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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
El seductor de la patria
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
24 de mayo de 2018
alcalorpolitico.com
Sobre la vida y actuación de Antonio López de Santa Ana en la historia de México se ha escrito con una profusión admirable. Desde artículos hasta análisis psicológicos, pasando por biografías, historias, obras de teatro y demás géneros literarios. Y es que la vida de este singular personaje abarca episodios muy importantes en la vida de México: el fin de la colonia, la independencia, el primero y segundo Imperio y la primera y la segunda República, con la Reforma incluida. Y en todos los acontecimientos históricos tuvo que ver e intervino de manera destacada.
 
Su azarosa vida política y militar se inicia precisamente en 1810 cuando, siendo un imberbe jovencito de 16 años, se alista en las filas del ejército realista y combate a los insurgentes. Entre 1818 y 1820 entra en contacto con Vicente Guerrero, quien lo invita a guerrear por la independencia. Con la sagacidad y perspicacia que serán características distintivas de su personalidad y armas con las cuales va a sobrevivir tantas veleidades de la política y el poder, el 26 de abril de 1821 decide cambiarse ahora al ejército insurgente e incluso es encargado de recibir al virrey Juan O’Donojú, quien firma con Agustín de Iturbide los Tratados de Córdoba que sellan la liberación de México. Cuando Iturbide se corona emperador, Santa Ana es ascendido a general brigadier; aun así, mantiene una actitud ambigua entre Iturbide y Guadalupe Victoria. Poco después encabeza un movimiento armado contra Iturbide (Plan de Casamata) y se alía con Guadalupe Victoria, quien llega al poder y establece la república. En 1825 compra su famosa hacienda Manga de Clavo, en su natal estado de Veracruz, a donde se refugiará intermitentemente durante toda su vida, en los momentos en que se sentía cansado o cuando calculaba que era ocasión de esconder la cabeza o, simplemente, cuando le venía en gana para hacer sentir la necesidad de su presencia.
 
De aquí en adelante, su carrera militar va a ser de una volatilidad asombrosa. De pronto es partidario de Guadalupe Victoria, de pronto se levanta en armas contra él y a favor de Nicolás Bravo para, momentos después, aliarse nuevamente con el gobierno y apoyar a Guerrero en el motín de la Acordada que lo lleva al poder. Después apoya a Gómez Pedraza, vencedor de Guerrero, y llevando a Gómez Farías como compañero de fórmula, alcanza la presidencia de la república. Aquí aparece el carácter veleidoso y astuto de Santa Ana: estratégicamente se retira de la presidencia y deja a Gómez Farías, quien se enemista con el clero al afectarlo con sus reformas económicas; acto seguido, Santa Ana organiza un autogolpe de estado para desembarazarse de Gómez Farías. El golpe no resulta y él mismo destierra a los generales coludidos. Poco después aprovecha un levantamiento de militares en Cuernavaca contra Gómez Farías, los apoya y de esta manera manda al destierro a Gómez Farías y él queda como única autoridad del país.
Este episodio revela el modus operandi de Santa Ana durante toda su vida: pacta con unos y después con sus enemigos; se alía con unos y luego con los contrarios: todo va a depender de hacia qué lado vaya el péndulo del poder. Será presidente de la república varias veces y renunciará otras tantas, será preso y hombre libre, realista e insurgente, pro-imperio y republicano, conservador y liberal [«siempre tuve claro que en ambos bandos, los intereses personales estaban por encima de las doctrinas políticas» (142)], militar y campesino, demócrata y dictador [«Nunca fui hombre de ideas fijas, ni el país donde me tocó vivir se prestaba para ello» (147)], se enfrenta a los yanquis y luego hace alianzas con ellos, venerado como héroe y apresado como traidor, millonario y pobre, humilde y soberbio [«a mí no me gustaba estar por debajo de nadie, pero tampoco encima de todos, salvo para recibir ovaciones después de una campaña triunfal» (181)], generoso y avaro, devoto esposo y mujeriego, padre amoroso y dejará a su esposa pariendo por ir a un palenque...

