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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Impuestos y tiranos
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
15 de junio de 2017
alcalorpolitico.com
No causa extrañeza que el todavía presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, pretenda imponer un impuesto a todos los productos que México vende a ese país, pues ya es una constante que ese señor también se levante cada día con la intención de fregar a cualquiera que se le antoje. La ha tomado contra México, en conjunto, siguiendo el ejemplo de los gobernantes autóctonos que también cada día se despiertan con la consigna de exprimir a los mismos mexicanos con más y más tributos. Ya pagamos casi el 40% el valor de la gasolina en impuestos arbitrarios, además de otras preciosidades que a los mandatarios nacionales o locales se les van ocurriendo.
 
Si de tiranoscobraimpuestos se trata, la historia cuenta que entre los años 132 y 63 a C vivió en el Asia Menor, específicamente en el Ponto, sitio ubicado cerca del Mar Negro, al norte de Turquía, el rey Mitrídates VI. Obviamente, era hijo de Mitrídates V, a quien sucedió en el trono cuando apenas cumplía los 20 años, después de andar huyendo durante siete años pues los rumores decían que no era ajeno al crimen de parricidio y regicidio. Lo cierto es que a su regreso mató a su madre Gespaepyris y a su hermano Mitrídates Chrestos y se casó con su hermana Laodice. Fue muy famoso, además de por estas correrías, por haber enfrentando al poderosísimo ejército romano en alianza con las ciudades griegas Éfeso, Mileto, Pérgamo y hasta Atenas, a quienes Roma tenía subyugadas con gravísimos impuestos.
 
Cuenta la historia que después de conquistar parte de Anatolia, territorio romano, Mitrídates ordenó matar algo así como a cien mil romanos, sin hacer excepción de hombres, mujeres y niños. Esto desencadenó las tres guerras mitridiáticas entre Ponto y Roma y fue hasta la tercera cuando Cneo Pompeyo lo derrotó definitivamente y tuvo que exiliarse a Pinticapeum, donde su hijo Farnaces lo obligó a suicidarse.
 

Mitrídates VI tuvo muchísimos adversarios, no solo entre los romanos, sino entre sus mismos compatriotas y familiares. Ante esa nube de enemigos que logró reunir afanosamente con su mente tortuosa y después de enterarse por un oráculo que podría morir envenenado, ordenó a su médico personal Kratevas que le suministrara diariamente una pequeña dosis de veneno para volverse inmune. Esto se pudo comprobar en cierta ocasión en que halló un alacrán en su jardín. El médico se lo colocó en las venas de su brazo, el alacrán lo picó y Mitrídates ni siquiera se inmutó. Después, cuenta la leyenda, el mismo alacrán picó a un viejo soldado y este murió instantáneamente.
 
Este tiranuelo impuso a sus conciudadanos un impuesto por sus excrementos y, cuando uno de sus brujos asesores escitas le hizo la observación de que era dinero sucio, Mitrídates le acercó unas monedas a las narinas y le preguntó: «¿huele mal?».
 
Como se aprecia, el gobernante abusivo no carece de imaginación cuando de recabar más dinero de los contribuyentes se trata. Llámese impuesto a la gasolina, a la tenencia de los autos (ahora llamado Control vehicular) y por las ventanas o los burros.
 

En efecto, entre los impuestos más absurdos de que se tenga memoria existe aquel que ideó otro dictador mexicano, Antonio López de Santa Ana, por el número de puertas y ventanas que se tuviera en casa, o el aplicado en Sonora en 2013 por la tenencia, traslado y sacrificio de asnos, y en el municipio de Banamichi, Sonora, por viajar en vía pública a bordo de una bicicleta infantil. O el impuesto sobre alumbrado que impuso el gobernador Sabines en Chiapas y que en Córdoba quiso cobrar Julio Zapata Castro cuando fue alcalde. En Irlanda y Dinamarca planearon cobrar un impuesto por las flatulencias emitidas por las vacas.
 
Entre esos tributos absurdos se cuentan también el estipulado por dinero depositado en efectivo en los bancos, en el reinado de Calderón; el cobrado por la producción y venta de pulque y, durante la época virreinal, por la elaboración y venta de nieves; o los que tienen que pagar los habitantes de Talpa, Jalisco «Por no arreglar la fachada de casa habitación, comercio y oficinas», o por pasear perros sin identificar. Y si de impuestos tontos se trata, está el caso de un economista japonés que propuso cobrar a los hombres bien parecidos para favorecer la procreación de los feos y así aumentar la natalidad en ese país.
 
Como se ve, Trump no es original, ni su homólogo mexicano con el impuesto a la gasolina. En Veracruz hay un tributo para «Fomento a la Educación» que se cobra sin misericordia, sin que nadie pida ni rinda cuentas de él y, ahora, en algunas ciudades, hasta por estacionarse en las calles…
 

Todo sea para beneplácito del bolsillo de los ambiciosos gobernantes en turno.
 
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