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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Los errores, ¿fallos de la democracia?
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
24 de octubre de 2019
alcalorpolitico.com
Los grandes errores y desatinos de muchos gobernantes, las constantes y multitudinarias manifestaciones de protesta y el deterioro de las instituciones que se han formado en una sociedad para defensa y salvaguarda de sus derechos, han sembrado el desánimo de muchos ciudadanos en el sistema de la democracia y hay quienes miran a uno y otro lado buscando alguna otra opción.
 
Según el maestro Daniel Innerarity, catedrático de la Universidad del País Vasco, «Las democracias son mejores que sus modelos competidores no solo por los valores que promueven, sino también por la inteligencia que institucionaliza. Las dictaduras, las oligarquías y las aristocracias de los expertos no tienen ninguna superioridad epistémica ni están libres de errores de quienes supuestamente saben más… Existe democracia porque desconocemos lo que hay que hacer y hemos diseñado nuestras instituciones de manera que se aproveche mejor el saber de la sociedad. Nuestros sistemas políticos están atravesados por el debate entre quienes quieren que gobierne quien más sabe y quienes sospechan de que no habrá libertad si quienes gobiernan lo hacen apelando a que son quienes más saben» (https://elpais.com/elpais/2019/09/27).
 
Efectivamente, los gobernantes no son elegidos ni por los más inteligentes ni por ser los más inteligentes. Simplemente, la democracia proporciona un método por el cual los ciudadanos eligen y pueden exigir cuentas y sustituir a sus gobernantes si demuestran su ineptitud.
 

En su libro séptimo de La República, Platón establecía, ya desde el siglo V a.C. que ni los comerciantes ni los militares ni los intelectuales debían ser gobernantes, pues cada gremio tenía sus propias tareas e intereses en la sociedad. Los primeros, proveer la sustentación de la comunidad, los segundos, velar por la tranquilidad y la paz, y los terceros, ejercer la sabiduría y sus consecuentes prácticas de escrutinio y prudencia.
 
Esto podría llegar a suponer que, como concluían los filósofos griegos, la mejor forma de gobierno no debía ser la democracia, sino la aristocracia, es decir, seleccionar a «los mejores» para formar una especie de oligarquía selectiva que garantizara, de manera lo más cercana a la perfección, el buen gobierno de un pueblo.
 
Esto, evidentemente, pone en cuestión cuál sería el criterio, el paradigma, para designar a esos «mejores». Ya vemos que algunos han escogidos categorías como raza, religión, títulos honoríficos, alcurnia, derecho de sangre, etc. Pero, siendo sensatos, podemos enlistar virtudes: honradez, sapiencia, prudencia, justicia, ecuanimidad, sencillez, bondad, etc., etc. Sin embargo, como todo valor, estos son seres tanto jararquizables como polares: unos tienen más peso que otros según las circunstancias y se pueden medir desde todo hasta nada.
 

La información que, por hecho y por derecho, puede tener el gobernante en el contexto general de país que lidera, si bien no puede ser base suficiente para erigirse en dictador de la verdad, sí le permite tener un panorama más amplio y, quizá, más acertado para tomar decisiones que velen por el bien común, y no para usarla en su endiosamiento o para obtener beneficios políticos ajenos al interés colectivo, a su tranquilidad y a su prosperidad.
 
Esta reflexión nos conduce a repensar cuál es exactamente el significado y el alcance del sistema político de la democracia. A veces esperamos que en los altos mandos priven las decisiones más inteligentes. Pero, según Daniel Innerarity: «Hay muchos asuntos políticos que no son categorizables conforme a las calificaciones de lo verdadero y lo falso, o que siendo verdaderos no son políticamente realizables, por diversos criterios que también forman parte del elenco de dimensiones y valores con los que opera la razón política». E insiste: «Existe democracia porque desconocemos lo que hay que hacer y hemos diseñado nuestras instituciones de manera que se aproveche mejor el saber de la sociedad».
 
Y aquí es donde se abre una amplia «área de oportunidad». Si un gobierno no hace las cosas como se debe, es decir, salvaguardando siempre el bien de las mayorías y el respeto a las minorías, las democracias (auténticas, claro está), tienen diseñados mecanismos y procedimientos para hacer virar el rumbo. Y esto ya está en manos de los ciudadanos.
 

Hay muchos errores, pero, se pregunta el maestro Innerarity «¿Acaso nuestros sistemas políticos no están llenos de disposiciones para que esos errores puedan corregirse y no hagan demasiado daño, como los plazos tras los cuales el poder se revalida o no, las garantías constitucionales, la división de poderes, los instrumentos de responsabilidad y rendición de cuentas?... Las democracias son los sistemas políticos más inteligentes, pero son también los que requieren desarrollar más inteligencia colectiva si quieren mantener sus estándares de legitimidad».
 
Y la inteligencia colectiva no se da en maceta, depende, inicialmente, de un sistema educativo que la propicia y, en seguida, de la responsabilidad que cada uno asume de su propia forma de vivir.
 
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