13 de septiembre de 2024
alcalorpolitico.com
¿Conoces al licenciado?, me preguntó Alfonso Salces un día que tomábamos café en Notiver y llegó de visita Miguel Ángel Yunes Linares.
A Miguel Ángel lo conozco desde que era bueno, le respondí. Alfonso soltó una carcajada jarocha, y Yunes Linares me reclamó: Tocayo, cómo dices eso. No recuerdo de qué hablamos, ni en qué paró la cosa. No lo había visto durante muchos años, y no he vuelto a verlo desde entonces.
Sin embargo, me iba enterando de lo que hacía en la vida pública de Veracruz y de México. Pasó mucho tiempo desde que el joven Yunes Linares se integró al gobierno de Rafael Hernández Ochoa, a mediados de los setenta hasta el día de hace siete años, cuando Miguel Ángel era gobernador y retó al candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador a debatir en la plaza pública y lo tildó de loco y mentiroso.
Poco tiempo después de ese reto, el candidato a gobernador Miguel Ángel Yunes Márquez, hijo y candidato de su papá, siguió el ejemplo paterno y declaró que López Obrador era “ese charlatán, ese viejo mentiroso que le dicen el Peje, ese viejo guango que dice que no miente, que no roba y que no traiciona”.
El discurso cambió cuando se abrieron investigaciones sobre delitos – reales o inventados – que habrían cometido los hijos del ya exgobernador y el exgobernador mismo.
Ante la amenaza, Miguel Ángel padre envió un mensaje al presidente AMLO: que tuviera clemencia y piedad, y que no le hiciera daño a su familia. Le respondieron que sólo se iba a aplicar la ley, y que si él y sus hijos violaron la ley tendrían que enfrentar las consecuencias.
Los casos contra los Yunes terminaron en algún cajón de algún escritorio en alguna oficina de la Fiscalía veracruzana, y ahí pasaron meses y años. Hasta que llegó la noche en que el Senado de la República votó la reforma judicial del Presidente. Hasta antes de que la iniciativa se sometiera a votación, faltaba el apoyo de un senador para lograr la mayoría calificada.
Se sabe que en busca de esa mayoría hubo al menos seis intentos de doblegar a legisladores de oposición con castigos: reactivación de expedientes, apertura de carpetas de investigación, revisión de cuentas públicas, presiones de las fiscalías estatales. Los premios que se ofrecían eran los de siempre: cancelación de las averiguaciones, promesas de gubernaturas, y oferta de millones.
Para muchos, eso explica que el senador Miguel Ángel Yunes Márquez haya votado a favor de la reforma judicial a cambio de tranquilidad política y legal para él y su familia, al menos por seis años.
“No soy ni cobarde ni traidor”, dijo Yunes Márquez: la decisión más difícil de su vida a fin de cuentas le permitirá contribuir al perfeccionamiento del sistema de justicia que quiere López Obrador, “ese charlatán, ese viejo mentiroso(...), ese viejo guango que dice que no miente, que no roba y que no traiciona”.
Ahora se especula que el senador y su papá podrían convertirse en morenistas, como antes fueron panistas y priistas antes de eso. Tal vez – o seguramente – hay alguien que pueda decir que conoció a Yunes Márquez desde que era bueno. Uno no sabe nunca nada. Pero lo que se ve no se pregunta...
Desde el balcón
Uno oye la algarabía de los niños en la calle arbolada y mira el cielo de Galicia – otra vez está en Galicia – y bebe un chupito de malta sin prisa. Este es otro balcón, pero es el mismo porque los balcones, como los gritos de los niños que juegan, son iguales en todas partes.
A ratos viene la brisa y uno se olvida de las transformaciones que sufre México, y piensa en Neruda: Me peina el viento los cabellos/ como una mano maternal:/ abro la puerta del recuerdo/ y el pensamiento se me va.
Un día, tarde o temprano, la historia ajustará cuentas a quienes destruyeron tanto para crear tan poco, o corregirá a quienes pensaron que toda esta vaina no valía la pena.
Por lo pronto, uno mira la arboleda llena de niños que juegan a ser niños, siente la brisa, aunque no tenga cabellos que se despeinen, siente el sabor de la malta que festeja algo en la lengua, y comprende que la vida es así.
