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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Noticias falsas y falsas noticias
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
14 de diciembre de 2017
alcalorpolitico.com
Los diccionarios Oxford, cuyos editores no tienen mucho que hacer, o más bien, les pagan por esto que vamos a decir que hacen, nos han regalado con otro de sus interesantes descubrimientos lingüístico-filosófico-político-sociales.
 
Resulta que los editores, que deben de ser una caterva (del latín caterva”: 'tropa', 'multitud', 'pelotón, 'cuadrilla': RAE), se han dedicado a buscar, entre 4 500 millones de palabras (¡!) aquella que fue la más usada durante este año que está agonizando.
 
El año pasado nos regalaron con un sabroso descubrimiento: gracias a ese señor que todavía gobierna –o desgobierna EEUU–, los editores encontraron un garbanzo de a kilo: la palabra estrella de ese 2016 fue post-truth, que en castellano fue traducido como posverdad, rarísimo vocablo –y concepto– que, en interpretación muy libre y atinada del lingüista Álex Grijelmo, se refiere a «la era del engaño y de la mentira, pero la novedad que se asocia a ese neologismo consiste en la masificación de las creencias falsas y en la facilidad para que los bulos prosperen».
 

Pues bien, la palabra estrella o, mejor, la frase, puesto que son dos: sustantivo y adjetivo, es fake news, traducido como noticias falsas, es decir, bulos. La información, redactada por Conxa Rodríguez, solo dice que «El término fake news está vinculado a la elección del presidente norteamericano Donald Trump, utilizado por él mismo durante la campaña electoral y tras su elección» (http://www.elmundo.es/cultura/cine/2017/11/03/59fc80f4468aebd1508b46a0.html). Y no da más explicación pues, a diferencia de posverdad, el término resulta bastante claro. Estamos hablando de noticias que simplemente dicen lo contrario de lo que sucede, o lo manipulan de tal manera que uno termina por creer más en lo que dice la información que en la misma realidad, aunque la esté presenciando.
 
Los filósofos realistas nos enseñan que hay tres clases de verdad. La primera verdad, que llaman «ontológica», se refiere a la identidad que cada cosa tiene consigo misma. Esto es medio confuso, pero podemos decirlo así: una cosa siempre es lo que es y no otra cosa. Casi una definición de Perogrullo (o del filósofo de Güemes, q.e.p.d.), pero, en realidad, es la expresión de un primer principio ontológico, el de identidad. Un ejemplo simplísimo: una pera es una verdadera pera y no otra cosa. Si fuera de plástico, por ejemplo, ya no es una verdadera pera, sino una imitación, un juguete, un adorno, etc. Esto es, la pera de plástico o de cera o de cualquier otro material ajeno a su naturaleza no es una pera, es una falsa pera, no por lo que es sino porque no es lo que se cree que es, y punto. En este sentido, todos los seres son verdaderos en sí mismos. La segunda verdad es la verdad lógica, que es la coincidencia entre lo que algo es y lo que de ello pensamos. Si yo pienso que esto es una pera y realmente lo es, ese pensamiento es verdadero. Lo contrario es el error y la falsedad. Si yo pienso que esa cosa es una pera y en realidad es una figura en forma de pera, estoy en un error, y al afirmar que es una pera, caigo en falsedad. Y el error casi siempre es involuntario. La tercera clase de verdad es la moral: es la coincidencia entre lo que pienso y lo que expreso, lo que digo. Si yo pienso que aquello es una pera y digo que es una pera, estoy diciendo una verdad moral. Lo contrario es la mentira, y si esta es malintencionada, es engaño. Mentira y engaño siempre son voluntarios.
 
La posverdad y la noticia falsa están, desde luego, en esta tercera categoría. Es decir, están enmarcadas en la mentira o en el engaño, que es peor porque es perverso. Por eso son tan peligrosas y por eso quien las utiliza, y peor si tiene poder, además de un demagogo, un sujeto no digno de fe, es un peligro, una amenaza, figuras proporcionales al grado de poder, de injerencia que pueda tener sobre un pueblo, sobre una sociedad.
 

Álex Grijelmo, lingüista que ha estudiando este fenómeno (La seducción de las palabras), en su interesante análisis de la posverdad, dice: «Hoy en día todo es verificable, y por tanto no resulta fácil mentir. Sin embargo, esa dificultad se puede superar con dos elementos básicos: la insistencia en la aseveración falsa, pese a los desmentidos fiables; y la descalificación de quienes la contradicen. A ello se une un tercer factor: millones de personas han prescindido de los intermediarios de garantías (previamente desprestigiados por los engañadores) y no se informan por los medios de comunicación rigurosos, sino directamente en las fuentes manipuladoras (ciberpáginas afines y determinados perfiles en redes sociales). Se conforma así la era de la posmentira»
(https://elpais.com/elpais/2017/08/22/opinion/1503395946_889112.html?id_externo_rsoc=FB_CC9).
 
A estas posverdad, posmentira y noticia falsa se une la rara especie de la poscensura. Y de nuevo cito a Grijelmo: «En este nuevo mundo de la poscensura, quienes se manifiestan al margen de la tesis dominante recibirán una descalificación muy ofensiva que actúa como aviso para otros marineros. Así, la censura ya no la ejercen ni el Gobierno ni el poder económico, sino grupos de decenas de miles de ciudadanos que no toleran una idea discrepante, que se realimentan entre sí, que son capaces de linchar a quien a su juicio atenta contra lo que ellos consideran incontrovertible y que ejercen su papel de turbamulta incluso sin saber muy bien qué están criticando» (ibid).
 
Hay que estar ojo avizor: millones y millones de anuncios publicitarios de los candidatos a suceder a Peña estarán usando todo este instrumental de engaños para seducir a los ingenuos…

 
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