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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Como árbol sin hojas y sin fruto
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
9 de marzo de 2017
alcalorpolitico.com
Cuando Alonso Quijana decide convertirse en caballero andante, a la vieja usanza de aquellos impertérritos hombres que dejan tierra y hogar y se aventuran por el mundo para «desfacer tuertos», no se siente satisfecho de contar con los arreos de ley. Ya tiene las armas de rigor que, aunque invadidas de orín y moho por haber sido usadas antaño por sus abuelos, pueden volver a lucir gracias a una esmerada pulida y desorinada. Y así salen del rincón, donde están olvidadas, la coraza, con peto y espaldar; la celada para cubrir la cabeza, aunque carezca de encaje y sea, por lo tanto, un simple morrión propio de simples arcabuceros y no de caballeros andantes. Pero el encaje se puede hacer de cartón-piedra, de simple papel maché, y no hay más que pedir. Del astillero descolgó la lanza y embrazó su adarga aunque fuera escudo ligero. El buen Alonso Quijana tiene también un caballo que, aunque frágil y entumecido (Tantum pellis et ossa fuit: ‘meros pellejos y huesos’), aún le quedan arrestos para tener renombre y fama sirviendo a su señor y, así, el escuálido rocín se convierte en Rocinante, nombre «alto, sonoro y significativo». Y toca el turno a sí mismo: si cabalgadura tiene nombre de renombre, el caballero no puede ser simple Alonso Quijana, sino que es ahora don Quijote de la Mancha, a la usanza de los más preclaros hidalgos que en su nombre llevan el de su terruño.
 
Todo parece estar a tono y a punto de gloria. Sin embargo, el caballero que ha perdido los sesos por leer tantos libros de caballerías, tiene el más clarividente sentido común y con él descubre que «Limpias, pues sus armas, hecho de morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse, porque caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma». El caballero requiere de una dama. Lo contrario es, simplemente, impensable. Cuando él se encuentre con algún gigante y le derribe y le parta por mitad el cuerpo, le venza y le rinda, «¿no será bien tener a quien enviarle presentado, y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendida: “Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante”?».
 
No importa que la tal grandeza sea «una moza labradora» que, aunque «de muy buen parecer», no poseía título de nobleza ni escudo ni heráldica. Bastó que el caballero anduviera en un tiempo enamorado de ella por sus propios méritos, su laboriosidad y entereza, para que ahora se reconozca «princesa y gran señora». Por ello, Aldonza Lorenzo es Dulcinea del Toboso, «nombre músico, peregrino y significativo como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto».
 

Ante esta gran señora, don Quijote rendirá sus honores. Por eso, cuando, en su primera salida, exige a unos burdos mercaderes que confiesen que «no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la Emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso» y aquellos, bastos y miopes mercachifles dicen que no conocen quién sea «esa buena señora que decís» y piden que se las muestre, el caballero indómito les espeta: «Si os la mostrara, ¿qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; donde no, conmigo sois en batalla, gente descomunal y soberbia». Y cuando una simple duquesa osa echarle en cara que «Si mal no me acuerdo, que nunca vuesa merced ha visto a la señora Dulcinea, y que esta tal señora no es en el mundo, sino que es dama fantástica, que vuesa merced la engendró y parió en su entendimiento, y la pintó con todas aquellas gracias y perfecciones que quiso», el caballero responde furibundo: "«Dios sabe si hay Dulcinea o no en el mundo, o si es fantástica, o no es fantástica; y éstas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo. Ni yo engendré ni parí a mi señora, puesto que la contemplo como conviene que sea una dama que contenga en sí las partes que puedan hacerla famosa en todas las del mundo». «Otras muchas veces lo he dicho, y ahora lo vuelvo a decir: que el caballero andante sin dama es como árbol sin hojas, edificio sin cimiento y sombra sin cuerpo».
 
Desde luego: hombre sin Dulcinea es árbol seco, frágil edificio, mero espectro.
 
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