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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Docta ignorancia
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
3 de marzo de 2022
alcalorpolitico.com
Podemos identificar tres tipos de escepticismo: uno, radical, absoluto, total, avasallador, no cree en nada, cierra ojos y oídos a toda verdad, a toda búsqueda, asesina la realidad y entierra toda esperanza e ilusión; otro, que es inteligente, abierto, claro, productivo, crítico, razonable, y otro, que es simple, el que todo sujeto posee, «en donde los hombres sólo toman distancia de un acontecimiento determinado (Piraliga Vargas). Este es un escepticismo, digamos, práctico, utilitario, convenenciero.
 
Del primero ya se trató en artículo anterior. El segundo es un escepticismo creativo, inteligente y se manifiesta en la duda como una posición ante la imposibilidad de tener alguna certeza definitiva sobre algo. «Cuando nos centramos en esta mirada nos percatamos que el escéptico es aquel sujeto que tiene tendencia a interrogar la realidad y la veracidad de los juicios dados como verdaderos. De esta manera tomamos el escepticismo como un método que impone una actitud de desconfianza y análisis frente a los juicios de la realidad» (ibid).
 
Como el escéptico se caracteriza por dudar, hablemos de dudas. También de estas tenemos varias clases: la total y la parcial, la real y la ficticia, la sistemática y la metódica. La duda total abarca todo conocimiento (es un agnosticismo absoluto), la parcial solo se refiere a un sector del conocimiento; la real se da cuando alguien de veras, en serio, radicalmente, duda y no es una mera estrategia para avanzar en la senda del saber; la ficticia es, digamos, aparente: se sabe algo, pero se finge duda para alcanzar un objetivo. La sistemática se da cuando se asume como una postura definitiva, de tiempo completo, y la metódica aparece cuando se suspende el juicio temporalmente, como un medio para indagar con prudencia, con paso seguro, con profundidad en algo. Es la duda de quien se propone llegar a una verdad más amplia, profunda, clara y convincente (más apegada a la realidad, en suma) acerca de algo. En esta duda, no se niega la realidad de las cosas, se la problematiza; no se niega el poder del conocimiento humano, se pretende evitar el error y alcanzar saberes más amplios, firmes, ciertos, demostrables, comprobables.
 

Esta duda metódica, característica del investigador, siempre será parcial (pues solo es referida a un sector del conocimiento), es temporal y puede ser real o ficticia, pues el que investiga lo puede hacer porque verdaderamente no está seguro de un determinado saber, o porque «hace como que duda» para llegar a un saber más amplio, firme, seguro. El método científico se fundamenta en esta clase de duda: metódica, parcial y real o ficticia. Y también, añadamos, es la actuación del periodista que, aunque sepa algo a ciencia y conciencia, finge no saber e interroga para llegar a algo más...
 
Esta duda es creativa, se indaga sobre la veracidad, el fundamento de afirmaciones o negaciones, que se tienen como verdaderos o falsos muchas veces sin suficiente comprobación; se ponen entre paréntesis, se desconfía de ellos para avanzar en la búsqueda de la verdad, con el deseo de saber más y mejor. Esta duda fue la empleada por Sócrates («No sé, pero sé que no sé») y por Descartes para construir su sistema filosófico («Si dudo, pienso, y, si pienso, existo») y así constituirse en padre de la filosofía moderna (léase el Discurso del método, libro pequeño y fundamental).
 
El conocimiento científico no es dogmático; siempre es falible, contrastable y falsable, enseña la filosofía de la ciencia: «Puesto que toda explicación científica es contemplada como una hipótesis, solo se la considera digna de aceptación en la medida en que hay pruebas de ella. Como hipótesis, la cuestión de su verdad o falsedad queda en suspenso (duda parcial, temporal y metódica) y hay una continua búsqueda para hallar cada vez más pruebas que permitan decidirla» (Irving M. Copi, Introducción a la lógica, 375). Y véase también: Mario Bunge, La ciencia, su método y su filosofía; Thomas S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas; Lakatos, La crítica y el desarrollo del conocimiento, etc., etc.
 

Este escepticismo no es nihilista, no pretende sembrar la incertidumbre ni despreciar y, menos, conculcar todo conocimiento, especialmente el científico. El escepticismo anticientífico que desprecia el conocimiento, la verdad, la ciencia, es el empleado para manipular las conciencias y a los pueblos crédulos e irreflexivos. Tampoco es un escepticismo agresivo y banal de quien pretende descalificar toda creencia, como si fuera superstición o ingenuidad. Tampoco es un dogmatismo que endiosa el saber y la tarea de los científicos como si fueran divos olímpicos. Es una actitud que está, o debe estar, impregnada de prudencia..., pero también de una necesaria y sana ironía... Es la «docta ignorancia».
 
Finalmente, está el escéptico que no quiere complicarse en una determinada situación. Emplea, entonces, una duda «delicada», como la califica Piraliga Vargas. Es simplemente práctico. Es la duda que nos salva de comprometernos cuando estamos en peligro de ser ensartados en alguno de los pitones de un dilema molesto. Por ejemplo, el dilema de la ONU: O hay guerra o hay paz. Si hay guerra, la ONU es inútil. Si hay paz, la ONU es inútil. Por lo tanto, haya paz o guerra, la ONU es inútil. O el dilema del dictador: O estás conmigo o estás contra mí, ¿qué decides?
 
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