7 de abril de 2022
alcalorpolitico.com
Aunque en los medios de comunicación habituales y en el lenguaje cotidiano, al referirse a la invasión rusa a Ucrania se habla de una guerra, resulta que para Google no hay tal enfrentamiento bélico. Por lo menos, no se le menciona directamente con esa palabra. Esta ha quedado proscrita oficialmente tanto en Google Maps como en Gmail, AdWords y en otras páginas corporativas.
De acuerdo con la nota publicada el 30 de marzo por Ángela Puértolas, en 20minutos y reproducida por elcastellano.org, esta censura de la palabra «guerra» se supo después de que uno de los traductores de ese corporativo reveló que él y otros traductores «recibieron a principios de marzo instrucciones de sustituir la palabra guerra por la expresión “circunstancias extraordinarias”, según una información obtenida por The Intercept que logró tener acceso a un correo interno que la empresa de traducción recibió directamente de Google».
La censura se aplica, según la misma fuente, a la hora de redactar textos en sus páginas en ruso. Y esta decisión la tomó la empresa de Google luego de la ley contra las «falsas noticias» firmada el 4 de marzo por el presidente ruso, Vladimir Putin, en la que se castiga con «hasta 15 años de prisión para quienes difundan “información falsa” sobre las fuerzas armadas rusas en la guerra con Ucrania».
Lo que Google entiende, y al parecer también el gobierno ruso, es que lo que está sucediendo entre Rusia y Ucrania no es una guerra como tal, y si alguien la califica así, está propalando una noticia falsa.
Este manejo tendencioso del lenguaje no es nuevo. Recordamos que los ataques contra civiles en la guerra de Irak, según los noticieros oficiales, no existieron como tales, y si cientos de civiles fueron muertos o heridos, estas masacres fueron calificadas eufemísticamente como «daños colaterales». (Véase: Roberto Montoya: ¿’Daños colaterales’ o crímenes de guerra? (https://www.elmundo.es/especiales/2003/02/internacional/irak/montoya_5.html).
Uno puede preguntarse qué diferencia hay entre una «guerra» y un conjunto de «circunstancias extraordinarias», como también qué distingue una matanza de civiles de los «efectos colaterales» de los bombardeos. A un oyente ingenuo no parece importarle la sustitución de unas expresiones por otras. Pero...
Pero, de acuerdo con la doctora Lera Boroditsky, experta en lenguaje, ex docente de MIT y de la Universidad de Stanford y actual maestra de ciencia cognitiva en la Universidad de California, «el lenguaje tiene un papel mucho más destacado en las mentes de lo que se sospechaba hasta ahora... No es que usemos el lenguaje para expresar los pensamientos que tenemos, sino que el lenguaje que hablamos da forma al modo en que pensamos y experimentamos el mundo» (Flavia Tomaello, Infobae, 28/03/22, elcastellano.org).
El lenguaje, cualquiera, no es tan ingenuo como normalmente podemos pensar. Estamos acostumbrados a que, si le pedimos un lapicero a alguien, este nos proporcionará ese instrumento que necesitamos para escribir con tinta. De esta manera, nos quedamos con la impresión de que realmente nos entendió lo que le pedimos y no nos ponemos a imaginar ni a especular de lo que pasó por su mente ante nuestra petición. El ejemplo es muy rústico, pero podemos imaginar lo que sucede cuando un mensaje lingüístico es manejado por un publicista, por ejemplo. ¿Qué sucede cuando un anuncio nos dice: «este jamón sí es de carne», o «este jabón si elimina la suciedad» o «este analgésico efectivamente alivia el dolor»? ¿Está informando o solo persuadiendo?...
Ahora, y siguiendo los casos mencionados de sustituir «guerra» por «circunstancias extraordinarias» o «masacre de civiles» por «efectos colaterales», ¿qué es lo que verdaderamente pretende un gobierno con la «información» que está proporcionando? Ya vimos (y padecimos, universalmente) la proliferación de mentiras y falsas noticias que se dieron durante el gobierno trumpista. La tergiversación de la realidad, tanto la local como la global, se dio hasta el extremo de llevar a una multitud de ciudadanos a creer que lo que decía (y sigue gritando ese señor) es la verdad, es «la verdadera realidad». Y a tal grado llegó la sugestión que miles de ciudadanos llegaron hasta asaltar el Congreso norteamericano.
«Lo que esto nos dice sentencia la doctora Boroditsky– es que el lenguaje se está entrometiendo incluso con esta experiencia perceptiva tan básica. Lo que nos parece tan automático y tan impulsado por el mundo es, en cambio, una combinación de factores, incluido el idioma que hablas. Cuando ves el mundo, lo estás viendo a través de la lente de tu idioma», o del que usa el que te habla.
De esta manera, la ambigüedad, las falacias, los dobles sentidos, las gracejadas, los clichés, los insultos, las medias verdades y las medias mentiras y hasta los más abiertos engaños son instrumentos para moldear la mente, la forma de pensar, sentir, desear, querer o malquerer de un individuo, de un grupo o, lo que es más fácil, de todo un pueblo. Los ejemplos sobran. Y recordamos la «neolengua» de Orwell (1984) que servía a un régimen totalitario para construir una realidad adecuada a sus intereses ideológicos.
