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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Historias de la Historia
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
4 de abril de 2019
alcalorpolitico.com
Allá, casi en la prehistoria, cuando cursé la educación secundaria en una escuela cuyo director era el profesor Juan Zilli B., la materia de Historia se llevaba en los dos primeros años y, en tercero, un dizque seminario de México y el Mundo en el siglo XX. No recuerdo si en primero la historia era universal o de México; de tercero no recuerdo absolutamente nada, pero de lo que nunca me he podido olvidar es de la Historia de México que llevamos en segundo año.
 
Y la recuerdo perfectamente solo por dos razones: la primera, porque el maestro era un hombre que sabía mucho y disfrutaba hablando de ella. Solo con llegar al salón, sin soltar su librito de Carlos Alvear Acevedo se sentaba en su cátedra y hablaba y hablaba y hablaba sin parar y sin percatarse que la mitad de los alumnos estaban (o estábamos) dormidos, otro sector hacía como que atendía y el resto se distraía con lo que su imaginación le aportaba. Solo de vez en cuando una carcajada general despertaba a unos y a otros, porque alguien se había percatado de que el maestro estaba riendo por algo que contaba y que a él solo le producía hilaridad. Nadie atendía ni entendía nada, pero la risotada general era solo una malhadada demostración de nuestro mentiroso entusiasmo por su clase… Sí recuerdo que estas risas coincidían con que el maestro hablaba algo sobre Poinsett, aquel perverso agente norteamericano que causó tantos desaguisados al recién independizado pueblo mexicano (y quien, por cierto, registró nuestra Flor de Nochebuena con su nombre: poinsetia)… Por ello, su apodo era precisamente ese, Poinsett.
 
La segunda razón no es nada grata. Quizá como involuntaria venganza, Poinsett decidió que el examen final de la materia fuera oral. Los aterrorizados alumnos tuvimos que pasar, uno por uno, con sendos examinadores. Cuando me tocó el turno, Poinsett me preguntó las causas externas de la independencia de México. No sabía yo ni las externas ni las internas... Y, después de un bochornoso silencio, aún tuve la osadía de preguntarle mi calificación. ¡Pues 5, ¿qué esperabas?!, me dijo furioso. Sentí, literalmente, que el suelo se rajaba y me tragaba el socavón. Era la primera reprobada de mi vida. Por fortuna, el otro examinador me dijo que le hablara de lo que supiera y yo no recuerdo qué expuse, porque verdaderamente no sabía nada. Me preguntó cuánto había sacado con Poinsett y al oír mi vergonzoso 5, me regaló un 9 y ahí, en mi constancia, aparece un 7 que oculta mi crasa ignorancia del tema en aquella época.
 

Posteriormente, al sentir una persistente vergüenza por desconocer la historia de mi país, me propuse leer y, en lo que cabe a un autodidacta, estudiarla. Y así fui, de libro en libro y con no mucho orden aprendiendo a conocer los avatares de la vida de México y de aquellos que se denominan «héroes y villanos» por su participación en ellos. Aprendí, con León Portilla, a admirar y amar la compleja mitología y la curiosa idiosincrasia de los mexicas y el sentido de la conquista por los aventureros españoles de Castilla y anexos, la Colonia con su estructura feudal y su inhumana expoliación a los nativos y a los importados esclavos negros, incluyendo la singular y admirable lucha del príncipe Yanga. También pasé por la guerra de Independencia, con Hidalgo (del que aprendí y recité públicamente un 16 de septiembre el soneto de Manuel Acuña («Sonaron las campañas de Dolores/ Voz de alarma en el cielo estremecía…»); de Morelos con sus Sentimientos de la Nación, con Guerrero, con el veleidoso Iturbide, etc. Y luego la vida del México Independiente, con el oportunista y siempre actual Santa Ana, con las luchas entre conservadores y liberales (aquellos que sí eran auténticos liberales en sus ideales, pero practicaban el reeleccionismo como deporte y hacían acuerdos con los norteamericanos) y la inefable (y casi comedia de enredos) «Intervención francesa» con su archiduque de postín. Y de la mano de Rius, por su genial La Revolucioncita mexicana, me inicié en el conocimiento de esa otra guerra, y mucho me ayudaron Silva Herzog y John Womak (Zapata) a entender ese proceso social y un «héroe» de verdad. Ya después, con esa guerra sin fin de traiciones y más traiciones, la historia se me hizo un nudo... y solo gracias a 20 volúmenes de las Grandes Novelas de la Historia Mexicana, de Conaculta, pude recorrer plácidamente muchos otros aspectos de la historia del país.
 
Ahora digo que si, por lo que se ve, no solo a mí me enseñaron una historia que era la engañosa versión oficial, también es cierto que hay libros que nos enseñan la «otra historia».
 
Solo hay que bajarse del pedestal de la autocomplacencia y sentarse a leer.
 

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