 
El nombre de Seductor de la patria que su autor, Enrique Serna, toma de Enrique Krauze para identificar a Santa Ana no puede ser más afortunado para esta magnífica novela histórica. Santa Ana es el gran conquistador de una patria que, en su búsqueda de una identidad, cae en sus manos [como en las de otros] una y otra vez, así como una y otra vez es desairada y sacrificada en aras de sus propias ambiciones de poder: «En las contiendas civiles que me tocó vivir —dice Santa Ana—, ninguno de los bandos en pugna buscaba el bienestar de la patria» (191), «La política es el arte de comprar y vender favores. Un político tiene poder, o bien cuando los demás le deben muchos favores o cuando está en disposición de hacerlos» (103); «en el ejército y en la burocracia solo puede hacer carrera quien sepa cómo se mueven los hilos del poder» (50). Los intereses de la patria, simple y llanamente no cuentan ni contaron para ninguno: «Bajo el sistema centralista, la concentración del poder solo engordaba a los agiotistas, al clero, a los empleados públicos... Pero el federalismo era una calamidad mayor... Conocí muy bien a los liberales puros... y te aseguro que no eran gente de fiar. Patriotas de oficio, parásitos del erario, rastreros de pitanza, querían los bienes de la iglesia para enriquecerse con ellos, mientras la nación se disgregaba en islotes ingobernables. Por eso yo trataba de mantenerme neutral, aplicando la política de palo a la burra blanca y palo a la burra negra» (191s). Y las siguientes frases por sí solas valen para retratar al protagonista: «Yo jamás traicioné mis convicciones por la simple y sencilla razón de que nunca las tuve» (195) y, al referirse a Guadalupe Victoria: «Pobre Guadalupe: su fama de tarugo es una prueba de que en este país nadie aprecia la honestidad. Más vale tener fama de cabrón, para que nadie se burle de uno» (133).
 
El final de su vida casi se puede predecir a partir de su actuación: solo, medio ciego, sin dinero, orgulloso, enfermo: «Yo quería terminar así, como los héroes de las grandes óperas... Ya soy ese monigote grotesco y me temo que no abandonaré el escenario hasta que el Señor termine de humillar mi soberbia» (499).
 
Muere en 1876 después de dictar su última confesión: «Soy un miserable... Traté a la patria como si fuera una puta, le quité el pan y el sustento, me enriquecí con su miseria y su dolor... Pero es la verdad. México y su pueblo siempre me han valido madre» (503).

 
Comentario
Obra de ingeniosa estructura, de armazón compleja, bien planeada y muy hábilmente manejada. El autor acude al recurso de hacer que su protagonista narre su propia historia, mediante el procedimiento de pedirle a su hijo que escriba su biografía con el pretexto de que alguien debe callar a sus detractores: «Para revocar su fallo adverso necesito un biógrafo de mi entera confianza, que muestre mi lado humano a las generaciones futuras» (18). Al principio, es el propio protagonista el que escribe largas cartas al hijo dándole los datos; después, cuando ya esto le es físicamente imposible, a través de las confidencias que hace a Manuel María Giménez, un viejo admirador suyo.
 
Este es el gran medio, pero no el único. El autor va intercalando una gran variedad de recursos, todos sin duda de un gran ingenio: unas veces son los mismos documentos que se rescriben, otras, recortes de publicaciones, otras, fragmentos de diarios o cartas (como el muy ameno relato del indio Juan Tezozómoc, soldado involuntario del ejército de Santa Ana en la batalla de Cerro Gordo). En síntesis, estos son los recursos que emplea con gran destreza el autor:
 

1) Cartas que escribe Santa Ana a su hijo Manuel, que vive en Cuba
2) Cartas que escribe Manuel María Giménez a Manuel, sobre lo que le dicta Santa Ana.
3) Cartas o inserciones en las cartas de Santa Ana, de Dolores Tosta a Manuel Santa Ana
4) Documentos oficiales de los Archivos
5) Publicaciones en Diarios
6) Fragmentos de una «Razón circunstanciada de mi vida militar y política» escrita por Santa Ana en Nassau.

