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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
El vizconde demediado (el bien y el mal)
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
10 de septiembre de 2020
alcalorpolitico.com
El joven Medardo, vizconde de Torralba, va a la guerra. Se une al diezmado ejército cristiano que se enfrenta a los turcos. Entusiasmado, comenta con su escudero Curzio acerca de las cigüeñas que encuentran en el camino devorando cadáveres. Curzio le explica que los cuervos y los buitres han desaparecido al consumir carne humana contaminada por la peste: «Ya no se sabe quién ha muerto antes, si el pájaro o el hombre, y quién se ha lanzado sobre el otro para destrozarlo», le comenta, como profeta, el escudero.
 
Y así se inicia esta aventura, de la que Ítalo Calvino se aprovecha para dar una lección sobre la naturaleza humana y su dual composición moral: el bien y el mal.
 
El vizconde y su escudero llegan al campamento del rey y este, sin demora, lo nombra teniente, y sargento a su escudero. El vizconde no puede dormir por la emoción de entrar en batalla: «Nada gusta tanto a los hombres como tener enemigos y ver luego si son como los había imaginado» (21). Desafortunadamente, un turco destripa su caballo y tiene que seguir combatiendo a pie, espada en mano. Descubre a unos turcos que llevan un cañón. «Entusiasta e inexperto, no sabía que hay que acercarse a los cañones de lado o por la parte de la culata, y él saltó frente a la boca de fuego, con la espada desenvainada» (22). El cañonazo que le disparan le da en medio del pecho. Y ahí quedó el vizconde idealista: partido en dos, de arriba a abajo. Sobrevive milagrosamente, aunque en una situación complicada: llevado al hospital, descubren que del vizconde solo ha llegado la mitad. Aun así, se restablece y regresa a su castillo donde lo reciben con honores. Pero él permanece hosco, agresivo y aislado. Y un buen día, escapa y se da a recorrer caminos.
 

Con alarma todos se van dando cuenta que eso que ha sobrevivido del vizconde es su peor parte. Por donde pasa hace daño: maltrata, hiere, destroza; todo lo parte por mitad: frutos, flores, animales. Para acabar una banda de malhechores, en una horca los ejecuta junto con los cazadores asaltados, los soldados incapaces y hasta una decena de gatos. Después incendia los cultivos y las chozas de los campesinos y hasta una aldea de leprosos. En fin, que este vizconde, o esta parte del vizconde, ha concentrado todo el mal que puede haber en un hombre, aunque él se siente perfectamente bien así. Por eso, le dice a su sobrino (al que, por cierto, ya ha tratado de matar varias veces): «Ojalá se pudieran partir por la mitad todas las cosas enteras, así cada uno podría salir de su obtusa e ignorante integridad. Estaba entero y todas las cosas eran para mí naturales y confusas, estúpidas como el aire; creía verlo todo y no veía más que la corteza. Si alguna vez te conviertes en la mitad de ti mismo, muchacho, y te lo deseo, comprenderás cosas que escapan a la normal inteligencia de los cerebros enteros. Habrás perdido la mitad de ti y del mundo, pero la mitad que quede será mil veces más profunda y valiosa. Y también tú querrás que todo esté demediado y desgarrado a tu imagen, porque la belleza y sabiduría y justicia existen solo en aquello que está hecho de trozos» (50s).
 
Al cabo del tiempo, su sobrino llega a descubrir que esto que ha sobrevivido de su tío no es lo único, que también pervivió la otra parte, la buena, misma que va haciendo el bien (o al menos eso piensa) por donde pasa. Y muchas veces sucede que lo que hace la parte buena lo destroza la mala. La historia se complica más y más porque, si de por sí la parte mala hace fechorías, la parte buena, en su afán de hacer todo el bien posible, solo va acarreando peores daños. A tal grado ha llegado esta complicación que los habitantes de los pueblos prefieren al malo que al bueno: tales son los despropósitos que este ocasiona en su afán perfeccionista...
 
La historia, para abreviar, terminará cuando en una terrible confusión la joven Pamela logra enamorar a ambas partes y, el día de su boda, sendas mitades del vizconde se encuentran y deciden dirimir la situación en un duelo. Se hieren ambos y el médico Trelawney aprovecha la ocasión para coser las mitades y de esa manera reunir al vizconde Medardo, logrando rehacer al hombre completo, reintegrarle su unidad esencial...
 

Ítalo Calvino ha logrado así, emulando al médico, confirmar que el hombre no es lo que sostienen los maniqueos: o todo bueno o todo malo. Su unidad esencial es natural y no hay uno que sea tan bueno que no tenga algún defecto y aun en el peor de los criminales habrá algún residuo de bondad. Y sucede que, en muchos casos, hay hombres tan, pero tan «puros» y buenos (en el buen sentido de la palabra «buenos», como dice Machado), que terminan por hacer tanto o más daño que los otros. Y arriesgo una contraparábola: aquel que sacó de un hombre poseído los 40 demonios y los transfirió a una piara terminó por arruinar al dueño de los cerdos cuando estos se desbarrancaron en un precipicio...
 
El hombre es una unidad indivisible, un indiviso, un individuo, y cualquier bifurcación es errónea o falaz y hasta malintencionada, perversa. Dividir al género humano en buenos y malos es fomentar la mentira y el odio. Tentación que persigue a muchos predicadores frenéticos y fundamentalistas, a fanáticos futboleros y a políticos que se rompen el alma creando ideológicamente los bandos de los buenos (ellos, naturalmente) y los malos, los que no comulgan con sus aficiones y prédicas.
 
Divide al hombre y lo dominarás...
 

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