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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Lo nuevo en política: 'la autoverdad'
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
26 de julio de 2018
alcalorpolitico.com
En Brasil está desatada (pobres brasileños) la campaña por la sucesión presidencial. Es una insólita contienda: un candidato, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores (PT), se encuentra encarcelado y tiene prohibido hacer manifestación de ninguna clase, y el opositor, del Partido Social Liberal (PSL), representando a una insólita ultraderecha, Jair Bolsonaro, un rarísimo espécimen que ha puesto en la palestra una nueva dimensión de la patología política: la autoverdad.
 
Y esto es lo que nos interesa: la autoverdad, digna sucesora o contemporánea de la posverdad, que aún sigue ensuciando la vida política de este siglo XXI.
 
En pocas palabras, la autoverdad que como prototipo (por espectacular y extremoso) representa Bolsonaro en Brasil, se caracteriza porque su valor «está mucho menos en lo que se dice y mucho más en el hecho de decir. “Decirlo todo” es el único hecho que importa». O, por lo menos, es lo que más importa, como sintetiza en excelente artículo Eliane Brum, del periódico El País (https://elpais.com/autor/eliane_brum/a/).
 

La autoverdad no tiene nada que ver con la realidad, con los hechos, ni con la falsificación de los hechos, ni en la creación de noticias falsas, de mentiras. La autoverdad consiste simplemente en decirlo todo a rajatabla, sin pelos en la lengua, sin recato ni reserva, sin ética ni pudicia. No importa lo que se dice, lo que importa es decirlo.
 
El proclamador de la autoverdad es el mesías, el profeta, el oráculo divino, el mago de la palabra que puede decir lo que sea, en el tono que sea, y siempre tendrá un sequito de aplaudidores que lo veneran, lo alaban, lo endiosan, lo admiran por su «sinceridad», por su «valentía», por encarar al enemigo sin límites ni éticos ni legales.
 
Con más de cinco millones de seguidores en Facebook, a Bolsonaro, según una encuesta, lo siguen y aplauden especialmente los jóvenes entre los 16 y los 34 años (¡!) porque «dice lo que piensa y no le importa un bledo». Recurriendo a memes y breves videos en las redes sociales y pronunciando discursitos plagados de ridiculeces, agresiones, odios y desplantes iconoclastas, es vitoreado por estos nuevos electores que ven en él a alguien que «es divertido, mientras el resto de los políticos, no». «No tiene un discurso de odio. Solo expone su opinión, diciendo la verdad», dice un jovencito de 16 años.
 

Según refiere la articulista Eliane Brum, «la “verdad” de Bolsonaro, que circula en vídeos con frases de efecto del Bolsomito, es llamar “furcia” a una diputada y decir que no la violaría porque no se lo merece, porque la considera “muy fea”; es afirmar que su hija, con cinco hermanos mayores, es el resultado de “haber flojeado”; es declarar que sus hijos no saldrían con una negra ni serían gais porque fueron “educados muy bien”».
 
Y el mundo le aplaude, y lo sigue, y lo vitorea, porque el señor es «sincero, abierto, críticón, divertido». En pocas palabras, digno de ser presidente de un inmenso país, como el nuestro, sumido en crisis política, deseducación, pobreza y…futbol y carnaval.
 
Su discurso ha tocado, incluso a la destituida presidenta electa Dilma Roussefha y ha exaltado al fiero coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra. «uno de los más notorios torturadores y asesinos de la dictadura civil y militar (1964-1985), un sádico que llegó a llevar a niños pequeños para que vieran a sus madres torturadas, cubiertas de hematomas, meadas, vomitadas y desnudas, para presionarlas. Y están también las declaraciones racistas de Bolsonaro contra los indígenas y quilombolas (descendientes de esclavos huidos)». Y el mundo joven lo sigue, lo aplaude, lo vitorea y lo considera auténtico, verdadero. «A veces exagera —dice una de las entrevistadas—, no piensa porque habla por impulso, porque es muy honesto, muy sincero y no mide las palabras como los otros políticos, que siempre piensan en lo políticamente correcto, en lo que la prensa va a decir. A él no le importa lo políticamente correcto, dice lo que piensa y punto, pero no es homofóbico. Le gustan los gais. Es su manera de hablar».
 

Respecto a sus detractores, el candidato, apoyado por grupos religiosos, «se convierte en el “perseguido” en la lucha del bien contra el mal, lo que tiene mucho sentido para quien está bombardeado por una visión maniqueísta del mundo». A quien lo ataca, lo convierte en el malo, y él es el redentor, el mesías, el profeta, el salvador, el reconciliador, el desfacedor de todos los males. «En el juego de las apariencias, su truco es siempre el mismo: hacer un movimiento ideológico afirmando que es para combatir la ideología, actuar políticamente pero afirmarse antipolítico».
 
Hay que estar muy alerta: «La autoverdad desplaza el poder hacia la verdad del uno, destruyendo la esencia de la política como mediadora del deseo de muchos. Si el valor está en el acto de decir y no en el contenido de lo que se dice, no es posible darse cuenta de que no hay ninguna verdad en lo que se dice», y ahí radica la esencia de una postura que peligrosamente lleva a dañar aún más a una sociedad lacerada por males endémicos.
 
«El desafío que imponen tanto la posverdad como la autoverdad es cómo devolver la verdad a la verdad», concluye la articulista.
 

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