icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Del miedo y los engendros
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
1 de noviembre de 2018
alcalorpolitico.com
A raíz de mi anterior artículo, en donde me referí al «escandaloso» asunto del minicuento de «Lucy y el monstruo», que se publica en el libro de lecturas para los niños de V de primaria, y que aterrorizó a una pulcra y pacata dama, y junto con ella, a una buena dotación de otros congéneres suyos, me recuerdo la bellísima y terrorífica historia de Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley.
 
Este libro, increíblemente escrito por una jovencita de 20 años, hace 200 años exactamente, y en la ultraconservadora y reprimida Inglaterra, aquel pedazo de isla que es uno de los últimos reductos de la monarquía (anacrónico y distópico sistema político), da pie a numerosas interpretaciones, todas ellas sumamente sugestivas. Por ejemplo: que el «demonio» creado por el doctor Víctor Frankenstein sea un retrato de la precoz orfandad de la escritora, o una representación plástica de los peligros de una ciencia amoral (o francamente inmoral), que solamente ve el lucro o la vanagloria personal del investigador, o la dimensión trágica de una desgraciada criatura que nunca pidió nacer y que se rebela contra su creador a quien califica de cruel y despiadado, o también una profunda reflexión filosófica sobre la precariedad de la existencia humana, sometida a la tiranía y a los caprichos de tantas ambiciones externas, o, finalmente, una muy interesante propuesta para explicar por qué el hombre hace el mal que, diría san Pablo, no quiere hacer.
 
Lo cierto es que la novela, cuya primera edición es la más recomendable, nos deleita con la perfecta dosificación del miedo y el terror. Con Víctor, el fabricante de aquella criatura del demonio, curiosamente anónima y, tal vez con ello, prototipo de cualquier producto indeseable, es un magnífico acercamiento a una de las emociones típicamente humanas: el miedo. Dicen los sicólogos que saben que, ante un objeto o ser cualquiera, una persona puede sentir cuatro emociones primarias: acercarse a él (amor), alejarse de él (miedo), intentar destruirlo (ira) o tratar de destruirse a sí mismo (el abatimiento).
 

En la novela de Mary Shelley encontramos fácilmente estas cuatro emociones básicas del ser humano. El doctor Frankenstein ama fervientemente aquel engendro cuando, impresionado por la pérdida de su querida madre, intenta descubrir los orígenes científicos de la vida y de esa manera hacer un gran beneficio a la humanidad, pues de conocer el surgimiento de la vida puede derivarse el velar por su conservación. Cuando el resultado es un monstruo miserable, engendro depravado, repulsivo demonio, espantoso huésped, criatura abominable, espectro maldito, bestia infernal, locuciones todas con las que el creador denomina a su criatura, él mismo trata de huir de su producto presa de un pánico total. Después, en cuanto el demonio aquel empieza a hacer sus fechorías y va aniquilando a los seres más queridos de su creador, este, encolerizado, buscará destruirlo de una vez por todas: obsesión que lo llevará a los límites de la cordura o, mejor, al umbral de la demencia. Finalmente, al verse impotente ante la soberbia y el poderío de su engendro, caerá en una pavorosa depresión que si no culmina con el suicidio es precisamente porque la ira sobrepasa al abatimiento y llegará a empeñar su vida en la búsqueda de la violencia extrema: el asesinato de su propia criatura. Víctor Frankenstein perseguirá a aquella bestia infernal hasta los confines de la tierra para destruir lo que él mismo ha creado en su vano empeño de inmortalidad.
 
Porque así es la imbecilidad a que puede llegar el hombre: en su loco afán por erigirse en amo y señor de cualquier porción de poder (ya no digamos, dueño de la vida misma) puede engendrar criaturas o pueblos que le muestren que su soberbia no va con su propia realidad: ser humus, ser polvo, ser leve pluma que lleva el viento.
 
El terror, así vivido, es una maldición. Y peor cuando es la misma sociedad la que permite o procrea estos espantosos huéspedes que, mediante la fuerza que dan las armas, o por ella misma ahíta de frustraciones, se levantan para destruir, avasallar, aniquilar.
 

«El horror hipnotiza, nadie lo niega. Pero justo por eso es importante contenerlo para que, además, no avasalle el entendimiento de los fenómenos sociales de los que emerge», dice la articulista de El País Gabriela Warketin, al comentar la presencia de uno de esos monstruos que ha aparecido en nuestra cotidianidad, el asesino serial de mujeres en el Estado de México. Y señala con toda puntualidad: «En el caso de este feminicida confeso (aún no juzgado) se agrega la pronta filtración de detalles escabrosos acerca de cómo mató, despedazó y comió a sus víctimas, incluso de la manera en que dispuso de los restos humanos para alimentar animales… En la historia del feminicida confeso hay todo para alimentar la estelaridad del morbo mediático: un ser despiadado, mujeres víctimas, una esposa cómplice, cuatro hijos ahora inermes. Solo que en la mediación inicial de la historia hay una trampa brutal: concentrar la mirada en el extremo de la violencia opaca la urgencia de visibilizar la normalidad de la agresión en los espacios intermedios. Sí, el asesino serial es un monstruo. Sí, comer carne humana o cocinarla es un horror. Pero las mujeres que sufren la violencia cotidiana, constante, impune en esa parte del Estado de México, no merecen quedar invisibilizadas por un asesino serial que atrae la atención por su propia y desmedida locura». (https://elpais.com/internacional/2018/10/15/mexico/1539636931_057549.html).
 
Como no pueden quedar invisibles los millones de humanos que padecen la violencia institucionalizada, engendro de quienes la han ejercido, promovido o permitido contando con la pasividad y acaso connivencia de quienes fueron escogidos (haya sido como haya sido) justamente para evitar que eso sucediera y se pusiera en peligro a la sociedad misma.
 
Este monstruo maldito de la violencia es el que verdaderamente causa terror.
 

[email protected]