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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Los ojos de los alumnos
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
19 de agosto de 2021
alcalorpolitico.com
La polémica que se ha desatado sobre el regreso o no a las clases presenciales (es decir, a los salones de clase) de los millones de alumnos tiene que ver, esencialmente, con dos factores: en primer lugar, la salud de todos los implicados: niños, maestros, personal escolar, padres de familia, etc., y, junto a esto, la necesidad de que los alumnos reciban las enseñanzas de sus maestros frente a frente y no mediatizados por un aparato, por más sofisticado que sea, y de esa manera permitir que los educandos reciban una educación, si no excelente, por lo menos la indispensable para sobrevivir.
 
En segundo lugar, que el confinamiento de estos millones de estudiantes y los millones también de sus profesores y del personal administrativo y de apoyo a la educación ha traído consigo una sustanciosa afectación a la economía. En este caso, tanto a los negocios que de múltiples maneras se nutren de lo que los estudiantes y el personal educativo requiere para la labor educativa, como al propio gobierno que así ve mermado el ingreso por los impuestos que recauda. ¡Y vaya que este anda buscando dinero hasta debajo de las piedras!
 
Cada uno ve, atiende y se preocupa (así suponemos) de lo suyo: unos, de la salud (de la vida) y de la educación; otros, del dinero que, querámoslo o no, es gasolina que hace andar el motor nacional.
 

La secretaria de Educación (la profe Delfina, la de los descuentos), se apresuró a lavarse las manos o a amarrarse los diez dedos de las mismas, al anunciar que los directivos escolares y/o los padres de familia debían firmar un documento en donde se harían responsables al mandar a sus hijos a la escuela. Esta orden de la funcionaria (quien, por andar de adelantada, recibió su descolón oficial), derivó de que el mismo presidente había casi ordenado el regreso a las escuelas, aunque después se haya desmentido él mismo.
 
Por supuesto, la preocupación oficial es obvia: el dinero para sufragar sus proyectos personales. ¿La salud de los implicados? ésta bien puede esperar los millones de vacunas que «ya muy pronto» arribarán y, además, según los «datos oficiales», los niños están exentos de contagiarse... ¿Los maestros? Ellos ya recibieron su dosis de vacuna china. ¿Y la educación? Bueno, esta puede esperar y, además, las televisoras están haciendo maravillas con las estupendas clases trasmitidas en horarios estelares. Vamos, hasta los domingos casi a medianoche... Por otra parte, esas evaluaciones internacionales que hacen los conservadores y los imperialistas a los estudiantes son tan falsas como la pirámide del zócalo y el árbol de la noche feliz... Así es que salud y calidad educativa van atrasito de los pesos y centavos.
 
Lo cierto es que, dígase lo que se diga, la obligada reclusión de los alumnos en sus casas para recibir una educación improvisada, a troche moche, ha ocasionado un importante retroceso en su formación. Ese encierro domiciliario (más para no ir al centro educativo que para evitar frecuentar fiestas y saraos) nos ha enseñado que asistir a la escuela, al centro escolar, estar en convivencia con los compañeros, recibir el trato directo de los maestros, son factores imprescindibles para que sea eficaz la vivencia educativa. Ahora se ha valorado más el enorme beneficio de que los niños y jóvenes convivan con sus símiles, y se ha comprobado que, en ese espíritu grupal, la formación personal y el aprendizaje son más efectivos.
 

Por otra parte, solo quienes han participado de algún modo en la vida escolar, sea en instituciones de caché sea en centros oficiales, saben perfectamente que la relación personal maestro-alumno es un factor importantísimo, fundamental, para que pueda darse un mejor desempeño escolar.
 
Maestro que no ve físicamente, presencialmente, de cuerpo y espíritu, a sus alumnos no sabe lo que es educar, no ha vivido realmente esa maravillosa experiencia. Casi podríamos decir, no es maestro. El maestro que, al exponer una lección, al diseñar un proceso, al explicar una teoría, al comprobar una ley, al demostrar un axioma, al dirigir una investigación, al aplicar un examen, al realizar cualquier acto educativo entra en contacto con la persona del educando, sabe lo esencial y gratificante que es ver el rostro, es ver los ojos del alumno y, por ahí, intuir el camino que sigue el proceso enseñanza-aprendizaje. Esa experiencia, única y vívida, distingue al buen maestro del simple docente asalariado, distingue al maestro del que va a cumplir su trabajo solo o principalmente porque es su obligación, porque tiene que cumplir, porque no le queda otra en la vida, porque por eso le pagan. Quien no ha disfrutado esa experiencia ha perdido lo esencial del magisterio.
 
Salud y educación vs. dinero y política: he ahí el dilema.
 

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