A Miguel Ángel lo conozco desde que era bueno, le respondí. Alfonso soltó una carcajada jarocha, y Yunes Linares me reclamó: Tocayo, cómo dices eso. No recuerdo de qué hablamos, ni en qué paró la cosa. No lo había visto durante muchos años, y no he vuelto a verlo desde entonces.
Sin embargo, me iba enterando de lo que hacía en la vida pública de Veracruz y de México. Pasó mucho tiempo desde que el joven Yunes Linares se integró al gobierno de Rafael Hernández Ochoa, a mediados de los setenta hasta el día de hace siete años, cuando Miguel Ángel era gobernador y retó al candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador a debatir en la plaza pública y lo tildó de loco y mentiroso.
Poco tiempo después de ese reto, el candidato a gobernador Miguel Ángel Yunes Márquez, hijo y candidato de su papá, siguió el ejemplo paterno y declaró que López Obrador era “ese charlatán, ese viejo mentiroso que le dicen el Peje, ese viejo guango que dice que no miente, que no roba y que no traiciona”.
El discurso cambió cuando se abrieron investigaciones sobre delitos – reales o inventados – que habrían cometido los hijos del ya exgobernador y el exgobernador mismo.
Ante la amenaza, Miguel Ángel padre envió un mensaje al presidente AMLO: que tuviera clemencia y piedad, y que no le hiciera daño a su familia. Le respondieron que sólo se iba a aplicar la ley, y que si él y sus hijos violaron la ley tendrían que enfrentar las consecuencias.
Los casos contra los Yunes terminaron en algún cajón de algún escritorio en alguna oficina de la Fiscalía veracruzana, y ahí pasaron meses y años. Hasta que llegó la noche en que el Senado de la República votó la reforma judicial del Presidente. Hasta antes de que la iniciativa se sometiera a votación, faltaba el apoyo de un senador para lograr la mayoría calificada.
Se sabe que en busca de esa mayoría hubo al menos seis intentos de doblegar a legisladores de oposición con castigos: reactivación de expedientes, apertura de carpetas de investigación, revisión de cuentas públicas, presiones de las fiscalías estatales. Los premios que se ofrecían eran los de siempre: cancelación de las averiguaciones, promesas de gubernaturas, y oferta de millones.
Para muchos, eso explica que el senador Miguel Ángel Yunes Márquez haya votado a favor de la reforma judicial a cambio de tranquilidad política y legal para él y su familia, al menos por seis años.
“No soy ni cobarde ni traidor”, dijo Yunes Márquez: la decisión más difícil de su vida a fin de cuentas le permitirá contribuir al perfeccionamiento del sistema de justicia que quiere López Obrador, “ese charlatán, ese viejo mentiroso(...), ese viejo guango que dice que no miente, que no roba y que no traiciona”.
Ahora se especula que el senador y su papá podrían convertirse en morenistas, como antes fueron panistas y priistas antes de eso. Tal vez – o seguramente – hay alguien que pueda decir que conoció a Yunes Márquez desde que era bueno. Uno no sabe nunca nada. Pero lo que se ve no se pregunta...
Desde el balcón
Uno oye la algarabía de los niños en la calle arbolada y mira el cielo de Galicia – otra vez está en Galicia – y bebe un chupito de malta sin prisa. Este es otro balcón, pero es el mismo porque los balcones, como los gritos de los niños que juegan, son iguales en todas partes.
A ratos viene la brisa y uno se olvida de las transformaciones que sufre México, y piensa en Neruda: Me peina el viento los cabellos/ como una mano maternal:/ abro la puerta del recuerdo/ y el pensamiento se me va.
Un día, tarde o temprano, la historia ajustará cuentas a quienes destruyeron tanto para crear tan poco, o corregirá a quienes pensaron que toda esta vaina no valía la pena.
Por lo pronto, uno mira la arboleda llena de niños que juegan a ser niños, siente la brisa, aunque no tenga cabellos que se despeinen, siente el sabor de la malta que festeja algo en la lengua, y comprende que la vida es así.