La manipulación del lenguaje conlleva una manipulación de las mentes.
[email protected]
De acuerdo con la nota publicada el 30 de marzo por Ángela Puértolas, en 20minutos y reproducida por elcastellano.org, esta censura de la palabra «guerra» se supo después de que uno de los traductores de ese corporativo reveló que él y otros traductores «recibieron a principios de marzo instrucciones de sustituir la palabra guerra por la expresión “circunstancias extraordinarias”, según una información obtenida por The Intercept que logró tener acceso a un correo interno que la empresa de traducción recibió directamente de Google».
La censura se aplica, según la misma fuente, a la hora de redactar textos en sus páginas en ruso. Y esta decisión la tomó la empresa de Google luego de la ley contra las «falsas noticias» firmada el 4 de marzo por el presidente ruso, Vladimir Putin, en la que se castiga con «hasta 15 años de prisión para quienes difundan “información falsa” sobre las fuerzas armadas rusas en la guerra con Ucrania».
Lo que Google entiende, y al parecer también el gobierno ruso, es que lo que está sucediendo entre Rusia y Ucrania no es una guerra como tal, y si alguien la califica así, está propalando una noticia falsa.
Este manejo tendencioso del lenguaje no es nuevo. Recordamos que los ataques contra civiles en la guerra de Irak, según los noticieros oficiales, no existieron como tales, y si cientos de civiles fueron muertos o heridos, estas masacres fueron calificadas eufemísticamente como «daños colaterales». (Véase: Roberto Montoya: ¿’Daños colaterales’ o crímenes de guerra? (https://www.elmundo.es/especiales/2003/02/internacional/irak/montoya_5.html).
Uno puede preguntarse qué diferencia hay entre una «guerra» y un conjunto de «circunstancias extraordinarias», como también qué distingue una matanza de civiles de los «efectos colaterales» de los bombardeos. A un oyente ingenuo no parece importarle la sustitución de unas expresiones por otras. Pero...
Pero, de acuerdo con la doctora Lera Boroditsky, experta en lenguaje, ex docente de MIT y de la Universidad de Stanford y actual maestra de ciencia cognitiva en la Universidad de California, «el lenguaje tiene un papel mucho más destacado en las mentes de lo que se sospechaba hasta ahora... No es que usemos el lenguaje para expresar los pensamientos que tenemos, sino que el lenguaje que hablamos da forma al modo en que pensamos y experimentamos el mundo» (Flavia Tomaello, Infobae, 28/03/22, elcastellano.org).
El lenguaje, cualquiera, no es tan ingenuo como normalmente podemos pensar. Estamos acostumbrados a que, si le pedimos un lapicero a alguien, este nos proporcionará ese instrumento que necesitamos para escribir con tinta. De esta manera, nos quedamos con la impresión de que realmente nos entendió lo que le pedimos y no nos ponemos a imaginar ni a especular de lo que pasó por su mente ante nuestra petición. El ejemplo es muy rústico, pero podemos imaginar lo que sucede cuando un mensaje lingüístico es manejado por un publicista, por ejemplo. ¿Qué sucede cuando un anuncio nos dice: «este jamón sí es de carne», o «este jabón si elimina la suciedad» o «este analgésico efectivamente alivia el dolor»? ¿Está informando o solo persuadiendo?...
Ahora, y siguiendo los casos mencionados de sustituir «guerra» por «circunstancias extraordinarias» o «masacre de civiles» por «efectos colaterales», ¿qué es lo que verdaderamente pretende un gobierno con la «información» que está proporcionando? Ya vimos (y padecimos, universalmente) la proliferación de mentiras y falsas noticias que se dieron durante el gobierno trumpista. La tergiversación de la realidad, tanto la local como la global, se dio hasta el extremo de llevar a una multitud de ciudadanos a creer que lo que decía (y sigue gritando ese señor) es la verdad, es «la verdadera realidad». Y a tal grado llegó la sugestión que miles de ciudadanos llegaron hasta asaltar el Congreso norteamericano.
«Lo que esto nos dice sentencia la doctora Boroditsky– es que el lenguaje se está entrometiendo incluso con esta experiencia perceptiva tan básica. Lo que nos parece tan automático y tan impulsado por el mundo es, en cambio, una combinación de factores, incluido el idioma que hablas. Cuando ves el mundo, lo estás viendo a través de la lente de tu idioma», o del que usa el que te habla.
De esta manera, la ambigüedad, las falacias, los dobles sentidos, las gracejadas, los clichés, los insultos, las medias verdades y las medias mentiras y hasta los más abiertos engaños son instrumentos para moldear la mente, la forma de pensar, sentir, desear, querer o malquerer de un individuo, de un grupo o, lo que es más fácil, de todo un pueblo. Los ejemplos sobran. Y recordamos la «neolengua» de Orwell (1984) que servía a un régimen totalitario para construir una realidad adecuada a sus intereses ideológicos.
La manipulación del lenguaje conlleva una manipulación de las mentes.
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