7) Cartas que Santa Ana escribió a sus padres cuando se inicia en la vida militar
8) Cartas que le escriben a Santa Ana familiares, amigos y compañeros de lucha
9) Correspondencia entre militares y políticos
10) Cartas de Manuel a su padre.
11) Fragmentos de Diarios de políticos y militares (Mariano Arista, Isidro Barradas)
12) Fragmentos de cartas y actas en que interviene Juan Tezozómoc

13) Cartas de Manuel a su hermano Ángel
14) Fragmentos del Cuaderno de viaje de Santa Ana, en 1867.
 
La obra está estructurada en dos partes y, al final, un mapa de los territorios perdidos en tiempos de Santa Ana, un índice de personajes históricos, una cronología (muy útil) y una “bibliografía sumaria” de 27 obras.
 
En lo que el autor denomina «Agradecimientos», hace una reflexión sobre su trabajo y, desde el principio, anota: «En esta novela no intenté compendiar todo lo que se sabe acerca de Santa Ana ni mucho menos decir la última palabra sobre su vida, sino reinventarlo como personaje de ficción y explorar su mundo interior sobre bases reales». Y añade: «Para dejar campo libre a la imaginación, renuncié de entrada a la objetividad histórica» (9).

 
El autor, a través de una hábil manipulación de recursos va poco a poco conformando esa caracterización del personaje. Podemos decir que los múltiples acontecimientos históricos en los que participa el protagonista solo son el escenario que sirve para mostrar su controvertida personalidad. Ese personaje de ficción viene a resultar no una caricatura sino una personalidad verosímil, perfectamente creíble. El Santa Ana de la novela quizá sea más real que el que muestran los libros de historia... En supuesta carta a Manuel Santa Ana, el autor, a través de Manuel María Giménez, escribe: «El Santa Ana que la gente conoce y la posteridad juzgará es una creación colectiva de todos los que alguna vez hablamos en su nombre. Prescinda usted de los documentos apócrifos en la confección de la biografía y se quedará con un muñeco relleno de paja. Le guste o no, su padre es nuestro invento, y aun si decide reinventarlo tendrá que partir de un modelo más o menos ficticio, mucho más elocuente y pulido que el original» (293).
 
Esta objetividad la logra el autor a través de los recursos que mencionamos: siempre que hay un evento en el que participa el protagonista, tenemos su propia versión (que es el hilo conductor de la novela), pero también otra u otras versiones, tomadas, sea de cartas que escriben los otros personajes del evento, sea de testimonios de documentos, etc., etc. Valga como ejemplo la batalla de Cerro Gordo, en que el protagonista narra lo sucedido en un claro estilo épico y grandilocuente, mientras en contrapunto aparece la versión de un simple soldado (el sabroso relato de Juan Tezozómoc, página 362ss) en el que el general Santa Ana aparece como un burgués de la guerra, que ni participa ni se arriesga, o cuando Santa Ana expropia recursos a la iglesia, dado que «la iglesia es la que más contribuye al estancamiento social» (297) y luego aparecen las escrituras de las haciendas que Santa Ana compró con esos mismos dineros (páginas 297-301).
 
Desde luego que esta intención fictiva del autor no lo exime de dar una base histórica del personaje y los hechos. Él mismo lo señala con suficiente claridad: «La naturaleza de mi trabajo me obligó a estudiar a los clásicos de la historiografía mexicana del siglo XIX y a revisar los documentos que sirvieron como base a los biógrafos de Santa Ana, con quienes tengo la misma gratitud que un fabricante contrae con los proveedores de materia prima» (9).

 
Finalmente debe señalarse la variedad de narradores, lenguajes y personas que el autor emplea, y que son producto de la diversidad de los recursos literarios ya mencionados.
 
(Enrique Serna, El seductor de la patria. Grandes Novelas de la Historia Mexicana. Ediciones Planeta DeAgostini-Conaculta. España, 2003. 520 pp.)
 
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