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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
'El vendedor de silencio'
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
13 de febrero de 2020
alcalorpolitico.com
«Más vale una noticia no publicada que una publicada». Este axioma del periodismo es el mensaje periodístico contenido en El vendedor de silencio, la última novela escrita hasta ahora por Enrique Serna. En ella presenta un retrato decantado, pulcro, más realista que la misma realidad, de un personaje, una profesión y una época, todos coincidentes. El personaje es Carlos Denegri; su profesión, el periodismo, y la época, la vida política del México desde Lázaro Cárdenas hasta LEA.
 
Desde sus inicios, aprendió perfectamente la lección que le dio Rodrigo de Llano, entonces director de Excelsior: «Los periodistas debemos estar informados de todo, pero no necesariamente divulgarlo. Para serte franco, gana más dinero por lo que se calla que por hacer alharaca. En este negocio no solo vendemos información y espacios publicitarios: por encima de todo vendemos silencio» (193s).
 
Carlos Denegri llegó al periodismo sin vocación, por accidente, después de haber fracasado en sus incipientes y corruptas labores en la diplomacia, pegado a las perneras de su padre. Y fue «el mejor y más vil de los reporteros», en acertada descripción de un recio y honesto periodista, Julio Scherer García (su antípoda), quien tuvo los suficientes arrestos como para haberlo sacado del periódico Excelsior, después de haber sido considerado como un elemento central, sangre y vísceras del poder durante más de 30 años: «Yo solo me acomodé a las condiciones del medio en que trabajaba», confiesa... «Aquí el gobierno es el principal cliente de los diarios, no los lectores. Todos trabajamos para el mismo patrón y nadie puede darse baños de pureza» (198s). «Yo me limité a darle al público lo que pedía» (310).
 

Así decidió encarnar el periodismo corrupto de gobiernos corruptos: «Las tripas tenían sus propios valores éticos; por encima de cualquier escrúpulo estaba la sagrada obligación de tragar» (194). Y «Para disipar cualquier predicamento moral empleaba un lema acuñado por los decanos del oficio: embute que no te corrompa, tómalo» (202), Era y es esta la norma de un periodismo que no ha dejado de existir, como tampoco ha desaparecido (aunque menguado, sobrevive en los sótanos) el poder que alienta en una perversa simbiosis con él.
 
Este turbio personaje, destacado en su vida profesional de reportero, cronista, entrevistador, columnista y hasta de cronista de sociales, no pudo existir [«Mi poder es muy limitado, yo simplemente soy una caja de resonancia que los de arriba utilizan cuando les conviene» (277)], sino en un periodo de la historia de México caracterizado por los abusos del poder, de la corrupción, del encumbramiento de gobernantes considerados por el populacho, por sus lambiscones y por ellos mismos, como encarnación de la divinidad, como reyes omniscientes y omnipotentes, que con un dedo o una palabra someten a toda una nación.
 
 El mismo Enrique Serna, en entrevista (28/09/19) publicada por Proceso, lo explica así: «Un periodista mercenario tan exitoso sólo pudo existir en un régimen de dictadura de partido –la del PRI–. Tuve que hacer una reconstrucción de época para situarlo en su contexto histórico-social, y describir como telón de fondo el proceso degenerativo de un régimen que llegó al poder a balazos, creó un monolito invencible y –a pesar de un paréntesis de liderazgo ético que hubo en el sexenio de Lázaro Cárdenas– nunca pudo renunciar a su ADN autoritario para el que necesitaba una prensa servil que cantara loas al presidente e hiciera un culto a la personalidad cada sexenio» (https://www.proceso.com.mx/601241/denegri-un-periodista-intoxicado-de-poder). «Así eran las reglas del juego y él no las había inventado, solo las perfeccionó con más habilidad que ningún otro reportero» (425).
 

Se dice que un buen profesionista no revela siempre a una buena persona. Denegri es un ejemplo destacado de esta verdad. En su vida privada mostraba la dicotomía del doctor Jekyll y míster Hyde. Como periodista, nadie en su tiempo fue capaz de negar su enorme habilidad, su destreza, su pluma clara, precisa y contundente, lista siempre para atinar en sus comentarios, para alabar y adular a quien le pagaba por ello y a denigrar, bocabajear y destruir a quien le negaba un embute. Cuando se encontraba bajo los efectos del alcohol era la quintaesencia y prototipo del valentón, corredor de antros y prostíbulos, mujeriego y simultáneamente misógino, déspota, acomplejado, paranoico, altanero, abusador. Sin embargo, tanto en su vida profesional como en la privada, en estado alcoholizado o en sobriedad, nunca dejó de ser corrupto, extorsionador, chantajista, inescrupuloso, vengativo, prepotente y soberbio: «En la lucha por el poder y el dinero solo juegan limpio los perdedores» (122).
 
Como contrapartida de este personaje, emblemático de ese tipo de periodista que por ahí nos recuerda a otros muy bien identificados (Roberto Blanco Moheno, Ernesto Julio Teissier, Zabludovsky y otros más cercanos en tiempo y espacio...), Enrique Serna presenta también a quienes personifican al periodismo luchador, limpio y honesto: Jorge Piñó Sandoval, Julio Scherer García (el Mirlo Blanco) y aquella pléyade que conformó el inolvidable Excelsior: Ángel Trinidad Ferreira, Vicente Leñero, Miguel Ángel Granados Chapa, Jorge Ibargüengoitia, Moshinsky, Enrique Maza, etc., que sobrevivieron hasta que la bota de LEA los aplastó.
 
«El régimen al que había servido le quedaba mucho a deber, aunque lo hubiera hecho rico, (y fue) servidor de sus propios verdugos. Cada vez que recogía una migaja de la familia gobernante, haciendo valer su condición de entenado, fortalecía la maquinaria de opresión y rapiña que le jodió la vida» (476).
 

Al final de su vida, escribió el epitafio de su labor periodística: «Que lo entendiera bien la clase política: Carlos Denegri servía al poder en calidad de socio, no de lacayo. Ni era un subalterno de la aristocracia sexenal, ni tenía la obligación de taparle sus marranadas: podía hacerlo por conveniencia, siempre y cuando se llevara una rebanada del pastel» (429). A Carlos Denegri, los miles de cuartillas publicadas le valieron millones de pesos, las no publicadas, mucho más...
 
Asesinado «de forma accidental» por Natalia Urrutia, la última mujer con quien vivió y a quien ensalzó y humilló, adoró y lastimó, Denegri es retratado en carne viva en esta novela, producto de una larga aventura de investigación (unos cinco años). Escrita simultáneamente en primera y tercera persona, Serna hace alarde de su dominio narrativo al intercalar documentos, datos históricos y testimonios (incluido el de su hija Pilar Denegri), con las elucubraciones que internamente pudo hacerse Denegri al reflexionar sobre sí mismo, su propia labor periodística y las ocultas razones de su misoginia y su desastrosa vida privada, rellenando los vacíos con la vena fictiva que permite la literatura novelesca. De esa manera, su acercamiento al personaje es, si cabe, más vívido, impresionante y realista.
 
Serna es autor, entre otras obras, de El seductor de la patria, extraordinaria novela histórica y obra de reveladora actualidad, sobre la vida y obra política de Santa Anna; Uno soñaba que era rey, Señorita México, El miedo a los animales, Fruta verde, a más de libros de ensayos y cuentos.
 

(Enrique Serna, El vendedor de silencio. Alfaguara, 485 pp)
 
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