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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Los restos del día
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
8 de marzo de 2018
alcalorpolitico.com
Míster Stevens es un mayordomo, uno de esos pintorescos y extraños personajes que existieron (¿existen?) en añejas mansiones señoriales de la vieja Europa. Lleva 30 años sirviendo en la Darlington Hall, aun cuando su antiguo dueño y patrón ha muerto y la mansión es ahora ocupada por un magnate norteamericano. Nunca ha salido de vacaciones. Aparte de su padre, quien también fuera mayordomo y ahora sea un criado más de esa misma casa, no tiene ningún familiar. Por lo tanto, su vida ha sido de una monotonía impresionante y de una soledad avasalladora. Sin embargo, su ahora patrón, el americano míster Farraday, le propone tomarse una semana libre y le facilita el viejo y elegante auto de su antiguo patrón.
 
Animado por esa inusual aventura, míster Stevens empieza un recorrido por algunos pueblos de Inglaterra, hasta culminar, el quinto día, en el reencuentro con miss Kenton, antigua ama de llaves de esa misma residencia. Aunque más joven que él y pese a que sus relaciones tuvieron muchos momentos ríspidos, lograron una buena amistad y, por lo que se deja ver, un cierto enamoramiento. Ella, ahora, vive casada en otro pueblo y el reencuentro le revelará al mayordomo que los restos de su vida deberán seguir siendo iguales.
 
Los seis días de vacaciones de míster Stevens nos serán contados por él mismo en la novela Los restos del día de Kazuo Ishiguro, quien logra ir mezclando varios relatos en el mismo discurso del protagonista-narrador: los avatares de su viaje, la descripción de algunos paisajes, sus reflexiones sobre su rutinaria y disciplinada vida, sus tareas como mayordomo y la manera de entender valores como la eficiencia, el servicio, el orden, la disciplina y, especialmente, la reserva y la discreción hasta el extremo de llegar a aparecer, en ciertas circunstancias, como ignorante y objeto de bromas por los elegantes señores que acuden a la mansión.
 

Y es que lord Darlington, una vez concluida la primera guerra mundial y viendo las condiciones a que fue sometida la derrotada Alemania, especialmente por Inglaterra y Francia, decide jugar un papel importante en la reconsideración de su situación. Para ello, convoca en su residencia a importantes personajes del mundo de la política, la economía y la religión y trata de suavizar los términos del sometimiento alemán. «Nuestra generación –dice el mayordomo– fue la primera en reconocer que…las decisiones importantes que afectan al mundo no se toman, en realidad, en las cámaras parlamentarias o en los congresos internacionales…Antes bien, es en los ambientes íntimos y tranquilos de las mansiones de este país donde se discuten los problemas y se toman decisiones cruciales» (125). Desgraciadamente, son los tiempos en que un despreciable personaje, Hitler, se va a aprovechar de esa consideración y el lord, con todas sus buenas intenciones, terminará siendo un importante respaldo para el nazismo, lo que finalmente lo llevará a la depresión y a la muerte. «Era el comportamiento que le dictaba su naturaleza y su profundo deseo de acabar con tanta injusticia y sufrimiento» (83).
 
Míster Stevens será testigo mudo y silencioso de esas reuniones secretas y escuchará todo lo que ahí se diga, pero solamente el lector será su confidente y así podemos enterarnos de lo que ocurre en estas sesiones de cabildeo, tan comunes en la vida de los políticos y que se llevan a cabo a espaldas de toda la sociedad.
 
Interesantes, en este entramado organizado por Ishiguro, son sus disquisiciones sobre la dignidad que, aunque sea referida a los mayordomos, se aplica a cualquier profesionista y a todo ser humano: «la dignidad del mayordomo está profundamente relacionada con su capacidad de ser fiel a la profesión que representa. El mayordomo mediocre, ante la menor provocación, antepondrá su persona a la profesión. Para estos individuos, ser mayordomo es como interpretar un papel, y al menor tropiezo o a la más mínima provocación, dejan caer la máscara para mostrar al actor que llevan dentro. Los grandes… adquieren esta grandeza en virtud de su talento para vivir su profesión con todas sus consecuencias, y nunca los veremos tambalearse por acontecimientos externos, por sorprendentes, alarmantes o denigrantes que sean» (51).
 

Al final de la novela, cuando míster Stevens termina sus andanzas vacacionales, al reflexionar sobre la vida de lord Darlington recapitula su mensaje: «era muy buena persona. Un hombre de gran corazón. Y al menos él tuvo el privilegio de poder decir al final de su vida que se había equivocado. Durante su vida siguió un camino, que resultó no ser el correcto, pero lo eligió. Y al menos eso pudo decirlo… Para personas como usted o como yo, la verdad es que basta con que intentemos al menos aportar nuestro granito de arena para conseguir algo noble y sincero» (252s).
 
Esos son los restos del día.
 
(Kazuo Ishiguro, Los restos del día, Anagrama, 253 pp.)
 

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