablar con sus hijos.

Uno, prófugo de la academia aunque académico de muchas formas, nota que los libros se hicieron sin un plan nacional de educación, sin más programas que los que puedan vivir en las mentes de quienes editaron y publicaron y piensan distribuir los textos que van a formar a cuando menos dos generaciones de mexicanos. Pero no todo está perdido.


Habría que ver si funciona esa vaina, y cómo funciona. No ha habido engaño: la cuarta transformación realmente busca hacer un país diferente, y la educación es una de sus herramientas. Lo que al parecer se propone es otra forma de hacer las cosas en la escuela, y uno tendría que esperar a ver qué pasa.

Lo que no se puede hacer – porque es improductivo y se presta a manipulaciones – es condenar o elogiar libros cuyos contenidos no se conocen, y cuyos efectos en la formación de los niños están por verse.

Nadie ha condenado los textos sagrados llenos de historias de violencia y muerte, de incesto, de venganza, de violaciones. Habría que imaginar que dirían los indignados si esos textos aparecieran en los libros de sus hijos...


Desde el balcón

Los días, las tardes, van del calor al fresco y viceversa. La fiesta de las ranas terminó hace tiempo, y sólo hay algunos pájaros necios que cantan mientras buscan a ver qué encuentran en los árboles de enfrente. La ciudad todavía está en vacaciones.

Uno fue Lausana para ver una exhibición de la influencia de la pintura japonesa en el pintor Edouard Vuillard, y luego a Vevey para ver qué había en el museo de Charles Chaplin. Dos visitas que dejan una sonrisa en el rostro y una satisfacción en todo lo demás.


Más allá, del otro lado del mar, un grupo de personas se esfuerza por convertirse en delfín del gran elector que hace las cosas políticas como antes aunque todo sea ­– dice él – diferente. Por suerte, la malta tiene el mismo sabor.